En el aire
Volver siempre está bueno. Volver y verse al espejo. Cambiarse los lentes. Un poco está bien, pero un rato largo a veces asusta. Cuando me vi al espejo encontré hasta mis ojos verdes cambiados. Tengo que verme normal, pensé. Así no, así veo colores, formas. Me transformo en un niño otra vez, toca que te toca todo. Pero está bien. Los cambios llegan cuando uno menos lo espera pero pide a gritos. Y pedí a gritos. Obtuve. Acumulación. Caja de seguridad.
Tengo entendido que mis pelos largos hasta mis pezones tienen un encanto especial. Creo que mis ojos y el pelo largo son la clave. Me lo han dicho. Una vez, una señora en el colectivo me vio mientras sacaba el de 75 y se le escapó un ¡ay, mi amor, que lindo que sos! Por supuesto, sonreí. Pero nada más. No me animé a charlar con ella. Quisiera ser no. La negación de algo. Pero no puedo, ya soy.
Por lo pronto me cortaré el pelo largo con tijera. Para que se note que soy artesano. Porque así no puedo crecer. Con señoras horrorizadas por mis ojos y mi pelo largo sedoso hasta los pezones.
Volver y verme al espejo y descubrir mis ojos negros detrás de mis ojos verdes. Eso es un cambio. Eso es crisis. Cuando miro por el balcón, hacia planta baja, las plantas del portero, imagino que caigo y golpeo mi cabeza primero. Imagino que el golpe desparrama varios centímetros cúbicos de sangre. Pero no chorrea. Y quedo así, con los ojos abiertos. Ansioso por saber cómo es la puerta. Y mis rodillas que tanto me molestan, ya no molestan más. Y mis ojos verdes cambian de color porque se acaba la mentira. Para cuando me encuentran entre malvones y claveles, tengo los ojos negros, sin pupilas. Y mi pelo largo, oculto en algún cajón vacío, espera que algún agente lo regale a su filito. Extensiones. Usálo, mi amor, que me gusta como te queda el pelo largo y sedoso.
Quién sabe, tal vez sea verdad, digo: volver siempre está bueno. A uno se le llenan los ojos de fotos viejas.
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