En alguna mesa de noche literaria le pregunté a Levín si “
Los Pacoquis” era un chiste, un juego y respondió un ‘no’ de o larga seguido de una risa pícara. Ahora termino de leerlo y también me río; si pudiese ir a esa mesa le contestaría a su risa con lo opuesto a un chistido.
En
Los Pacoquis Levín juega con las palabras y las palabras lo acompañan contentas, bailan, hacen el poema respondiendo a los distintos juegos que les propone sin vaciarse de sentido sino al contrario.
Moviéndose con agilidad entre la dulzura y la acidez, dialoga con la presencia de
los pacoquis en su ‘casa’ para definir su propia presencia.

Me enrostran de a todos –en principio
de acción y reflexión-
y soy el
príncipe de la acción y la reflexión-
especulo. Me busco. en tus mis ojos. Especulo,
dice. Esa forma que él no es –
los pacoquis- se vuelve herramienta para mostrar el lugar que elige, para decir el desprejuicio, como forma de vivir la escritura, instalando un equivalente a la dicotomía
bilardismo/menottismo en el campo literario, si se quiere.
Los Pacoquis no es un juego y mucho menos un chiste, éstas sólo son las armas que toma para hacer el poema (que es casi un manifiesto) y para mirarle los ojos a la literatura.
Levín elige la forma descontracturada, la fiesta, y como al silencio en la poesía,
le va bien.