
Todos tienen su película preferida... esa que te hizo llorar, esa que te hizo cambiar de hábitos, esa que te enseñó cuándo hablar cuándo callar cuándo gritar cuándo mirar cuándo saludarl@ cuándo besarl@ cómo besarl@ cuándo abrazarl@ cómo abrazarl@. Esas películas que ves solo y te querés matar. O que las ves acompañado y te querés matar. O que todos se cagan de risa y vos estás concentrado en la imagen, porque fumaste un porro del tamaño del fibrón de Pedro Picapiedra o tenés una sobredosis de antistamínicos y los labios te tiemblan pero no entendés nada o las letras pasan más rápido de lo que podés leer... y te querés matar.
Eso es lo que te pasa. Te sumergís. Dura un rato, un segundo, un minuto, dos... pero no más.
Cuando ves la película y luego el
trailer pensás en todo un sinfín de imágenes que te gritan a la cabeza
¡aflojá un poquito! Tener la sensación de que las riendas se te escapan, que la piel te pica y no sabés por qué, la mirada de vaca, los ojos rojos y darte cuenta de que el pie lo apoyaste sobre un plato de salchichas con mostaza. Darte cuenta de las cosas, media hora después, una hora después, al otro día. Tarde.
Jonathan Caouette te cae cuando termina la película. Te explota en la nuca. Te duele toda la semana. Te agita hasta que no podés más. Te tilda. Te consume.
Guillermo Hernández dijo que no fuera a verla. No le hice caso. ¿Cuántas películas te cambiaron la vida?
No es una película documental. No es una película personal. No es una película porque no es un video clip, tampoco. No es un llamado desesperado al amor. No es un testimonio de vida. No es la vida de un puto en Manhattan. No está loca como tu madre. No quiere zapallos; ¡la señora no quiere zapallos, que alguien entienda, por favor! No puede soportar el mínimo análisis convencional. No resiste que la comparen. No he visto nada igual. No puedo comprender algunas partes.
La vida de una persona, los 20 años que dura el trabajo del director recopilando films es un poco de todo. Los vicios (dicho por quién ama los vicios) no son eso que muestra. No son eso... me digo y quiero creerme. Quiero estar por encima de la película porque tengo miedo de caer en un living lleno de peluches y almohadones mientras mi hijo me pregunta cuál fue mi primer recuerdo de cuando entré al Neuropsiquiátrico.
Los detalles técnicos no tienen desperdicio. Los clips.
Las fotos.
La música. Las voces del contestador telefónico. Las películas del grunge y adolescente Jonathan que son horrendas. Que son horrendas, repito. Tienen, dentro del contexto global del film, una fuerza que arrastra cualquier sentimiento de compasión, de piedad. Uno tiende a insultar constantemente sus expresiones. Los giros a veces tan obvios, a veces sorprendentes. Su intimidad. Te obligan a putearlo.
La estructura de texto y sonido ambiente amateur. Cada rincón de la película tiene sus riffs, sus fotos guardadas amarillas, sus memorias.
Es contradictoria. Te hace reír mucho. De lo idiota que es todo. Que el mundo es una porquería ya lo sé, no me vengas a decir que soy un idiota porque me duele la cara de reírme por eso. Que a todos nos sobra creatividad, mirá mi bragueta (que parece un huevo kinder), que la vida hay que vivirla a costa de los esfuerzos, ya me da asco escucharlo, que somos mejor de lo que parecemos me lo dijo una abuela mientras yo le enchufaba un billete falso de diez pesos.
Tarnation no es Paulo Coelho, no es Bucay ni Bestiaria. No tiene optimismo. Pero de a ratos sí. No te dice la posta. No te creas que viene a salvarte la vida. No te viene a cubrir los agujeritos del corazón. No tiene perdón de Dios esta película... y es totalmente atea. O casi.
¿Entonces?
No queda más que mirar mirar mirar mirar mirar y mirar. Dejarse llevar. Ir al Cosmos.
Un Cosmos que desaparece como el humo de la última pitada. Argentino Lamas se levantaría de la tumba para aplaudir pero se volvería a morir ante semejante discriminación. Y los cineastas están unidos... já. Claro, porque hay un cine argentino. Porque queremos filmar. Porque nos queremos. Porque nos convenimos los unos a los otros. Pero pagamos un Village más que un Cosmos. Y claro, si es más cómodo, más lindo, a los empleados los tratan peor, les pagan menos, el aire acondicionado funciona mejor, las colas de las promotoras son más duritas, ¡en el Village hay promotoras! y en el Cosmos no, sale más barato con el carnet de estudiante, mejor relación precio - calidad, claro. Entonces, cerremos el Cosmos. Antes, bórrenlo de la lista del Festival de Cine, a ver si lo mancha todavía.
Tarnation habla de cine. No habla de otra cosa. ¿Y quién no ha disfrutado de una película cada vez que habla de cine?
música original