miércoles, mayo 16, 2007

Hacéte de abajo antes... nenito

Los que siguen este blog o me cruzo cuando me cruzo saben que ya fui abucheado públicamente una vez leyendo un cuento en zona norte del Gran Solaurbano. Se repiten los éxitos, muchachada. Parece que me falta. Y que debo bajar el copete, así que comparto con ustedes otro cuento, esta vez no abucheado, pero si rechazado, por un suplemento.

Neumonía
A Federico Falco
Tomar hongos
cada seis meses
médico recomienda
y cuando
volvés
de la droga
del viaje…

deja vú.

“Acidos”
de Funes

Era pendejo, diez años; ni pelos en las piernas tenía. Y estaba aburrido. La bicicleta estaba pintada de amarillo rosado. No se podía andar de noche. Los fichines eran caros y me cargaban por la ropa que me ponía Mamá. No teníamos compu. No teníamos cable. No teníamos más libros que la Enciclopedia Larousse y “Hombres de la Historia”.
En cambio, Ellos, los amigos de mi Hermano mayor, para mí, eran lo único interesante. Lo único prohibido. Siempre me pedían toallas, algún video, gaseosas grandes; yo les llevaba. Mi Hermano los defendía siempre y había discutido con la familia 3 veces con el mismo resultado: Papá al lado de la botella Criadores, al lado del vaso con hielo, al lado de Mamá, frente a mí, al lado de mi Hermano, parado en la puerta, yéndose.
Se juntaban en lo de Rodrigo. A veces les preguntaba, otras, no. Nunca me contestaban. Dos veces, de las 30 que habré ido, pude distinguir una mesa ratona, botellitas, cucharas, bolsas de plástico y revistas; todos alrededor sentados. Eran sucios y desprolijos. El que abría la puerta me daba 1 peso de propina que mi Hermano me quitaba en la escalera, antes de salir del edificio. “Y no le digas a Papá porque vas a ver”, gritaba. Yo quería entrar, no la propina. Quería sentarme en el sillón frente a la mesa ratona.
Me acuerdo que se reían de cualquier cosa.
Un Año Nuevo, Papá y su cuchilla brillante, tuvieron una discusión. Entre el asado, el vacío y mi preferida morcilla dulce, Papá se cortó el tendón del dedo gordo. Nunca más quiso usar la parrilla. El cuero del vacío estaba congelado y el filo resbaló y rebanó su mano izquierda. Papá era derecho.
Mi Hermano se rió toda la noche: brindó babeándose con Fresita. Después se fue. Mamá, con su típica amargura, repetía “se tentó” y me miraba.
Un marzo, después de sus vacaciones en San Bernardo con Ellos, volvió flaco y amargado. No se reía como antes. Papá le decía qué hacer y Mamá lo vestía como a mí. Durante el día estaba cansado pero no me gritaba más. Ellos no lo volvieron a llamar ni quiso volver a verlos. A mí no me necesitaban, claro. Ese año, en mayo, Rodrigo falleció pero La Familia decidió no ir al velorio ni al entierro: “Neumonía”, me dijo Mamá que dijo mi Hermano. “No le creo”, también dijo que dijo.
Tuve que buscar en el diccionario qué quería decir Neumonía; “la Neumonía es una infección o una inflamación grave de los pulmones. Los sacos de aire de los pulmones se llenan de pus y de otro líquido dificultando que el oxígeno llegue a la sangre. Si no hay suficiente oxígeno en la sangre, las células del cuerpo no pueden funcionar bien. Debido a eso y a la diseminación de la infección por el cuerpo, la neumonía puede causar la muerte”, decía.
Sebastián, mi Hermano, tiene “Neumonía” hace 5 años. Y se lo banca bastante bien. Ayer, mientras le hacía la cama, en la funda de la almohada encontré una foto de todos en casa de Rodrigo y vi por primera vez el living de mesa ratona; los ojos achinados, las bocas abiertas, grandes, apiñados en el sillón uno encima del otro, riendo.
Todos ríen.
Mi hermano no ríe.
Mamá y Papá dicen que si se porta bien, 10 años más puede vivir.

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