No llueve más. El sol se filtra entre las nubes. Manejo por el camino de cintura. Trabajé todo el sábado y deseo llegar a casa. Suena el celular: una Lambada. ¿Por qué suena con ese timbre? No atiendo. Acelero y suena otra vez. ¿Quién mierda es Lambada? Atiendo.
–Mariela, vení, Julián está sacado.
Bajo la velocidad. Nada me molesta más que me llame esta mujer llorando. Es mi cuñada. Se llama Marta pero se cambió el nombre por una cuestión de marketing. Hace diez días mi hermano, ella y la beba de seis meses se instalaron en el spa, dicen ellos: casa grande de papá y mamá, mucho verde, aire puro, pileta y mucama, solo por unos días, porque le hace re–bien a la beba.
–¿Qué tomó? – le pregunto a Dalila por preguntar. ¿Qué va a tomar? No voy a meterme esta vez. No soy la Madre Teresa de Calcuta ni la Virgen Desatanudos. Rescatate Ryan, decía mi ex, jactándose de su propia miseria. También me lo decía a mí, cuando me ponía densa y lo cuestionaba. Miro por el espejo retrovisor. Un camión me quiere pasar.
–Tranquila, nena – le digo a Dalila – ¿Qué pasó?
–Tomó Fernet, en el asado –dice ella– Llegamos acá –al spa, pienso–, discutimos, y al rato se fue a la casa de un amigo, con la beba. Cuando volvió apestaba. Le importó un pito todo. Se cagó en el tratamiento, en nosotras, en todo ¿entendés? Se zarpó y me pegó – Dalila llora.
No necesito detalles de la escena. Una gota alcanza para perderse y mi hermano se perdió, otra vez en lo de siempre. El ruido de los camiones sobre la ruta pegajosa me da escalofríos.
Paro en la banquina, cerca de una YPF. Me quedo en silencio. Bajo la ventana y prendo un cigarrillo. Juego con el humo. Dalila llora, habla y no la quiero escuchar. Veo el cartel de la YPF y puteo el día que lo conocí a mi ex. –A veces toma un poco, como todos – me dijo mi amiga ese día, en un AM.PM como éste. Como todos. – Todos toman – me dijo – un poco, solo en las fiestas, para escaviar y no quedar doblados – dijo eso, aquella vez, mi amiga. – Sí, un poco – dije yo –, mientras no sea siempre y lo puedan controlar.
Este camino está lleno de luces rojas y rayas de autos que pasan. Todo lo demás es gris y apelmazado como la virulana. Es el Camino de Cintura. Observo la ceniza del cigarrillo, larga, levemente torcida hacia abajo. Sacudo los dedos y cae. Me gustaría ser un vicio tailandés, flexible y terso, para que me la metan por todos los agujeros posibles, por los ojos, por las orejas, por la boca y que me paguen por coger. Miro hacia las putas que están paradas a metros de mí y siento una tristeza doméstica. Mansa. Cintura y cara de vicio no te falta, decía mi ex. Giro la vista hacia los monoblocks. La ruta del vicio.
– ¿Ves ahí? – señalaba – Esa mina es un vicio tailandés, flor de puta. ¿Ves? – me decía – Atrás hay una planta potabilizadora.
– ¿Dónde? – decía yo – Eso es un monoblokc.
Él se reía y aclaraba:
–¡Ahí, la cortan, nena!
–No me merezco esto, mi hija tampoco – dice Dalila, mientras solo pienso en ser un vicio.
–Ni vos, ni nadie se merecen malos tratos – le digo y pienso en mi hermano desesperado, solo como un huevo frito a punto sobre las milanesas caseras que preparaba mi mamá. Siento la avidez en la garganta y me zumban los oídos.
–Es un violento – dice Dalila.
–Julián está enfermo – le digo – ¿Llamaste a tu psicóloga, a tu padrino? ¿Llamaste a alguien del grupo de Julián? Ellos te pueden ayudar mejor que yo – pero no escucha. Hago preguntas que no contesta. Sólo habla de él, de lo mucho que tomó.
–Julián no toma, la fuma – le digo – se le acaba rápido. Cuando se quede sin plata va a volver. No pienses más en él.
–No me merezco esto, mi hija tampoco – dice Dalila, mientras solo pienso en ser un vicio.
–Ni vos, ni nadie se merecen malos tratos – le digo y pienso en mi hermano desesperado, solo como un huevo frito a punto sobre las milanesas caseras que preparaba mi mamá. Siento la avidez en la garganta y me zumban los oídos.
–Es un violento – dice Dalila.
–Julián está enfermo – le digo – ¿Llamaste a tu psicóloga, a tu padrino? ¿Llamaste a alguien del grupo de Julián? Ellos te pueden ayudar mejor que yo – pero no escucha. Hago preguntas que no contesta. Sólo habla de él, de lo mucho que tomó.
–Julián no toma, la fuma – le digo – se le acaba rápido. Cuando se quede sin plata va a volver. No pienses más en él.
Juego con mi encendedor amarillo. Lo prendo y lo apago. Huelo el gas del encendedor. Julián es el artesano de las pipas de metal. Desarma encendedores, les quita el gas. Hace unas pipas con bombillas de mate y filtros de virulana. Mezcla el gas líquido con bicarbonato, prepara una pasta que calienta y la fuma en vapor. Quieto, sus ojos de acero. Lo imagino suspendido por dos alas de virulana, que son sus pulmones y su corazón vacilante en la soledad incolora.
Julián expone sus llagas y avispa mi oscuridad. Prendo otro cigarrillo para no recordar. Quiero llegar a mi casa, besar a mis hijas, abrazarlas. Decirles que las amo. Pienso en mi mamá y su silencio. Ella nunca me dio besos ni me abrazó. Siempre neutra e indiferente. Dejá de llorar, me decía, querer es poder. El problema es que vos no tenés constancia, me decía mi mamá.
– Te paso a buscar – le digo a Dalila y sigo las rayas rojas sobre el concreto gris.
–No me puedo ir. Me mata si me llevo a la beba – me dice – él quiere que la beba se quede acá –y lo único que puedo decirle es lo que pienso:
Julián expone sus llagas y avispa mi oscuridad. Prendo otro cigarrillo para no recordar. Quiero llegar a mi casa, besar a mis hijas, abrazarlas. Decirles que las amo. Pienso en mi mamá y su silencio. Ella nunca me dio besos ni me abrazó. Siempre neutra e indiferente. Dejá de llorar, me decía, querer es poder. El problema es que vos no tenés constancia, me decía mi mamá.
– Te paso a buscar – le digo a Dalila y sigo las rayas rojas sobre el concreto gris.
–No me puedo ir. Me mata si me llevo a la beba – me dice – él quiere que la beba se quede acá –y lo único que puedo decirle es lo que pienso:
–Te entiendo – le digo – quisiera ayudarte pero no puedo meterme. Si que-rés te paso a buscar y si no encerrate en la pieza y no salgas más de ahí. Pensá en tu beba, en cosas lindas.
Cosas lindas, repito en voz baja, y leo un cartel que titila azúl eléctrico: Habilitado. Más vicios, pendejas en una vereda, gordas en la vereda de enfrente. Llueve o truene estas mujeres se clavan ahí, se dejan usar por cinco miserables pesos de cualquier camionero. No parecen lo que son. Pienso en el uso habitual, en el abuso, en la falsa confianza y no tener miedo de nada.
–Empezó con lo de siempre. Se cree que me cojo al jardinero – dice Dalila– al piletero, a cualquiera. Me salió con Radar, dice que hay una nota no autorizada sobre unas fotos de él, que le hackcearon la computadora y alguien le publicó unas fotos. Está re loco, Mariela. No se qué hacer.
–Es la persecuta, flaca. No le contestes. No te prendas en su delirio – le digo cansada –: encerrate en la pieza con tu bebé y tratá de dormir.
–Tengo miedo... ¿y si tira la puerta abajo? No puedo más.
–No va a romper nada. Es importante que entiendas esto: ahora no podés hablar con él. Ahora no es momento de hablar porque no te escucha, porque no quiere escucharte. ¿Qué hace la beba? – pregunto.
–Duerme. Está tranquila, pero cuando lo escucha a Julián se estremece – me cuenta y llora.
–Bueno, preparate un té. Un té de tilo, o de melisa. Encerrate y, si aparece Julián, hacete la dormida. Si estás dormida mejor. No le hables. Vos tranquila. Tengo que cortar. Cuando esté cerca te llamo y paso – corto y siento alivio.
Bajo la ventanilla. Voy despacio por la banquina, dejo que el viento me pegue en la cara. Cede la ansiedad. Fumo. Llamo a mi novio. Le cuento sobre el bardo de mi hermano y Dalila, de las pendejas putas.
–Vayamos a un telo – le digo – dale, para gritar.
–Después vemos que hacemos. Andá a ver a tu cuñada y a tu sobrina. Si querés yo te acompaño al spa – me dice él. Le agradezco y corto.
El portón del spa está abierto. Estaciono y bajo. El A6 sale marcha atrás. Es el auto de mi papá. Mi hermano se asoma por la ventanilla.
–Puta histérica – grita – Esta loca de mierda me pegó. Delante de mi hija me faltó el respeto. Le vino la regla, por eso me rompe las pelotas. Que se meta una cofia en el culo. No la soporto más. Salí pelotuda –me grita a mí ahora – correte.
Veo sus ojos azules negros. Dos agujeros negros. Quiero abrazarlo pero grito más fuerte que él:
–¿Qué pretendés? Estás sacado. No le podés pegar a tu mujer, es la madre de tu hija – camino hacia mi auto. Vuelvo y le digo
Cosas lindas, repito en voz baja, y leo un cartel que titila azúl eléctrico: Habilitado. Más vicios, pendejas en una vereda, gordas en la vereda de enfrente. Llueve o truene estas mujeres se clavan ahí, se dejan usar por cinco miserables pesos de cualquier camionero. No parecen lo que son. Pienso en el uso habitual, en el abuso, en la falsa confianza y no tener miedo de nada.
–Empezó con lo de siempre. Se cree que me cojo al jardinero – dice Dalila– al piletero, a cualquiera. Me salió con Radar, dice que hay una nota no autorizada sobre unas fotos de él, que le hackcearon la computadora y alguien le publicó unas fotos. Está re loco, Mariela. No se qué hacer.
–Es la persecuta, flaca. No le contestes. No te prendas en su delirio – le digo cansada –: encerrate en la pieza con tu bebé y tratá de dormir.
–Tengo miedo... ¿y si tira la puerta abajo? No puedo más.
–No va a romper nada. Es importante que entiendas esto: ahora no podés hablar con él. Ahora no es momento de hablar porque no te escucha, porque no quiere escucharte. ¿Qué hace la beba? – pregunto.
–Duerme. Está tranquila, pero cuando lo escucha a Julián se estremece – me cuenta y llora.
–Bueno, preparate un té. Un té de tilo, o de melisa. Encerrate y, si aparece Julián, hacete la dormida. Si estás dormida mejor. No le hables. Vos tranquila. Tengo que cortar. Cuando esté cerca te llamo y paso – corto y siento alivio.
Bajo la ventanilla. Voy despacio por la banquina, dejo que el viento me pegue en la cara. Cede la ansiedad. Fumo. Llamo a mi novio. Le cuento sobre el bardo de mi hermano y Dalila, de las pendejas putas.
–Vayamos a un telo – le digo – dale, para gritar.
–Después vemos que hacemos. Andá a ver a tu cuñada y a tu sobrina. Si querés yo te acompaño al spa – me dice él. Le agradezco y corto.
El portón del spa está abierto. Estaciono y bajo. El A6 sale marcha atrás. Es el auto de mi papá. Mi hermano se asoma por la ventanilla.
–Puta histérica – grita – Esta loca de mierda me pegó. Delante de mi hija me faltó el respeto. Le vino la regla, por eso me rompe las pelotas. Que se meta una cofia en el culo. No la soporto más. Salí pelotuda –me grita a mí ahora – correte.
Veo sus ojos azules negros. Dos agujeros negros. Quiero abrazarlo pero grito más fuerte que él:
–¿Qué pretendés? Estás sacado. No le podés pegar a tu mujer, es la madre de tu hija – camino hacia mi auto. Vuelvo y le digo
–Con este auto no te vas. Llevate el tuyo si querés pero con el auto de papá no te vas.
–Correte idiota. Tenés razón, me voy en mi Farlain, ¿así te gusta? – me dice.
Respiro. No pienso. Deseo que no le pase nada. Dalila parada en la puerta me mira desorbitada. Tiene un bolso marrón colgado, y en los ojos poca confianza.
– ¿Yo qué hago? – me pregunta.
–No sé flaca, llamala a mi mamá – le digo.
–Está en Punta del Este.
–Que vuelva, que venga a hacerse cargo de lo que le corresponde – grito – y vos – le digo a Julián – no te vas.
–Correte idiota. Tenés razón, me voy en mi Farlain, ¿así te gusta? – me dice.
Respiro. No pienso. Deseo que no le pase nada. Dalila parada en la puerta me mira desorbitada. Tiene un bolso marrón colgado, y en los ojos poca confianza.
– ¿Yo qué hago? – me pregunta.
–No sé flaca, llamala a mi mamá – le digo.
–Está en Punta del Este.
–Que vuelva, que venga a hacerse cargo de lo que le corresponde – grito – y vos – le digo a Julián – no te vas.
Le pido por favor que se quede y se duerma. Cerca, muy cerca de mi boca me dice:
–Dejame en paz – apoya su frente contra la mía – YO no te llamé. Metete en tu vida.
Pongo los dedos en ele. Disparo en mi boca y le grito
Pongo los dedos en ele. Disparo en mi boca y le grito
–Matate y no me avises, pendejo.
–Fleco – me dice – sos Fleco.
Julián acelera su auto y se va. Dalila llora. La casa abierta. La beba adentro sola.
Agua, necesito un vaso de agua fría. Tengo náuseas. Tozo y quiero escupir.
Entro el auto de papá, cierro puertas, ventanas, portones.
–Dalila, después si querés me contás todo pero ahora tengo hambre y ganas de ver a mis hijas. ¿Venís conmigo? ¿Qué pensás hacer? Me esperan en casa – le digo.
–Yo no me pienso ir – me dice, enojada – Llamé a tu abuela.
Le doy un beso. Me acompaña hasta la puerta. Subo a mi auto.
Mi abuela tiene ochenta y dos años y vive sola. Tozo y lloro y balbuceo como en un absurdo: soy yo, soy yo. No es mi culpa.
–Fleco – me dice – sos Fleco.
Julián acelera su auto y se va. Dalila llora. La casa abierta. La beba adentro sola.
Agua, necesito un vaso de agua fría. Tengo náuseas. Tozo y quiero escupir.
Entro el auto de papá, cierro puertas, ventanas, portones.
–Dalila, después si querés me contás todo pero ahora tengo hambre y ganas de ver a mis hijas. ¿Venís conmigo? ¿Qué pensás hacer? Me esperan en casa – le digo.
–Yo no me pienso ir – me dice, enojada – Llamé a tu abuela.
Le doy un beso. Me acompaña hasta la puerta. Subo a mi auto.
Mi abuela tiene ochenta y dos años y vive sola. Tozo y lloro y balbuceo como en un absurdo: soy yo, soy yo. No es mi culpa.