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martes, marzo 04, 2008

Largo camino, pequeño saltamontes - Diez

-A vos te gusta una pendeja de ahí, a mí no me pasás, Fogo. Yo te cubro lo que quieras con Romero, pero batime la justa.
Horacio Bustamante, 51 años, ex montonero venido a oficinista depresivo con dos intentos de suicidio a cuestas era lo más cercano a un amigo que tenía en el trabajo. Varias veces habíamos almorzado juntos pero desde que lo había reemplazado por Amanda y los almuerzos bajo la autopista, le había ido con el cuento a Florencia Romero, mi jefa. Me citó un jueves, día que ella está especialmente contenta (me enteré apenas entré a trabajar) porque en el after office la descose. Bustamante y yo del Druid Inn no pasamos pero ella se instala desde las ocho, nueve de la noche en la barra del Kilkenny a la espera de algún “buitre” que tenga un pico sensual. Siempre le gustaron los buitres; los cadetes con traje son el mejor estimulante sexual que jamás conoció en su vida. Florencia no está mal. Es más, está muy bien, sin embargo, en el chip algo se le quemó para siempre y no pasa de aventuras increíbles que no le duran dos rounds.
-¿Vas a dejar de ir al Kilkenny?
-Hoy va Jorgito, Lucas. No puedo fallarle. Además, anda bien derechito ese pendejo.
-¿Qué edad tiene este, roba cunas?
-Ay, no me digas así… es un hombrecito de 23 años. Ya sabe muy bien lo que hace, te digo.
-La pucha, vos no das puntada sin hilo. ¿Qué pasó ahora?
-¿Con qué?
-Me mandaste llamar, Florencia. Estoy ocupado, ¿es urgente?
-Ah, sí, sí. ¿Terminaste lo que te pedí?
-Sí, están los dos de novios. Uno a punto de casarse, el otro lleva 8 años de novio.
-¿Marcos? ¿8 años?
-Sí.
-Ay, qué desperdicio, Luquitas.
-Sí, bueno, es lo que me pediste que te averigue; ¿ahora qué pasa?
-¿Sabés cuándo se casa Marcelo?
-En un par de meses.
-Ah, perfecto. Le voy a adelantar la despedida de soltero y vamos a ver si se quiere casar después.
-¡Florencia!
-¿Qué? ¡Está rico!
-¡No! ¿Para qué me llamaste?
-Ah, perdón, chiqui. Dejá de colgarte en el almuerzo. Me contó tu amiguito Bustamante que estás un poco demorado al mediodía y se queja porque hace tus planillas para cubrirte.
-¡Qué botonazo!
-Ese tipo tiene algo con vos, chiqui. Te digo que de estas cosas se bastante. Bastante Bustamante.
-¿Me puedo ir?
-Andá, andá… pero portate bien que no quiero chongos dando vueltas por la oficina con cara de culo quejándose del material humano más o menos respetable que tengo. ¿En qué andás vos que estás más lindo que de costumbre?
-En nada, Florencia. Sos terrible.
-Soy tu jefa, también; no te olvides.
A mí me gustaba hablar con ella hasta que se obsesionó con dos compañeros de mi sector. Siempre fue distante y estricta con todos menos conmigo. El viernes previo a la mudanza de Sandra me había comprado un Big Mac, el menú con papas y gaseosa gigantes. Según Sandra, ese menú era el más promocionado porque la carne tenía un tratamiento especial, mucho más barato en los costos, que para ella sabía horrible; era el único menú que no comía. Ese viernes, el almuerzo lo pedí por teléfono y comí sobre el teclado. Cuando Florencia me vio almorzando solo, con la pantalla de la computadora apagada y mirándome masticar en el reflejo oscuro, en soledad, me preguntó si me sentía bien.
-La verdad que no. Me estoy separando y no me importa mucho nada. No se cuánto más aguante acá, se lo digo- en esa época no la tuteaba- ¿por qué me lo pregunta?
-Porque estás manchando el teclado de la computadora con ketchup.
-Ah, sí, bueno… descuéntelo del sueldo, Romero.
-Con esa actitud mucho no vas a progresar, querido.
-Sí, bueno…
-¿Cómo te llamás?
-Foguil. Lucas Foguil.
-Ah, sí, vos estás con Marcelo y Marcos, ¿puede ser?
-Sí, estoy en su sector, Señora.
-No me digas señora, pendejo. ¿Sabés algo de ellos?
-Casi no les hablo.
-Vení para mi oficina. Te tengo que pedir un favor.
-Pero estoy en mi hora de almuerzo.
-¿Tenés razón? ¿Te gusta la Ensalada Caesars? Largá esa mierda que te va a caer como el culo.
-Qué boquita, Romero.
-Sí, la boquita de tu jefa, no te olvides.

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lunes, marzo 03, 2008

Largo camino, pequeño saltamontes - Nueve

-Cuando tengo ganas de estar sola me voy a caminar por avenida Rivadavia. Entre 9 de Julio y Plaza Congreso, las ideas se me aclaran un poco. Otras veces, para no sentirme sola, entro a un supermercado; algún Disco tiene que ser. Hay uno por Perón y Rodríguez Peña que siempre tiene gente. En Callao y Rivadavia también o Entre Ríos y Belgrano; Yrigoyen y Rincón, qué se yo...
Amanda enumeraba sin mirarme. Soplaba con displicencia el humo de un Next que convidaba sin generación, por inercia.
-¿A los McDonalds no te metés?
-No.
-¿Puro supermercado?
-Puro supermercado.
-Yo, en cambio, camino sin rumbo, a veces, buscando ferreterías.
El telo parecía una funeraria. Un rumor vacío llenaba nuestros oídos y para no pensar en el contorno de su cuerpo, en el sonido de su respiración, el olor de su piel transpirada, el color de sus dientes, la marca del corpiño en el hombro, sus muecas, las uñas vírgenes de esmalte o las últimas dos horas de bruto sexo empecé a enumerar mis esquinas:
-Rodríguez Peña y Mitre, Mitre y Ayacucho, Ayacucho y Sarmiento, Sarmiento y Pasteur, Pasteur y Lavalle, Lavalle y Anchorena, Anchorena y Rivadavia…
-Esa está en Rivadavia y 24 de noviembre.
-Ah, conocés…
-Es un lindo camino ese.
Amanda conocía de calles como yo de ferreterías. No quería que me gustara tanto. Pero ahí estábamos. No recordaba qué pasos seguían, no recordaba en qué fase estaba, no recordaba en qué había mentido y en qué había dicho la verdad. Su entusiasmo sexual me había desviado por completo del centro de mi plan. McDonalds empezó a transformarse en una piedra dentro de una empanada. Amanda se abrazó al cigarrillo, al silencio, a mi pecho, a la noche que nos reflejaba en el espejo de un telo barato como dos completos desconocidos.
-¿Y vas a hacer un camino parecido con los McDonalds?
-Tengo uno ya.
-Yo tengo uno mejor- y mientras apagaba el cigarrillo amurado a la mesita de luz me guiñó un ojo desconcertándome. No le había dicho mi lista pero la seguridad con la que se depositó sobre mí para besarme el cuello y la improvisada, caprichosa y prejuiciosa lista de locales que había armado en un mugroso cybercafé le dieron la razón:
-Estoy seguro… me la tenés que decir.
-No. Ahora no. Ahora vos me tenés que decir a mí si soy linda.

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jueves, febrero 28, 2008

Largo camino, pequeño saltamontes - Ocho

-Mi nombre es Lucas, ¿y el tuyo?.
-Amanda Federico.
-¿Federico? ¿No hay un actor conocido que se llama Federico?
-Un músico, toca el bandoneón. Mi mamá me dijo que mi papá desapareció cuando yo nací.
-Por ahí no es tu papá, por ahí es tu tío.
-Tengo dos tías; Rosa y Susana.
-¿También Federico?
-También Federico. No me dijiste tu apellido.
-Ah, claro, perdón; Foguil.
Amanda sonrió y se agarró la viscera. Pensé que se sostenía la gorra porque se le caería de la risa.
-Me gusta tu apellido- tomó el tacho con el pie y lo acercó para meter el trapo de piso- me gustaría tener un apellido como el tuyo. El mío es un nombre que se la da de apellido.
Una señora que oía nuestra conversación pero nos daba la espalda, se dio vuelta y le preguntó si tenía que bajar para pedir más café o ella se lo podía traer.
-Ahora pido que le traigan, Señora- bajó la cabeza y se tocó la viscera en gesto claro de hasta luego. La Señora, hermosa y muy bien perfumada, me miró de soslayo una milésima de segundo, que fue lo que tardó Amanda en volver.
-¿Querés cambiar la cara de zombie, Foguil?- me tomó por sorpresa. Miraba la espalda bronceada de la Señora que esperaba el café y me daban ganas de acariciarla. -Te regalo un café, Foguil.
Cuando vino la Encargada del local a servir el café a la Señora hermosa, Amanda le pidió un vaso para mí y, con el secador en la otra mano, me sirvió con una mueca apenas triste. La confundí con una sonrisa y le dije que si no fuera por el olor que se me impregnaba en la ropa de trabajo, comería abajo. Me contestó con un leve cabeceo antes de irse:
-Pedí café para acompañar el almuerzo. Así puedo servirte varias veces.
La Señora hermosa se dio vuelta y miró con una furia envidiable a mi proveedora. Le sonreí para seducirla y me escupió con los ojos. Casi me mancha.
Amanda ya se había ido pero en el recuerdo se hacía más vívida. El mínimo intercambio me había servido para guardar una cantidad enorme de detalles que servirían para protegerme de la Señora hermosa que cada tanto resoplaba con los pulmones llenos de mierda y envidia.
-Si no fueras tan linda- susurré lascivamente- te daría una patada en la cabeza ahora mismo.
No, no; no me escuchó para nada. Soy un caballero.

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uno / dos / tres / cuatro / cinco / seis / siete

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aviso: próximo capítulo,
lunes 3 de marzo

miércoles, febrero 27, 2008

Largo camino, pequeño saltamontes - Siete

En un local de McDonalds hay más protocolos que arriba de un 747. El que llega tarde, pasará todo el día trapeando el piso de arriba, a la vista del público. En los pisos de arriba de los McDonalds el que controla no es el encargado, como muchos creen.
No.
Es el mismo cliente. El discurso público de “el cliente tiene razón” es tan fuerte que no hay nada más peligroso en un local de McDonalds que uno con una hamburguesa medio cruda.
Ahora, si la forma de cocinar una hamburguesa depende de un pitido en el horno eléctrico especialmente diseñado para cocinar ese tipo de hamburguesas en perfecta cocción; ¿por qué venden hamburguesas crudas? Porque alguien metió mano.
No es fácil tragar este primer dato. En el entrenamiento de un Encargado de McDonalds hay varias reglas de oro que se suman a las reglas de oro aprendidas en distintos cursos anteriores.
Uno no delata a un compañero sino que mejora el servicio.
Al compañero no se lo castiga; se le recuerdan las reglas.
El buen trato no es un valor intrínseco del empleado; al contrario, el empleado aprende que el buen trato es algo que se logra solamente en un trabajo digno como el de McDonalds.
Otra regla, que me costó tragar y no lo hubiera hecho si no fuera por Amanda, puede violentar a más de uno. Conozco gente que vio una cucaracha en el restaurant más exclusivo de Buenos Aires y, no solo no volvió a comer ahí sino que se encargó de anunciar a los cuatro vientos que ese local era habitualmente sucio. Es un sentimiento común; el resentimiento.
En McDonalds no se habla de los padres.
Repito.
En McDonalds no se habla de los padres.
Los padres, la figura que nos identifica dentro de un mundo difícil, la figura que nos demuestra que somos parte de un planeta dominado por la Naturaleza, no existe. En cambio, existe Ronald.
Así como lo ven, ese muñeco diabólicamente alegre, satisfecho y estoico, reemplaza en la neura de cada uno de los empleados de McDonalds a los padres.
Una de las características de los empleados de McDonalds (aquellos con posibilidades de ser Empleado del mes) tiene que ver con una ausencia de la imagen paterna muy fuerte y trágica (no en todos los casos). Minusválidos emocionales que necesitan de un conjunto de ordenanzas y pequeñas reglas protocolares que nunca antes habían tenido. El Encargado de un local, apenas se recibe de Encargado, comprende (y aplica) que para lograr el mejor desempeño de un empleado hay que someterlo al castigo máximo por cada error cometido; el escarnio público.
Esa regla de oro, se respeta en cada local. Si mirás al que pasa el lampazo vas a darte cuenta que su rostro no es reflexivo por conciencia de clase; está siendo discriminado por mal desempeño perdiéndose la diversión que implica estar sirviendo al cliente detrás de la caja.
No lo vas a preguntar inocentemente en el primer McDonalds que te metas:
-Disculpe, ¿usted es el Encargado del local? ¿Acá también son unos sádicos de mierda?
Por supuesto que no.
Alguien, de adentro, te lo tiene que contar, que lo haya sufrido en carne propia, que haya sido testigo de semejante muestra de bondad.
-A nosotros no nos educaban- me aclaró Amanda después de abrazarme y apoyar su cabeza en mi pecho lampiño- a nosotros ahí adentro nos cuidaban como en ningún otro lado. Y eso se agradece, Lucas.

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uno / dos / tres / cuatro / cinco / seis

martes, febrero 26, 2008

Largo camino, pequeño saltamontes - Seis

Amanda tenía 21 años. Era muy joven para mí. Por un lado me gustaba. Por otro lado; me gustaba mucho. Sin embargo, su capacidad para escuchar mis penurias de cartón me asustaba... demasiado.
Las mujeres que te escuchan mariconear y quejarte por tu vida desgraciada son peligrosas.
Eso todos lo saben.
Porque hay muy pocas inocentes boludas que te escuchan como si fueran Heidi. A los 21 años tenés una conciencia tan práctica y un estoicismo basado en la fuerza de voluntad y energía tan desmesurada que escuchar a un viejito de 30 quejarse de su vida horrible y sueños frustrados es algo para lo que vienen preparadas. Entre ellas, amigas, madres, abuelas, tías, etc, se pasan el dato y se entrenan para oír el llanto del niño que no cumplió con los planes que tenía a los 20 sobre su vida de los 30. Las mujeres que te hacen creer que te están escuchando para contenerte son tan peligrosas como una jauría de lobos rabiosos a la vuelta de una granja.
Y en ese punto hay que estar despierto.
Quejarse es muy fácil. Y saber que todo alrededor es constantemente mediocre, también. ¿O por qué te pensás que “el mundo fue y será una porquería en el 510 y en el 2000 también”?
La queja es un narcótico peligroso. Cuando te embarrás y te das cuenta que del pantano no salís sino con cuerda de acero te queda una sensación de desprotección, de solo frente al mundo, de imbécil bueno para nada, de sietemesino con cáncer que algunas mujeres se entrenan para “contenerte”, “sacarte del pantano”.
Y no es contención lo que hacen. Es un maquiavélico plan que consiste en arrancarte de las garras de la autocompasión y apatía para desviarte, sin que lo notes, al enchufe 220 del sistema y empieces a producir, a trabajar, hacer dinero, armar un plan previsible de bienestar constante que solo se detenga en los momentos en que el mundo se cae a pedazos para, luego de sobrevivir a duras penas y de la mano de ellas, tus salvadoras; vuelvas a empezar de cero con un nivel de dependencia de tu mujer objetivamente vergonzoso.
¿Te sentís un poco aislado de este mundo? Conseguí una mujer que te escuche. Cuando te quieras dar cuenta de lo que estás haciendo te vas a ver al espejo y encontrarás un hombre dispuesto a matar por su mujer... si ella se lo ordena.

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uno / dos / tres / cuatro / cinco

lunes, febrero 25, 2008

Largo camino, mi pequeño saltamontes - Cinco

Fase 1: McDonalds más cercano.
Fase 2: ubicar a las mujeres bonitas.
Fase 3: entrar en contacto con ellas.
Fase 4: intercambiar datos tristes de la vida; lograr empatía.
Fase 5: sacarla del local a lugar público fuera de horario de trabajo; plaza, café, shopping, Florida y Lavalle, Costanera Sur (en fase avanzada, antes de la siguiente).
Fase 6: meterla en lugar íntimo rodeados de gente; cine, teatro, recital acústico (no agitar con rock ni punk ni ska; importante, no ahora).
Fase 7: cena romántica; zarpazo, telo, sexo duro, antes de acabar “te quiero” (importante, jamás te amo en esta fase).

Tips:
para las primeras fases tratar de no dar lástima. No es sexy.
Ubicarse en un punto intermedio entre la resignación y el suicidio.
Los comentarios no deben ser pesimistas; tratar de ser realista.
Decir la verdad siempre hasta la cena romántica. Esa noche, antes del zarpazo llenar el aire de propuestas, sueños, jugar a reírse con ella y no de ella.
Decir que la vida que lleva es un engaño, que la vida conmigo es mucho más interesante.
Despertar curiosidad en todo momento. Pausar el discurso, no hablar muy seguido pero tampoco hacerse rogar.
No hacerse rogar.
No hacerse rogar.
No invitar, el machismo no seduce antes de la fase 7.
Intentar, por todos los medios, que se abra casi completamente. El casi es regla de oro.
No soy un hijo de puta.
No soy un hijo de puta.
NO SOY UN HIJO DE PUTA.

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uno / dos / tres / cuatro / cinco / seis

domingo, febrero 24, 2008

Aviso

A los que siguen Largo camino has de recorrer... les cuento que se publica los días de semana, no los fines de semana.


Comuníquese.
Archívese.

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uno / dos / tres / cuatro / cinco / seis

viernes, febrero 22, 2008

Largo camino, mi pequeño saltamontes - Cuatro

Durante dos días me convertí en zombie. Durante dos días estuve muy preocupado porque pensaba que todo era mi culpa. Pensaba que no podía armar proyecto alguno con una mujer interesante y pensaba que estaba completamente out of my mind porque mantenía firme la obsesión por McDonalds.
Empecé a ir una vez por día en mi horario de almuerzo el lunes posterior a la mudanza. Ese que está debajo de la autopista, en la esquina de Libertador. Al principio me molestaba volver a la oficina con olor a queso derretido, hamburguesa de plástico y ketchup rancio de comedor escolar. Al principio. Después, descubrí Splash pour homme. Un gol de media cancha sobre el minuto final.
- Se pide por internet, te lo mandan en una caja bastante bonita.
Eso fue lo que me dijo. El cartelito decía Amanda. Lindo nombre pensé. También, cuando le conté que mi jefa estaba muy agradecida por la línea Endless Lov que le regalé para coimearla por mi bajo desempeño, me sonrió sin timidez y aclaró:
- Viste, todo por un café.
El martes, segundo día de excursión en McDonalds, Amanda se había acercado a dar un lampazo en el piso con tanto sigilo que la descubrí por su aroma. Tenía un olor a sandías que me recordaba a mi abuela Ruperta y su jardín de frutas plantado con mucho amor y tierra negra. Amanda me vio preocupado y me preguntó si quería cambiar la cara de zombie.
- ¿Querés cambiar la cara de zombie? Te regalo un café.
Cuando lo sirvió me di cuenta que todavía sostenía el secador:
- Pedí café para acompañar el almuerzo. Así puedo servirte varias veces.
Al tercer día de hablar, jueves 13.25, segundo café, me dio la página de Body Splash y me ordenó que pida Egoist Plat.
Al lunes siguiente, una semana de haber llevado a la práctica mi obsesión, tenía nuevamente un contacto y debía empezar la fase 4 del plan.

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uno / dos / tres / cuatro / cinco

jueves, febrero 21, 2008

Largo camino, mi pequeño saltamontes - tres

Nuestros sábados eran especiales. Mucha revista cultural, mucho café con leche y medialunas y mucho pero mucho sexo. Arrancábamos a las 6 de la mañana y terminábamos a las 10. Se reía mucho y como no hacía tanto calor pero un poco si, el ventilador era el somnífero que aflojaba las piernas y las descansaba para la siguiente embestida. Parecíamos toros. Una brutalidad bestial, un agite desmesurado, con bravas lastimaduras y lágrimas de sangre por movimientos bruscos.
Enfrentarla erguido, con la panza flaca de abdominales blandos, era ir a la guerra sin casco. A veces volvías, otras veces el campo de batalla te abducía, te desaparicía. Entonces hablábamos.
Aquél sábado de mudanza, el flete estaba pedido para las diez de la mañana. Una traición, si querés. No habría posibilidad de despedida. Ella lo sabía, sabía que no podía irse sin despedirse de mí aunque me haya fracturado en 23 partes cuando me dijo que sí, me mudo el sábado. Por cómo me miraba mientras guardaba los libros en cajas de televisores de 29 pulgadas, supuse que por dentro lagrimeaba con ganas.
- Somos bastante promiscuos- me acerqué.
- Siempre fuiste más promiscuo que yo- no me miraba.
- Este libro es mío - y agarré un Kamasutra escondido; las posiciones letales.
- Ese libro es una pena. Nosotros también.
- Quisiera despedirme.
- Es tarde, por favor, no empieces. No hagas más complicado…
- Más complicado - interrumpí - Más complicado va a ser verte para la despedida después.
- No creo - murmuró y se me aceleró el corazón justo en el momento en que sonó el timbre.

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uno / dos / tres / cuatro / cinco

miércoles, febrero 20, 2008

Largo camino, mi pequeño saltamontes - Dos

Nos peleábamos por cualquier cosa así que decidí encarar por el lado que mejor conozco: dormir con ella se transformó en un objetivo tan importante que ni siquiera sentía placer. Podía mantenerme en la primera fila del túnel, siempre, pero ya no sentía placer. Enseguida se transformaron en maratones tan creativas que nos causó gracia haber perdido tanto tiempo antes. Hoy en día uso cada una de las técnicas aprendidas en esas noches de furioso entrenamiento. Hoy siento placer.
Le gustaba tomar helado después de coger; de dulce de leche y banana split. Tenía el freezer lleno de helados. El mismo gusto repetidas veces.
-¿No te parece un poco exagerado tanto pote?
-Hubiera pensado que dirías demasiado optimista.
Siempre contestaba cualquier cosa. Hablar de McDonalds iba a complicarse tanto que me relajé un par de días porque sentía demasiada fiebre obsesiva.
Durante las dos semanas que duró nuestro paraíso sexual ella contactó con un ex-novio que le mandaba mails para volverse a ver. Sus mails eran venenosos y resentidos. Una fábrica de ira deplorable; ciclotímico, invasivo, rompebolas. Igual, esa semana, le contestó.
Nos vemos en la plaza de siempre, ¿te acordás todavía?
Ella quería saber por qué tanto encono. El ex pedía tantas explicaciones que, con el deseo sexual satisfecho, ella se propuso dar.
Pero claro... volvió hecha una piltrafa. Me acuerdo todavía y me entristece. Lo hablábamos todo. Lo discutíamos todo. Antes de hacer cualquier cosa que machacara la mutua confianza la discutíamos abiertamente. Cuando volvió me di cuenta que ya no estaríamos más juntos. Cuando volvió le habían retirado de su cerebro el caracter belicoso que tenía conmigo. Cuando volvió, arrastrada de amor, derretida de culpa, angustiosa pero inofensiva, me di cuenta que no podría poseerla nunca más.
-... y me preguntó si quería irme a vivir con él.
-¿Y qué le dijiste?
-Que sí. Me mudo el sábado.

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uno / dos / tres / cuatro / cinco

martes, febrero 19, 2008

Largo camino, mi pequeño saltamontes - Uno

Vamos a trabajar en equipo. En el edificio de la vereda de enfrente a mi casa hay una oficina en la que treinta tipos no mayores de 25 años se la pasan gritando desde las 8.30 hs.
Gritan cosas como
"¡Buen día a todos!"
Y esos casi treinta responden
"¡¡Buen día!!"
después ese mismo, que vendría ser el coordinador, vuelve a gritar
¿¡Cómo estamos hoy!?
¡¡¡¡Bien!!!!
¿¡Cómo estamos hoy!?
¡¡¡¡Bien!!!!
¿¡Cómo estamos hoy!?
¡¡¡¡Bien!!!!
Me los imagino, cinco minutos después de empezada la sesión de entrenamiento de futuros encargados de locales McDonalds, mujeres con el culito parado, famélicas, pelo atado, transpiración en la frente, olor a perfume de sandía, pibes forzudos con camisas blancas grises por la humedad, agitados, enajenados, listos para cometer un asesinato si se los ordenan. Porque para mí que ahí adentro les lavan el cerebro.
Tenía un amigo al que le decíamos que tarde o temprano le iban a lavar el cerebro y pronto tuve que callarme esos planteos porque me presentó una chica que (tiempo después) me enteré que trabajaba en McDonalds. Así que con ella no se podía hablar del fascismo doble carne doble queso. Una pena. Cuando me acostaba con ella la miraba dormir y me imaginaba todas las cosas que sabría del negocio de la carne, los sueldos reales que pagaban, las consecuencias de ser el empleado del mes, por qué nunca pedía hielo con las gaseosas cuando íbamos al local de Flores, adónde irían las hamburguesas que no se venden, quien guarda la llave de la caja fuerte... tantas cosas me imaginaba cuando ella dormía. Mis sueños se moldeaban según la inquietud de esa noche.
No fue del mejor sexo que tuve en mi vida, ni mucho menos. Lo extraño de eso fue que decidí no-terminar-la-relación porque necesitaba más datos de McDonalds... y no me iba a ir con las manos vacías.

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uno / dos / tres / cuatro / cinco