martes, septiembre 12, 2006

El cuento para Alejandría

Baila para mí

A Ricardo Romero
y el resto del
Quinteto de la Muerte



-No quiero que se hagan los héroes. Tenés que hacer lo mismo que todas las noches. Habrá que improvisar un poco, Marcelito, pero eso no es un problema para vos.
Alguien murmuró que en sesenta segundos vamos al aire. Unos adolescentes se agacharon al fondo del estudio, detrás del público y al mismo tiempo dos meritorios chequeaban la señal de sus celulares para llamar a la policía.
-Ese que está ahí, ¿cómo se llama?
-Lucas.
-A vos no te pregunté, flaco. Marcelo, ese que está ahí, ves, ahí tirado en el piso de saco negro... ¿cómo se llama?
La locutora del programa y los reidores detrás de ella temblaban y lloraban en voz baja, sin molestar. El silencio rebotaba en las cámaras y los oídos de los que habían ido al inocente espectáculo de bailarines de segunda, cuando no, simples famosos.
-Lucas - contestó Marcelo mientras se comía los dedos porque ya no le quedaban uñas.
-¿Lucas? ¿Estás seguro?
-No entiendo
-Lo que escuchaste, Marcelo. Si no sabés el nombre, no existe; si no existe, lo mato.
-Pará, pará – dijo y abrió las manos frente al arma plateada.
-¿“Pará, pará”? Ese pibe es el que le ganó a Moria en el baile del otro día. Te pido que me digas su nombre. Te repito: si no sabés su nombre, no existe; si no existe, lo mato.
Marcelo no sabía cómo mierda se llamaba el pibe que le había ganado a Moria. Habían dicho que era un gran bailarín, que le había ganado a la otra pareja por su gracia, su técnica y esas arrolladoras ansias de ganar; su actitud, digamos. Y Marcelo pensaba en la voz de quien había dicho “Lucas”, porque no la reconocía. Podría ser alguien del público, un productor o alguno de los sonidistas pero no era ninguno de ellos. Miró a su asistente y se dio cuenta que nada podría hacer arrodillada en el suelo con los auriculares mal puestos.
El que había dicho “Lucas”, el que había alzado la voz, el que había interrumpido el silencio, no era otro que el mismo camarógrafo que ahora decía estamos en el aire.
-Lucas se llama. Existe y se llama Lucas - apuró Marcelo.
-Así que se llama Lucas - buscó al camarógrafo y vio la lucecita roja que brillaba. Sonrió y chistó varios “no” con los labios apretados – Ay, Marcelo, Marcelo. Estamos en el aire justo-justo, mirá. Y vos decís que existe y se llama Lucas.
Un murmullo crecía entre el público que no podía creer la confusión desatada. Y el primer enredado era Marcelo. No estaba seguro cómo se llamaba el último ganador y, a muchos, eso mismo los había desilusionado. “No conoce a Luquitas”, se escuchó; “es que tiene muchas cosas en la cabeza”, bromeó uno que apenas provocó unas muecas.
Los meritorios habían hecho contacto con la policía y murmuraban los detalles de la situación “parece que vino con un arma” “no, no, no le hizo nada a nadie, todavía” “alto, muy alto, tipo basquetbolista, rubio, pelo corto y candado, creo que tiene ojos celestes pero no veo bien” “no me acerco ni en pedo, estoy escondido atrás de un cortinado” “para mí que si no vienen ya el tipo empieza a los tiros” “no ni idea qué quiere, entró a los gritos y se paralizaron todos acá” “¿en cuánto tiempo? antes nos mata este loco”.
El murmullo se hizo griterío y al instante apareció, entre el público, detrás de cámaras, Leonardo, el compañero de baile de Moria, que había perdido el el último duelo. Hubo algunos abucheos pero la mayoría de los presentes aplaudió mientras se hacía un lugar a la vista de todos, a la vista del loco.
-¿Qué te creés que estás haciendo?
-Al fin apareciste, ¿adónde andabas?
-¿Podés bajar el arma, por favor? ¿Te volviste loco, Sandro?
-¿Vos lo conocés?
-Vos calláte, Marcelo. Ya te va a tocar decir unas palabras. Sentáte ahí.
El camarógrafo se ubicó de costado y en los monitores se veían ambos rostros en planos clarísimos. Sandro se acercó a la cámara y le habló sin que nadie escuchara nada aunque suponían alguna amenaza por si dejaba de filmar.
-¡Silencio todo el mundo! A partir de ahora, aquél señor que está allá y conduce este programa, hará una nueva votación... ¿adónde está el jurado? ¡Carmen, vení para acá! Buscáme al resto, no te hagás la piola... ¡Harán una nueva votación, decía! ¡¿Escucharon bien!? ¿Adónde está Moria?
-Moria no está, Sandro. Tranquilizáte y terminá con este absurdo, por favor.
-Ay, Leo, Leo; vos siempre tan pelmazo. Necesitamos esa Academia, Leo. La Chávez tiene que arreglarse. Muchas familias dependen de que se hagan las obras. Y si vos no podés conseguirlo, yo te ayudo pero vas a tener que bailar.
-No, Sandro, no voy a bailar. Te creés que todo es un juego pero no es así. De ninguna manera voy a bailar.
En el fondo, uno de los meritorios, en línea con la policía desde su propio celular, escuchó la puteada sostenida de un productor. Alguien tenía que avisarle a Sandro que lo estaban llamando por teléfono. Una maquilladora, dos señoras de Santa Fe, el Gerente de Marketing del canal y dos promotoras de Gillette (una rubia y otra morocha) miraron al mismo tiempo al meritorio con el celular.
-Este ambiente está podrido. Si no arreglan con los auspiciantes, arreglan con las Productoras. Si no arreglan con las Productoras, arreglan con los periodistas de espectáculos. Si no arreglan con los periodistas de espectáculos vaya uno a saber a quién arreglan. Está todo podrido. Ahora mismo, Marcelo, les vas a decir qué quiero hacer. Y si no se hace lo que quiero (esto va para vos, Leonardo, querido) habrá que pensar seriamente en la palabra CON – SE – CUEN – CIAS, ¿me explico?
-Señor... señor Sandro...
La voz frágil del meritorio tembloroso no le llegaba a los dientes. Aclaraba su garganta pero su voz no salía.
-Señor Sandro...
-¡Porque si hay un grupo de personas que se merece un premio, es la sufrida familia de Bandera, Santiago del Estero, que necesita que reconstruyan su Academia de Folklore, que reconstruyan su pasado para solventar un futuro viable, que reconstruyan sus sueños, su ánimo.
-¡Señor Sandro...!
-¡¿Pero qué querés, la puta?! ¡¿No ves que estoy hablando?! ¿Qué te pasa? ¿Querés ir al baño? ¿Algo?
-No, no. Tiene un llamado señor.
Sandro miró su luz roja del camarógrafo que estaba arrodillado.
-Dicen que es urgente, señor.
Levantó su arma plateada y se rascó la sien. Hubo un murmullo acusador.
-¿Quién es?
-La señora Moria, señor Sandro- contestó el meritorio con los ojos rojos de vergüenza.
En ese preciso instante la locutora del programa aspiró sus mocos y uno de los reidores dijo “uy, si la gorda está enojada, somos todos boleta”. El camarógrafo se dejó caer pero Sandro lo atajó antes de salir de foco. Marcelo dejó de comerse los dedos y echó su pelo hacia atrás con ansiedad, una santiagueña se desmayó y una de las promotoras, de Gillette (la rubia), alumna del 3er año de Medicina, la socorrió.
Sandro se acomodó la ropa y miró la cámara.
-¡Ponéla al aire, por favor!
-¿Se puede saber qué está pasando, querido?
-Sí, Moria. Lo que pasa es que fue una injusticia que hayan quedado afuera vos y Leonardo, dos eximios bailarines, y voy a reparar ese error.
-Querido, a vos no te pregunté; le pregunté a Marcelo. Marcelo ¿qué clase de broma es esta?
Sandro quedó desconcertado. Había pensado muchas formas de disuadir a Marcelo, otras más con Leonardo (su antiguo amante), pero nunca se le hubiera ocurrido que Moria estaría tan enojada.
Marcelo no contestaba. Inmóvil en su lugar solo miraba a Sandro.
-Mirá, querido. Yo no sé cómo te llamás ni me importa...
-Pero la gente de Bandera, Moria...
-¡La gente de Bandera es la gente de Bandera, querido! Vos no podés venir de no sé qué provincia a interrumpir un programa en vivo, ¿me oís? El veredicto es el veredicto y si querés llorar...
Dos agentes de la Federal entraban mientras Moria hablaba en vivo y en directo. Los adolescentes del fondo, disconformes, insolentes, empezaron a chiflar. El público dividido, abucheaba y aplaudía enfervorizado. Sandro se asomó, apenas, aunque escuchaba atento las críticas que le gritaba Moria. Leonardo, que pensó que el operativo de rescate corría peligro, se tiró contra su antiguo amante y del envió cayó al piso forcejeando por el arma plateada. Marcelo miró unos segundos la pelea y también se arrojó con bravura en busca del control de Sandro. Los tres lungos cuerpos se enroscaban a la vista del ojo de la cámara mientras Moria gritaba agarrálo, agarrálo.


Un disparo, ahogado, asustó y calló al público. Sandro se estiró hacia un costado, estiró sus brazos y gimió agotado. Leonardo se apartó con el pecho en el suelo hasta la mesa de la locutora; intacto. Pero Marcelo, boca abajo, no se movió.
Pasaban los minutos y nadie se acercaba. Ni los de la Federal. No se dijo ni una palabra. El programa llegaba a su fin, en más de una forma, y Marcelo no había podido evitarlo.

12 de septiembre
Lucas Funes Oliveira
leído enGrupo Alejandría