Hojas en blanco
Estoy solo en una librería bastante solitaria. Pasa gente interesada por autores, por títulos. Pero estoy solo. A veces pongo música. A veces la radio. A veces me aburro y no se qué hacer. Entonces escribo. Y no, no quiero escribir. Quiero salir de acá. Escribo.
Otras veces leo. Cuando leo agarro los libros bien fuerte. Los sostengo con una mano pero arrugo las tapas y el lomo. Me gusta ver el lomo arrugado. Leo tres o cuatro horas por libro. Por eso siempre tengo libros largos que hablan de la vida o la guerra o la paz. Leo.
Y entonces pienso que el autor debería vender sus libros acá. Así los tengo y no hay que pedir prestado. Es irónico. Trabajo en una librería y me tienen que prestar los libros que leo. A veces me pone triste. Más de una vez lloré en mi puesto de trabajo. Como dice Laiseca, lloro de humillación. Eso sí, voy al baño. Y lloro con los pantalones bajos.
Es fácil ocultar el llanto si sabés silbar. Un poco hay que controlar el aire. Llorar así, en el baño, puede confundir o distraer a los hombres. Ah, sí, porque soy hombre aunque cuesta aceptarlo. Tengo barba, zapatillas y el mal aliento de rigor pero a veces cuesta. Después de llorar silbo. Salgo del baño con los ojos rojos pero por suerte creen que me drogo. A veces, que se confundan, ayuda.
Me gusta ser un triunfador. Empezar por el principio y terminar en el final. Nunca me desvío. Si me desvío, abandono. No soporto el fracaso. Odio a los fracasados. Bueno, claro, hay excepciones. No paro de llorar y eso es de fracasados. El llanto en mi caso tiene que ver con mi sensibilidad de artista. Así me consolaba mi Abuela. Ella me consolaba diciendo que tenía suerte de llorar. Los artistas lloran.
Ojalá pudiera llorar como vos, nietito del alma. Para mí el arte se terminó cuando se murió tu Abuelo. Desde entonces ninguna lágrima vale más que las lágrimas que me costó tu Abuelo.
Mi abuelo era boxeador de joven. De grande fue alcohólico y de viejo golpeador. Eso lo supe desde que tuve uso de razón. Pero mi Abuela me consolaba igual. Me secaba las lágrimas con el único pañuelito que le había regalado mi Abuelo Golpeador y después me abrazaba a sus piernas gordas, con várices, sintiendo la tela rasposa de la pollera en la nariz. A veces me dormía. Otras escuchaba una historia.
Y otros días llegan estudiantes a la librería. Estudiantes de carreras absurdas o prestigiosas. Y se sientan a leer. Tienen muchos libros para leer y eligen la librería. A veces los miro. Otras me miran ellos. Siempre nos hacemos compañía. Y entonces, no sé por qué me alegra estar acá. En una librería donde no hago nada, donde me aburro, donde leo. En una librería donde escribo.
salgo de acá, me subo a un auto
un auto cualquiera
los ojos grises de la gente
me dan ganas de
llorar
Otras veces leo. Cuando leo agarro los libros bien fuerte. Los sostengo con una mano pero arrugo las tapas y el lomo. Me gusta ver el lomo arrugado. Leo tres o cuatro horas por libro. Por eso siempre tengo libros largos que hablan de la vida o la guerra o la paz. Leo.
yo he visto llorar a las mujeres
de mi familia.
Nadie les pegaba.
Lloraban de humillación
Y entonces pienso que el autor debería vender sus libros acá. Así los tengo y no hay que pedir prestado. Es irónico. Trabajo en una librería y me tienen que prestar los libros que leo. A veces me pone triste. Más de una vez lloré en mi puesto de trabajo. Como dice Laiseca, lloro de humillación. Eso sí, voy al baño. Y lloro con los pantalones bajos.
Es fácil ocultar el llanto si sabés silbar. Un poco hay que controlar el aire. Llorar así, en el baño, puede confundir o distraer a los hombres. Ah, sí, porque soy hombre aunque cuesta aceptarlo. Tengo barba, zapatillas y el mal aliento de rigor pero a veces cuesta. Después de llorar silbo. Salgo del baño con los ojos rojos pero por suerte creen que me drogo. A veces, que se confundan, ayuda.
-qué carucha, papá
-y, viste como es esto (guiño un oso rojo)
-ah, pero vos sos un capo.
-otro día te explico, papá (mueca)
Me gusta ser un triunfador. Empezar por el principio y terminar en el final. Nunca me desvío. Si me desvío, abandono. No soporto el fracaso. Odio a los fracasados. Bueno, claro, hay excepciones. No paro de llorar y eso es de fracasados. El llanto en mi caso tiene que ver con mi sensibilidad de artista. Así me consolaba mi Abuela. Ella me consolaba diciendo que tenía suerte de llorar. Los artistas lloran.
Ojalá pudiera llorar como vos, nietito del alma. Para mí el arte se terminó cuando se murió tu Abuelo. Desde entonces ninguna lágrima vale más que las lágrimas que me costó tu Abuelo.
Mi abuelo era boxeador de joven. De grande fue alcohólico y de viejo golpeador. Eso lo supe desde que tuve uso de razón. Pero mi Abuela me consolaba igual. Me secaba las lágrimas con el único pañuelito que le había regalado mi Abuelo Golpeador y después me abrazaba a sus piernas gordas, con várices, sintiendo la tela rasposa de la pollera en la nariz. A veces me dormía. Otras escuchaba una historia.
una vez, un hombre
grande
muy grande
de corazón
nadó atravezó llegó
un río tumultuoso
el peligro no fue
nada
para su corazón
muy grande
el miedo que tuvo
le dio más valor
porque el miedo
ayuda a valorar, hijo
a enfrentar
Y otros días llegan estudiantes a la librería. Estudiantes de carreras absurdas o prestigiosas. Y se sientan a leer. Tienen muchos libros para leer y eligen la librería. A veces los miro. Otras me miran ellos. Siempre nos hacemos compañía. Y entonces, no sé por qué me alegra estar acá. En una librería donde no hago nada, donde me aburro, donde leo. En una librería donde escribo.
4 comentarios:
muy bueno funes
abrazo
Gracias Sr.
Hoy todos al Confesionario.
hay quien rechaza a la gente que tiene miedo. No piensa que da valor. Piensa que es patético. ¿Menos mal que esas palabras nunca vendrán de las abuelas, no?
Y sí, menos mal... es que las Abuelas saben un poco más.
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