viernes, noviembre 09, 2007

La cena familiar

¿A la manera de El Epígrafe?


Almorzar en casa de los suegros y que una olla de presión se destape justo justo cuando meto la cuchara con helado de crema americana en la boca. La catástrofe salpica mientras mi garganta se enfría. Ella se quita la ropa, prenda por prenda, mientras le grita a Padre que no lo soporta más. Que no soporta sus bromas, sus juegos, sus gestos. Elijo probar el chocolate porque me lo trajeron especialmente los cuñados de Bariloche. Ella levanta a uno de nuestros hijos, con la rabia en la boca, señalando las pruebas en sus rasgos, en sus manos. Tiene las manos de un Hombre, grita. El resto, se mira las manos automáticamente. Todos menos yo que observo masticando el invierno. Nadie puede creer lo que dice. Algunos murmuran que exagera porque a él nunca le pareció muy bonita que digamos. Ella sigue desvistiéndose. Su pollera, arrojada sobre un cuadro, provoca la caída del boceto de 50 mil dólares y tapa la mitad del dibujo. Me levanto de la silla para ver los restos del vidrio y la madera del marco y me fascino porque la pollera tapa el dibujo de manera que se ve un pezón y un tridente, no se sabe qué apuntando a qué.

Sus gritos empiezan a levantar acusaciones contra el resto de la familia. Somos 58 si contamos a Lucila, de 5 meses. Ella corre a través del pasillo y desaparece.

El silencio se interrumpe por mi cuchara que hurga el fondo de la copa helada. Nadie me mira. Miran sus platos. Ella vuelve sin las medias, en bombacha, una bombacha rosa que le regalé cuando nos fuímos a Brasil de luna de miel, y en corpiño. El chocolate de Bariloche no está tan bueno, le digo al pelado Jorge, ¿qué me trajiste? El niega con la cabeza pero su mujer de overoll intercede y me dice agradecé que no te lo cobro, pelotudo. Ella escucha el insulto y furiosa la mira y me mira. La mira y me mira. Impotente. Rabiosa. Con várices violáceas en los brazos la mira y me mira. Con un salpullido de granitos grasosos la mira y me mira. Me saca la cuchara de las manos y sonríe. Yo sonrío y le digo y dale, con la cabeza. De un salto sube a la mesa. Mi mujer felina y letal se relame los labios y con la cuchara en la mano se arroja sobre la mujer de overoll que grita pará, puta de mierda, pará. Jorge salta de su asiento, escapando de las esquirlas, asustado, sorprendido, aunque puede ver cómo mi mujer-asesina le penetra el mango de la cuchara por la oreja y rechina como un chancho. Todos dicen uh y Lucila llora.

Lucila llora.

Lucila llora.

Lucila llora y me despierto. Estoy sentado con el helado en la boca fría. Con frío en la boca. Mi mujer habla sobre Brasil. Todos se ríen cuando comenta que nos perdimos un micro por mi culpa en una combinación en Río. Me miran y se ríen a carcajadas. Los 58 (si cuento a Lucila) se ríen. Me meto la cuchara en la boca y está vacía. La dejo al lado del plato.

Plato de porcelana, 35 pesos. Copa de cristal para el helado 18 pesos. La camisa que compré ayer para estrenar hoy en el re encuentro familiar, 75 pesos. Cuchara de metal, 10 pesos. Perfume Calvin Klein pour homme para regalarle a mi Padre, 370 pesos.

Miro el tenedor. Está muy bien afilado y mi cuñado Jorge se ríe y me señala con el dedo. Mi mujer me mira y pasa un brazo por mi espalda antes de darme un beso en la mejilla, sonriente, jovial, seductora, súper M. Agarro el tenedor como un niño desde la punta del mango. Lo levanto y observo a todos, se hace un silencio.

-¿Les molesta que coma el helado con tenedor, hipócritas de mierda?

Mi mujer me suelta. La mujer de overoll se atraganta con el Malbec de Terrazas. Mi madre se limpia con una servilleta blanca, impoluta. Mi Padre, siempre mi Padre, decide hablar:

-¿Sabés que me compré otro rifle? Tendríamos que ir a cazar esta misma tarde. Te quiero mostrar algo que siempre quise que veas.

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