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lunes, julio 28, 2008

Camino de Cintura

Por María Bernardello
ciclicaycuadrada@gmail.com
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No llueve más. El sol se filtra entre las nubes. Manejo por el camino de cintura. Trabajé todo el sábado y deseo llegar a casa. Suena el celular: una Lambada. ¿Por qué suena con ese timbre? No atiendo. Acelero y suena otra vez. ¿Quién mierda es Lambada? Atiendo.
–Mariela, vení, Julián está sacado.
Bajo la velocidad. Nada me molesta más que me llame esta mujer llorando. Es mi cuñada. Se llama Marta pero se cambió el nombre por una cuestión de marketing. Hace diez días mi hermano, ella y la beba de seis meses se instalaron en el spa, dicen ellos: casa grande de papá y mamá, mucho verde, aire puro, pileta y mucama, solo por unos días, porque le hace re–bien a la beba.
–¿Qué tomó? – le pregunto a Dalila por preguntar. ¿Qué va a tomar? No voy a meterme esta vez. No soy la Madre Teresa de Calcuta ni la Virgen Desatanudos. Rescatate Ryan, decía mi ex, jactándose de su propia miseria. También me lo decía a mí, cuando me ponía densa y lo cuestionaba. Miro por el espejo retrovisor. Un camión me quiere pasar.
–Tranquila, nena – le digo a Dalila – ¿Qué pasó?
–Tomó Fernet, en el asado –dice ella– Llegamos acá –al spa, pienso–, discutimos, y al rato se fue a la casa de un amigo, con la beba. Cuando volvió apestaba. Le importó un pito todo. Se cagó en el tratamiento, en nosotras, en todo ¿entendés? Se zarpó y me pegó – Dalila llora.

No necesito detalles de la escena. Una gota alcanza para perderse y mi hermano se perdió, otra vez en lo de siempre. El ruido de los camiones sobre la ruta pegajosa me da escalofríos.
Paro en la banquina, cerca de una YPF. Me quedo en silencio. Bajo la ventana y prendo un cigarrillo. Juego con el humo. Dalila llora, habla y no la quiero escuchar. Veo el cartel de la YPF y puteo el día que lo conocí a mi ex. –A veces toma un poco, como todos – me dijo mi amiga ese día, en un AM.PM como éste. Como todos. – Todos toman – me dijo – un poco, solo en las fiestas, para escaviar y no quedar doblados – dijo eso, aquella vez, mi amiga. – Sí, un poco – dije yo –, mientras no sea siempre y lo puedan controlar.
Este camino está lleno de luces rojas y rayas de autos que pasan. Todo lo demás es gris y apelmazado como la virulana. Es el Camino de Cintura. Observo la ceniza del cigarrillo, larga, levemente torcida hacia abajo. Sacudo los dedos y cae. Me gustaría ser un vicio tailandés, flexible y terso, para que me la metan por todos los agujeros posibles, por los ojos, por las orejas, por la boca y que me paguen por coger. Miro hacia las putas que están paradas a metros de mí y siento una tristeza doméstica. Mansa. Cintura y cara de vicio no te falta, decía mi ex. Giro la vista hacia los monoblocks. La ruta del vicio.
– ¿Ves ahí? – señalaba – Esa mina es un vicio tailandés, flor de puta. ¿Ves? – me decía – Atrás hay una planta potabilizadora.
– ¿Dónde? – decía yo – Eso es un monoblokc.
Él se reía y aclaraba:
–¡Ahí, la cortan, nena!

–No me merezco esto, mi hija tampoco – dice Dalila, mientras solo pienso en ser un vicio.
–Ni vos, ni nadie se merecen malos tratos – le digo y pienso en mi hermano desesperado, solo como un huevo frito a punto sobre las milanesas caseras que preparaba mi mamá. Siento la avidez en la garganta y me zumban los oídos.
–Es un violento – dice Dalila.
–Julián está enfermo – le digo – ¿Llamaste a tu psicóloga, a tu padrino? ¿Llamaste a alguien del grupo de Julián? Ellos te pueden ayudar mejor que yo – pero no escucha. Hago preguntas que no contesta. Sólo habla de él, de lo mucho que tomó.
–Julián no toma, la fuma – le digo – se le acaba rápido. Cuando se quede sin plata va a volver. No pienses más en él.
Juego con mi encendedor amarillo. Lo prendo y lo apago. Huelo el gas del encendedor. Julián es el artesano de las pipas de metal. Desarma encendedores, les quita el gas. Hace unas pipas con bombillas de mate y filtros de virulana. Mezcla el gas líquido con bicarbonato, prepara una pasta que calienta y la fuma en vapor. Quieto, sus ojos de acero. Lo imagino suspendido por dos alas de virulana, que son sus pulmones y su corazón vacilante en la soledad incolora.
Julián expone sus llagas y avispa mi oscuridad. Prendo otro cigarrillo para no recordar. Quiero llegar a mi casa, besar a mis hijas, abrazarlas. Decirles que las amo. Pienso en mi mamá y su silencio. Ella nunca me dio besos ni me abrazó. Siempre neutra e indiferente. Dejá de llorar, me decía, querer es poder. El problema es que vos no tenés constancia, me decía mi mamá.
– Te paso a buscar – le digo a Dalila y sigo las rayas rojas sobre el concreto gris.
–No me puedo ir. Me mata si me llevo a la beba – me dice – él quiere que la beba se quede acá –y lo único que puedo decirle es lo que pienso:
–Te entiendo – le digo – quisiera ayudarte pero no puedo meterme. Si que-rés te paso a buscar y si no encerrate en la pieza y no salgas más de ahí. Pensá en tu beba, en cosas lindas.
Cosas lindas, repito en voz baja, y leo un cartel que titila azúl eléctrico: Habilitado. Más vicios, pendejas en una vereda, gordas en la vereda de enfrente. Llueve o truene estas mujeres se clavan ahí, se dejan usar por cinco miserables pesos de cualquier camionero. No parecen lo que son. Pienso en el uso habitual, en el abuso, en la falsa confianza y no tener miedo de nada.

–Empezó con lo de siempre. Se cree que me cojo al jardinero – dice Dalila– al piletero, a cualquiera. Me salió con Radar, dice que hay una nota no autorizada sobre unas fotos de él, que le hackcearon la computadora y alguien le publicó unas fotos. Está re loco, Mariela. No se qué hacer.
–Es la persecuta, flaca. No le contestes. No te prendas en su delirio – le digo cansada –: encerrate en la pieza con tu bebé y tratá de dormir.
–Tengo miedo... ¿y si tira la puerta abajo? No puedo más.
–No va a romper nada. Es importante que entiendas esto: ahora no podés hablar con él. Ahora no es momento de hablar porque no te escucha, porque no quiere escucharte. ¿Qué hace la beba? – pregunto.
–Duerme. Está tranquila, pero cuando lo escucha a Julián se estremece – me cuenta y llora.
–Bueno, preparate un té. Un té de tilo, o de melisa. Encerrate y, si aparece Julián, hacete la dormida. Si estás dormida mejor. No le hables. Vos tranquila. Tengo que cortar. Cuando esté cerca te llamo y paso – corto y siento alivio.
Bajo la ventanilla. Voy despacio por la banquina, dejo que el viento me pegue en la cara. Cede la ansiedad. Fumo. Llamo a mi novio. Le cuento sobre el bardo de mi hermano y Dalila, de las pendejas putas.
–Vayamos a un telo – le digo – dale, para gritar.
–Después vemos que hacemos. Andá a ver a tu cuñada y a tu sobrina. Si querés yo te acompaño al spa – me dice él. Le agradezco y corto.

El portón del spa está abierto. Estaciono y bajo. El A6 sale marcha atrás. Es el auto de mi papá. Mi hermano se asoma por la ventanilla.
–Puta histérica – grita – Esta loca de mierda me pegó. Delante de mi hija me faltó el respeto. Le vino la regla, por eso me rompe las pelotas. Que se meta una cofia en el culo. No la soporto más. Salí pelotuda –me grita a mí ahora – correte.
Veo sus ojos azules negros. Dos agujeros negros. Quiero abrazarlo pero grito más fuerte que él:
–¿Qué pretendés? Estás sacado. No le podés pegar a tu mujer, es la madre de tu hija – camino hacia mi auto. Vuelvo y le digo
–Con este auto no te vas. Llevate el tuyo si querés pero con el auto de papá no te vas.
–Correte idiota. Tenés razón, me voy en mi Farlain, ¿así te gusta? – me dice.
Respiro. No pienso. Deseo que no le pase nada. Dalila parada en la puerta me mira desorbitada. Tiene un bolso marrón colgado, y en los ojos poca confianza.
– ¿Yo qué hago? – me pregunta.
–No sé flaca, llamala a mi mamá – le digo.
–Está en Punta del Este.
–Que vuelva, que venga a hacerse cargo de lo que le corresponde – grito – y vos – le digo a Julián – no te vas.
Le pido por favor que se quede y se duerma. Cerca, muy cerca de mi boca me dice:
–Dejame en paz – apoya su frente contra la mía – YO no te llamé. Metete en tu vida.
Pongo los dedos en ele. Disparo en mi boca y le grito
–Matate y no me avises, pendejo.
–Fleco – me dice – sos Fleco.
Julián acelera su auto y se va. Dalila llora. La casa abierta. La beba adentro sola.
Agua, necesito un vaso de agua fría. Tengo náuseas. Tozo y quiero escupir.
Entro el auto de papá, cierro puertas, ventanas, portones.
–Dalila, después si querés me contás todo pero ahora tengo hambre y ganas de ver a mis hijas. ¿Venís conmigo? ¿Qué pensás hacer? Me esperan en casa – le digo.
–Yo no me pienso ir – me dice, enojada – Llamé a tu abuela.
Le doy un beso. Me acompaña hasta la puerta. Subo a mi auto.
Mi abuela tiene ochenta y dos años y vive sola. Tozo y lloro y balbuceo como en un absurdo: soy yo, soy yo. No es mi culpa.

domingo, abril 13, 2008

La Contrarreforma # 3



y mi humilde participación

[...]

Saber a quién le mandás un mail es importante. No podés ser tan queso. Tenés que, por lo menos, evitar las erratas, poner acentos, averiguar si hay editor general o no hay editor general. Tenés que saber si es una editorial de ensayo, narrativa, poesía, lo que venga. Si te cobran para editar, si te pagan por adelantado o te hacen un contrato (en este caso, cuánto dura el contrato), si no te cobran nada, si los libros los venden en librerías o por encargo o por Lulú (tenés que conocer Lulú). Saber si se despegan de la edición o te guardan libros en un depósito a la espera de que los vengan a buscar. Tenés que saber si los distribuyen en tu ciudad o solo en los centros urbanos. Saber si la editorial consigue reseñas en medios gráficos, virtuales o diarios.
Tenés que saber si el guante que buscás te calza, básicamente.

lunes, septiembre 10, 2007

Las Cañitas también existe

publicado en
[Editorial Funesiana]



Masticando un poco de glamour
cuento sobre el barrio
Las Cañitas
escrito por Súper Loyds

Mi vida y la de mi familia, hasta los 30 años, transcurrió en 20 cuadras a la redonda. En realidad hasta mis 25 vivimos siempre en un primer piso interno bastante oscuro pero muy amplio, que supo ser el punto de reunión obligado: mis amigos al día de hoy lo recuerdan con más nostalgia que yo mismo. Y ojo que cuando paso por la puerta de servicio todavía me veo vendiendo revistas viejas con mi hermano para juntar plata para las vacaciones. Me acuerdo que mamá iba al supermercado y compraba galletitas para todos. El enorme cuarto que compartíamos los varones fue convertido, sucesivamente, en batalla de soldaditos, cancha de fútbol, frontón de tenis, escalectric y pista de patinaje, hasta que un buen día nos volvimos grandes y le plantamos un placard divisorio en el medio, para hacer realidad el sueño del cuarto propio. Después mi hermana se casó y hubo un enroque general: papá y mamá ocuparon nuestro cuarto grande, mi hermano el que dejó agustina y yo el de los viejos. Con juaco copamos aún más el departamento, lo transformamos en una especie de pre boliche, era habitual llegar y encontrarnos con un par de amigos: daba lo mismo que estemos o no, mi vieja les abría la puerta y los vagos se quedaban ahí tirados comiendo alfajores y jugando al super nintendo. Y alguna que otra noche, armamos un casino con ruleta, póquer, black jack y punto y banca. Espectacular. Pero esa es otra historia, otra casa, otro barrio.

Un día mis viejos se separaron y el departamento se vendió. Partimos entonces con mamá y juaco a uno mucho más chico, a unas siete cuadras. Yo perdí el sorteo con mi hermano y me tocó dormir en un diminuto y helado cuarto de servicio. Pasamos varios años ahí, pero empezamos a reunirnos en casas de otros. Ya no era lo mismo. No había plata para latas llenas de galletitas ni espacio para casinos ni pre boliches y sólo permanecíamos en el departamento el mínimo tiempo indispensable. Hasta que juaco y yo, casi simultáneamente, nos dimos cuenta que ya era tiempo de vivir solos, de entrar y salir sin preguntas ni respuestas: ¿adónde vas? ¿volvés tarde? ¿venís a dormir? ¿dónde andabas? ¿qué hiciste? ¿por qué tenés los ojos tan colorados? Un verdadero placer, pese a que mi vieja no nos rompía mucho las pelotas. Yo tuve la suerte de toparme con una amiga de mi hermana que se iba a vivir afuera. Remataba auto y genial departamento con patio. A pesar de lo barato que estaba el alquiler, yo no llegaba a pagarlo. Pero pude comprar el auto con todos mis ahorros: un volkswagen golf bordó, modelo 96. Una joyita. Mi primer auto. Una lástima que me lo robaran a los cinco días sin siquiera haber hecho la transferencia. Pero esto al menos sirvió para que la vendedora se apiadara de mí y me bajase la cuota del alquiler. Dos años maravillosos pasé haciendo asaditos en ese patio que era un oasis en medio de la ciudad. El departamento, que tenía además dos ambientes, quedaba a 4 cuadras de lo de mamá, a 11 del viejo primer piso interno, a 1 de donde se había mudado juaco, a 4 de lo de mi hermana y el marido y a 5 de lo de mi viejo. Aislados pero juntos. Separados pero cerca. Viví solo como un año y medio y lo recomiendo. Después me enganché fuerte y me puse de novio. Los últimos seis meses ella se fue instalando y ahí quedó, al no ofrecer yo mucha resistencia. Comimos perdices por un tiempo hasta que un día el hermanito de la dueña de casa, un boludo marca cañón, se casó y no tuvo mejor idea que pedirme el departamento.

Mi chica de entonces era modelo y recepcionista en un restaurante en la zona de las cañitas y el destino hizo que un conocido me ofreciera un departamento justo a unas pocas cuadras, en el corazón del barrio fashion, detrás de las canchas de polo. Así que sin pensarlo demasiado partí detrás de mi modelo y de un glamour que hasta esos momentos me había sido esquivo. Mi familia me dijo: ¿a las cañitas te vas? ¿tan lejos? Pero la verdad es que era barato, no me pedían garantía ni depósito, la vista era genial y tenía pileta. Me encontré entonces con una fauna muy particular.

Un habitante típico de las cañitas tiene menos de 40 años o lo aparenta. No hay viejos en el barrio, a lo sumo pendeviejos o la clásica señora toda operada. Para vivir en este barrio tenés que ir al gimnasio y, preferentemente, hacer pilates o andar en rollers. Ser gordo es inaceptable, a no ser que tengas una ferrari o un audi TT. Hay que estar siempre a tono con el bronceado, tener i-pod y, de ser posible, un perro chiquito con algún nombre fashion para sacar a pasear junto con la modelo. Como vimos, un buen auto (nave) es muy recomendable, tanto como usar la ropa (de marca) holgada y tener un look prolijamente desalineado: barba de tres o cuatro días, pelo batido, medio parado con un poco de gel, a lo beckham. Nunca, pero nunca, usar corbata, levantarse temprano o llevar el celular en una funda colgada del cinturón. Si vivís en las cañitas no te gusta trabajar ni tener jefe. A la hora de salir se hace una recorrida por los bares y restaurantes de la calle báez y se termina, la mayoría de las veces, comiendo sushi. Cada tanto, además, hay que ir a alguna fiesta electrónica, con precintos vip de acceso irrestricto y un bicho en el bolsillo, por supuesto. Algunos exponentes del barrio: guillote vive con una colorada que sale en la tele en el edificio chenaut boulevard, el zorrito quintiero (bajista de los ratones paranoicos) regentea dos o tres boliches gastronómicos sobre la calle báez y no es raro ver pasar al mismísimo diego fumando un puro a bordo de un mini cooper negro. Modelos de segunda línea hay a montones, te cruzás a una por cuadra, altas, flaquísimas, yendo de un casting a otro con sus caras de estar oliendo mierda todo el tiempo. Los extranjeros también están a la orden del día y como hay que cuidarlos, una fuerte presencia policial los vigila a toda hora. Por eso las cañitas y puerto madero son los barrios más seguros de la capital.

Pero por suerte se puede no pertenecer, porque hay una forma alternativa de disfrutar del barrio. Para eso hay que arrancar de día, cuando el ruido y las luces se apagan y los nocheros duermen. A esa hora en que florecen los árboles y se huele todo el verde, uno puede caminar las veredas e ir descubriendo esos rincones olvidados de lo que fue un barrio con todas las letras. Y eso hice estos últimos dos años, además de degustar los distintos manjares que me ofrecieron sus calles. Por eso terminé cambiando a la modelo por una pequeña hippie que estudia bellas artes y ahora vuelvo a casa después de dejarla con su bicicleta en la estación lisandro de la torre. En un camino gourmet de regreso a mi departamento, quizás por última vez, interpreto esta especie de sub barrio, incluido en palermo por algunos y en belgrano por otros, pero desclasificado, como lo sospeché, por el compilador de esta antología. Síganme los buenos, detrás mío por favor.

Cruzando libertador desde la estación podemos ver la única YPF que hay en la zona y el comienzo de uno de los boulevares, el de la calle olleros. Justo en el medio está el mejor kiosco de revistas de todo el barrio, el único donde podés encontrar, por ejemplo, el diario de poesía, la mujer de mi vida, oliverio, el pasajero y la playboy cuando está agotada. A mitad de cuadra nos encontramos con la copa de oro, un restaurante de los de antes, con los mozos vestidos de blanco, donde se puede comer cualquier cosa a precios muy accesibles. Al llegar a la esquina vamos a doblar a la derecha en migueletes, por más que mi departamento quede en dirección opuesta. Es que quiero llevarlos a la única panadería de la zona que vale la pena, justo en la esquina de migueletes y federico lacroze: pan, facturas, masas, bombones, sánguches de miga, todo lo que elijas es rico. Volviendo a nuestra hoja de ruta, tomemos migueletes hacia el otro lado de olleros. Pasemos por la puerta de megatlón, el gimnasio fashion, donde los habitantes prototipo de este barrio concurren a tornear sus musculaturas, y vamos a llegar a la esquina con maure, donde está la mejor heladería del mundo: persicco. Cargo un cucurucho con mascarpone y tarta de limone y seguimos la recorrida. Si insistiéramos por la calle migueletes llegaríamos a día, el supermercado del ahorro, donde hago habitualmente las compras, pero esta vez vamos a doblar por maure hacia el lado de luis maría campos, alejándonos de libertador. A los pocos metros nos encontramos con al queso queso, un local que vende exclusivamente productos para picadas, desde quesos y salames caseros hasta ahumados patagónicos. Cruzando la siguiente calle, soldado de la independencia, luego de un kiosco rojo que parece una coca cola gigante llegamos al coto, el mega supermercado de la zona. Y en la esquina siguiente, sobre la calle arce, se erige el solar de la abadía, un shopping medio pedorro que es visita obligada para los típicos especimenes del barrio. Nosotros, en cambio, vamos a doblar a la izquierda por soldado hasta el 851, porque ahí está uno de mis lugares favoritos: epicúreos. Se trata de un local especializado en vinos y cigarros, donde uno puede sentarse a leer todos los diarios y revistas habidos y por haber mientras degusta distintas copas y fuma un grueso habano importado de cuba. Suelo pasarme tardes enteras ahí los fines de semana y, aunque no es de lo más barato, ya todos me conocen y me hacen descuento. Pero sigamos caminando por soldado, porque al llegar a la próxima esquina con jorge newbery nos encontramos con un local de havanna, ideal para tomar un rico café acompañado de algún alfajor. A media cuadra de ahí, hacia libertador, está el paseo la cuadra, una antigua caballeriza ahora techada y convertida en un paseo de negocios. En el centro hay sillones y mesitas para sentarse a tomar una cerveza y hasta una pista de baile, donde los domingos a la noche dan clases de tango. Nosotros vamos a seguir una cuadra más por soldado y vamos a pasar por la zoila, un lugar que ofrece comidas típicamente argentinas (locro, carbonada, humita, tamales), para llegar luego a la calle matienzo. Cruzándola y a los pocos metros nace san benito de palermo, tal vez el pasaje más transitado de la ciudad, porque es salida vehicular obligada hacia libertador. Pero si doblamos por matienzo a la derecha llegamos a arce, la calle de mi departamento. En esta esquina empiezan los edificios militares de matienzo, que ocupan casi toda la manzana. Antiguamente, en ese mismo lugar, había terrenos baldíos con cañaverales y yuyos que se extendían hasta libertador y eran conocidos como el campito, donde jugaban los niños. Pensar que ahora, o al menos hasta hace unos años, la calle matienzo se hizo célebre por ser el lugar indicado para ir a comprar merca. Pero muchos años antes el barrio estaba lleno de caballos y establos. De hecho, enfrente mismo de los edificios militares, sobre arce, donde hoy está la escuela armenio argentina, existía una caballeriza llamada el picadero. Si tendrá historia este barrio que hay quienes dicen que uno de los más famosos cuentos de borges, hombre de la esquina rosada, transcurre en las cañitas, claro que en épocas de malevos y tangueros que se disputaban mujeres y las peleas eran cosa de todos los días, cuando el arroyo maldonado corría libre entre los cañaverales y no entubado bajo el asfalto, antes de ser un barrio de luces y bullicio, antes de ser las cañitas de moda y glamour que hoy la gente conoce.

Pero continuemos nuestro periplo, porque en la misma cuadra de la calle arce, a la altura 675, antes de llegar a la calle eslovenia, podemos parar en la parrilla anti fashion la posta, a comer el mejor y más barato asado de la zona. Y ahí nomás, cruzando eslovenia, justo en la esquina, ver uno de los kioscos más viejos del barrio que parece un almacén de ramos generales, hasta garrafas venden. En esa cuadra de arce se encontraba hasta hace unos años el mítico engelberg, un boliche que supo brindarnos a mí y a muchos de mis amigos, nuestras primeras caricias femeninas. En su lugar, y se me pianta un lagrimón, están construyendo hoy un mega edificio que ocupará el setenta por ciento de la manzana. Frente a la imponente obra está el supermercado chino y, más allá, llegando a la esquina con ortega y gasset, dos farmacias, una moderna y otra de barrio, pegadas una al lado de la otra. Ya sobre ortega y gasset empiezan a proliferar los restaurantes de todo tipo. Voy a mostrarles solamente los recomendables. Al 1700 se encuentra el bagual, mejor conocido como el último bodegón de las cañitas. Las pocas veces que salgo a cenar, en general voy ahí. Es un galpón con mesas cluecas y recortes de diarios viejos pegados en las paredes, que ilustran jornadas turfísticas del hipódromo de palermo. En el frente pintado de muy llamativos colores, puede leerse una suerte de poema que dice así: “sos hijo de la nostalgia / bodegón de las cañitas / que conservas en tu nombre / viejos valores de vida / tu gran patio que recuerda / a una época florida / un verde que tranquiliza / a la mesa compartida / te has negado a lo moderno / en un barrio de progreso / tienes la fibra de un árbol / aquerenciado a su suelo / seguirás siendo por siempre / el bagual de las cañitas /y aunque te quieran borrar / tu vida será infinita”. A una cuadra de ahí, en el 1880 de la misma calle, es lo del alemán, bodensee, quizá el restaurante más viejo del barrio. Fundado en 1925, cambió de dirección varias veces hasta recalar en las cañitas en el año 1977. El dueño es rubén pfarherr, que entró a trabajar en el 59, a los 15 años, como peón de limpieza. Ahora recorre las mesas mientras la gente sentada degusta un goulash con spatzles o alguna otra especialidad de la casa. El alemán es verborrágico. Basta, por ejemplo, que me vea interesado en la historia del lugar, para que me haga toda una cronología con lujo de detalles y me cuente que él escribe poesía y que no se qué vínculo familiar lo une con rafael bielsa. Cuando le comento que bielsa también escribe poesía, me contesta que ya sabe, pero que él no entiende nada de lo que escribe. En fin, suficiente charla. Sigamos. Porque justo al lado de lo del alemán, en la esquina de ortega y báez, está el portugués, un restaurante muy conocido en el barrio, donde sirven los platos más suculentos del mundo: una milanesa, por ejemplo, tiene el tamaño de una pizza grande y puede ser compartida por cuatro personas. Doblando por báez a la izquierda, luego de cruzar el lavadero que se encarga de mantener mi ropa limpia, llegamos al boulevard cheanut, probablemente la calle más cara del barrio. Desde esa esquina, siguiendo por báez las siguientes dos o tres cuadras, están todos los restaurantes fashion a los que, salvo raras excepciones, nunca voy. Además son carísimos. Me refiero a la ochava, jackie o, el primo, campo bravo, sushi club, soul café, báez, morelia, súper soul, santino y novecento, entre otros. Ahora abrieron un piégari y todo. Pero bajando por chenaut hacia la izquierda, al 1878, se puede tomar un desayuno variado y exquisito, por unos diez pesos, sentado sobre el boulevard. Y llegando a la esquina con arce, la calle de mi departamento, venden la pizza más rica del barrio, en pizza & tonno. Si doblamos a la derecha por arce, alejados del bullicio de su paralela báez, comienzan a aparecer lo que yo llamo “locales malditos”, que son ni más ni menos que aquellos que han transitado distintos rubros, en todos los casos sin éxito y por poco tiempo. Es decir, uno puede ver la refacción del local, la apertura del nuevo emprendimiento (algunas veces a todo culo) y, al mes, mes y medio, de nuevo el cartel de alquiler, los vidrios pintados y los diarios en el piso. Arce 375, por ejemplo, fue parrilla, bar, venta de indumentaria de polo y actualmente talabartería. Arce 290 siempre fue local de venta de ropa, aunque pasaron 4 o 5 marcas distintas y ahora le agregaron una barra para despachar bebidas. Arce 235 es un local enorme: primero fue un restaurante onda taberna del lejano oeste, después lo refaccionaron y empezaron a alquilarlo como salón de fiestas y ahora funciona ahí una especie de cyber restaurante con pantallas planas y peceras entre los sillones, en el que nunca hay nadie. ¿Estarán lavando guita? Quién sabe. Pero en el caso de la esquina de arce y arévalo, donde antiguamente funcionaba el viejo almacén de don antonio, en cambio, se rompió el maleficio. Hace varios años un conocido abrió un restaurante y pub que se llamaba oh la lá y se fundió como loco. No iba nadie, las veces que pasábamos con mis amigos era un drama, hasta los barman se quedaban dormidos. Sin embargo, cuando el local cambió de manos pusieron las cholas, una parrilla que explota. Todos los días veo a la gente haciendo cola para conseguir una mesa y me resulta increíble, porque la carne es bastante mala. Justo al lado hay un hogar de ancianos cuyos quejidos se escuchan desde la calle. Lo que no sé es si se quejan por algún dolor de su vejez o por el ruido y el olor a asado que debe invadir todo el geriátrico. Y después del hogar está el colegio del arce, una escuela top a la cual el típico habitante de las cañitas enviaría a sus hijos. Enfrente de la parrilla súper poblada se pueden comer las mejores pastas del barrio, en campo dei fiori. Y a mitad de cuadra sobre arévalo en dirección a báez, funcionaba la corte, que servía unas picadas maravillosas y chopps helados con cerveza tirada. Ahí me despedí de la modelo y ahí mismo llevé a la pequeña hippie en nuestra primera cita. Ahora es un local abandonado ya hace más de un año. Siguiendo por arce rumbo a mi departamento, a media cuadra de llegar está mi almacencito, el que me saca siempre del paso, donde paran los pibes a tomar cerveza de litro, donde te sacan una foto en la época de las fiestas para ponerla, junto a las de otros clientes, en el arbolito de navidad. Ahí sí que se respira barrio. En arce y arguibel, justo en la esquina, vivo yo, en el piso ocho. Podríamos doblar por arguibel nuevamente hacia báez, entrar a un hermoso restaurante todo de madera, que se llama precisamente arguibel y donde tienen buenos platos y mejores vinos. Podríamos pasar por la puerta de otros dos locales abandonados o mirar a las chicas que entran y salen de rapsodia. Podríamos también sentarnos en la esquina de arguibel y báez a comer unas tapas en el bar el clásico o cruzarnos al estanciero y entrarle a unas achuras crocantes.

Pero mejor subamos a casa a tomar una cerveza mientras miramos por la ventana las canchas de polo, más allá el hipódromo de palermo y, a lo lejos, cómo levantan vuelo los aviones del aeroparque. Y al abrir la puerta, encontramos en el piso un cupón que dice: “Campaña de reunión de firmas para elevar una solicitud a la legislatura de la ciudad de buenos aires para que se denomine PLAZOLETA ADOLFO CASTELO al espacio ubicado en la avenida general chenaut entre báez e ingeniero huergo. A tales efectos rogamos completar el siguiente cupón y enviarlo por correo a...”. ¿Adherimos a la moción? Sí, por qué no. Qué lindo las cañitas.