lunes, abril 30, 2007

Moebius

Por Érculo


La diplomacia no funciona. La única salvación es saber matar. De susto o literalmente. No es en la guerra eso de tu vida o la de tu enemigo. Es así siempre. Entré al local y le dije que el arreglo del botón del celular había vuelto a ser un fracaso. Se lo dije así. Fracasaste de nuevo. Me dijo que de nuevo no. Porque la primera vez lo había arreglado el socio. Me lo dijo viniendo hacia mí con prepotencia. De costado pero con prepotencia. Venía de costado porque el local era anoréxico. Me dijo que ese arreglo no tenía garantía. Me dijo que el socio le había dicho que yo mentía y me hacía arreglar un botón distinto cada vez. Mentira. Yo no mentía. Ya que estaba de costado le aplasté la cara en el mostrador. Una lámpara dio un chispazo y se oyó el ruido de un componente suelto clavándose en su mejilla. Le agarré el pulgar y primero se lo quebré y después le mostré cómo no andaba mi botón. La china que cobraba el locutorio empezó a chillar. Alcé en vilo a mi hijo de puta y amagué a tirárselo encima. La china retrocedió. Mi hijo de puta seguía hablando. Se le había deseteado el castellano porque no se le entendía nada. Pero supuse que todavía no me daba la razón porque había algo de amenazante en su ojo. En el ojo que me miraba. Se lo hundí con mi pulgar. Cuando paró de gritar de miedo le dije que eso era andar. Mi pulgar, en su ojo, andaba. En mi botón, no andaba. Agarré un celular nuevo y le pregunté si estaba desbloqueado y listo para usar. Me dijo que sí. Me guardé el mío en el bolsillo y me quedé mirando el nuevo, paseando por las opciones, un minuto. Mi hijo de puta se quedó quieto. Yo todavía estaba un poco cargado. Así que agarré el celular y, como antes con mi hijo de puta, amagué a tirárselo a la china, que se cubrió la cara con las antebrazos en cruz. Ya me dio gracia. Y calma. Cerré el celular nuevo, lo guardé y sentí el ruido de la abundancia al chocar con el antiguo. Me fui. Plaza Once era un hervidero de gente resentida.

No hay comentarios.: