Basado en una idea de Carlos Avila
Hace un tiempo, cuando Clara no tenía gripe y se la pasaba de lectura en lectura, me avisó de un ciclo que coordinaba una amiga suya. Un ciclo de lecturas que se hacía en la Biblioteca Nacional. Me había pasado un par de fechas interesantes pero yo elegí dos nomás: Roberto Fontanarrosa y Mauricio Kartún. La primera la elegí porque pensé y hasta se lo dije: "creo que voy a ver al Negro porque es una de las últimas oportunidades antes de que se muera"(por supuesto, a Clara le caí mucho peor después de ese comentario) y la segunda, porque hacía poco le había prestado a Clara, Escritos, el libro de Kartún en el que cuenta los secretos de su dramaturgia.
Y ahora me agarró un mareo nauseabundo que me deprime.
Ayer, antes de ir a los mudos, estaba eligiendo y revisando blogs para regalar con los discos. Y me acordé que hacía rato no leía el de Romina Paula. No lo actualiza muy seguido y, ahora que su obra está en el Festival tampoco se acordará mucho de ese coso. Entonces lo empecé a leer revisando viejos posts, rememorando, paseando, chusmeando... y me encontré con la turkit.
La Turkit es una comentadora del blog de Romina.
En la noche de Mauricio Kartún (en la Biblioteca Nacional), por esas cosas que nunca nadie puede explicar, la Turkit se sentó a mi lado. Y no sé cómo, me enteré que conocía a Romina Paula. Y le dije, ah sí, yo la leo... y obvio que la Turkit me preguntó: ¿cómo sabés que es ella? Y le habré dicho una mentira porque ahora no me acuerdo que dije.
Lo reventado de todo esto es que al lado de la Turkit, esa noche, me acordé de Roberto Fontanarrosa. Porque Roberto Fontanarrosa había estado en ese mismo auditorio una semana antes y me había reído tanto tanto pero tanto que tenía unas locas ganas de contarle a la Turkit lo buenísimo que se había perdido de ver y lo genial que era el negro aún desde una silla de ruedas y con el 80 % del cuerpo paralizado.
Me acuerdo que la noche "la conducía" Silvia Hopenhayn.
Y me acuerdo que el Negro la paseó toda la noche. Le dio un pesto bárbaro como dice Casas. En un momento, Silvia bajó la vista para leer una de las preguntas que el público había anotado en un papelito y una de las promotoras de un banco le había acercado y Fontanarrosa dejó de hablarle al público, giró muy lento para verla a los ojos y le dijo: "ya termino, querida, no te preocupes que enseguida nos vamos".
Dos veces se la hizo
La segunda le dijo, mientras Silvia le murmuraba algo al oído de la promotora; "escuchá ésta, querida, que es buenísima".
Me acuerdo que el Negro contó cuántos quilombos tenía para llenar un formulario en la aduana porque no sabía qué poner en "ocupación".
Me acuerdo que había un espectador, justo a dos metros a mi izquierda, contra la pared, que no reía: gritaba después de cada chiste. Esa risa falsa mezclada con un grito para que oiga todo el auditorio.
Y me acuerdo que el Negro le dijo, en ese tono de abuelo santiagueño que reprende a nieto de 4 años; "bueno, bueno, ya está, ya está".
Me acuerdo que Silvia Hopenhayn (que ya tenía ese peinado acabo de garchar en el locker del gym y vine rajando para acá que tanto me excita) le había hecho una pregunta sobre la génesis de los personajes de Boogie el aceitoso Una pregunta larguísima, filosa, boomerang, que arrancó en Deleuze, pasó por Lacan y terminó en Rosario y sus amigos pintores (típica pregunta majuliana, me dijo Veronica) que básicamente quería decir: ¿cómo se te ocurrieron los personajes? Y el Negro, después de mirar al público dijo: "Ah, querida, qué se yo! Ni me acuerdo!"
Me acuerdo que, cuando salí, con la sonrisa todavía dibujada, en mi mezquina exigencia de blogger de 4 pajas diarias, le criticaba a Fontanarrosa que se haya puesto a comentar anécdotas personales que solo hacían reír y no haya hablado de la Literatura. Le criticaba que no discutiera La Literatura. Le criticaba que no opinara sobre lo que pensaba de La Literatura. Y le criticaba que fuera tan bestia con la Hopenhayn que apenas podía contra él.
Y se me durmió la mitad de la boca al recordar mi frase a Clara "... aprovecho para verlo antes que se nos vaya..." porque suponía que solo un Pelotudo Importante se puede hacer el canchero de esa manera y porque solo un Pelotudo Importante puede pararse en ese lugar para faltarle el respeto a Fontanarrosa.
Entonces, ya en la plaza del Lector, agarré mi anotador de reseñas de lecturas y releí lo que había escrito antes de partir todo en pedacitos y tirarlo en un tacho de plástico anaranjado. Caminé hasta Las Heras y lo único que me cruzaba la mente era una frase:
¡Qué grande el Negro!
Después no me acuerdo más.
Y ahora me agarró un mareo nauseabundo que me deprime.
Ayer, antes de ir a los mudos, estaba eligiendo y revisando blogs para regalar con los discos. Y me acordé que hacía rato no leía el de Romina Paula. No lo actualiza muy seguido y, ahora que su obra está en el Festival tampoco se acordará mucho de ese coso. Entonces lo empecé a leer revisando viejos posts, rememorando, paseando, chusmeando... y me encontré con la turkit.
La Turkit es una comentadora del blog de Romina.
En la noche de Mauricio Kartún (en la Biblioteca Nacional), por esas cosas que nunca nadie puede explicar, la Turkit se sentó a mi lado. Y no sé cómo, me enteré que conocía a Romina Paula. Y le dije, ah sí, yo la leo... y obvio que la Turkit me preguntó: ¿cómo sabés que es ella? Y le habré dicho una mentira porque ahora no me acuerdo que dije.
Lo reventado de todo esto es que al lado de la Turkit, esa noche, me acordé de Roberto Fontanarrosa. Porque Roberto Fontanarrosa había estado en ese mismo auditorio una semana antes y me había reído tanto tanto pero tanto que tenía unas locas ganas de contarle a la Turkit lo buenísimo que se había perdido de ver y lo genial que era el negro aún desde una silla de ruedas y con el 80 % del cuerpo paralizado.
Me acuerdo que la noche "la conducía" Silvia Hopenhayn.
Y me acuerdo que el Negro la paseó toda la noche. Le dio un pesto bárbaro como dice Casas. En un momento, Silvia bajó la vista para leer una de las preguntas que el público había anotado en un papelito y una de las promotoras de un banco le había acercado y Fontanarrosa dejó de hablarle al público, giró muy lento para verla a los ojos y le dijo: "ya termino, querida, no te preocupes que enseguida nos vamos".
Dos veces se la hizo
La segunda le dijo, mientras Silvia le murmuraba algo al oído de la promotora; "escuchá ésta, querida, que es buenísima".
Me acuerdo que el Negro contó cuántos quilombos tenía para llenar un formulario en la aduana porque no sabía qué poner en "ocupación".
Me acuerdo que había un espectador, justo a dos metros a mi izquierda, contra la pared, que no reía: gritaba después de cada chiste. Esa risa falsa mezclada con un grito para que oiga todo el auditorio.
Y me acuerdo que el Negro le dijo, en ese tono de abuelo santiagueño que reprende a nieto de 4 años; "bueno, bueno, ya está, ya está".
Me acuerdo que Silvia Hopenhayn (que ya tenía ese peinado acabo de garchar en el locker del gym y vine rajando para acá que tanto me excita) le había hecho una pregunta sobre la génesis de los personajes de Boogie el aceitoso Una pregunta larguísima, filosa, boomerang, que arrancó en Deleuze, pasó por Lacan y terminó en Rosario y sus amigos pintores (típica pregunta majuliana, me dijo Veronica) que básicamente quería decir: ¿cómo se te ocurrieron los personajes? Y el Negro, después de mirar al público dijo: "Ah, querida, qué se yo! Ni me acuerdo!"
Me acuerdo que, cuando salí, con la sonrisa todavía dibujada, en mi mezquina exigencia de blogger de 4 pajas diarias, le criticaba a Fontanarrosa que se haya puesto a comentar anécdotas personales que solo hacían reír y no haya hablado de la Literatura. Le criticaba que no discutiera La Literatura. Le criticaba que no opinara sobre lo que pensaba de La Literatura. Y le criticaba que fuera tan bestia con la Hopenhayn que apenas podía contra él.
Y se me durmió la mitad de la boca al recordar mi frase a Clara "... aprovecho para verlo antes que se nos vaya..." porque suponía que solo un Pelotudo Importante se puede hacer el canchero de esa manera y porque solo un Pelotudo Importante puede pararse en ese lugar para faltarle el respeto a Fontanarrosa.
Entonces, ya en la plaza del Lector, agarré mi anotador de reseñas de lecturas y releí lo que había escrito antes de partir todo en pedacitos y tirarlo en un tacho de plástico anaranjado. Caminé hasta Las Heras y lo único que me cruzaba la mente era una frase:
¡Qué grande el Negro!
Después no me acuerdo más.
6 comentarios:
Brillante.
Buen post y fiel recuerdo a nuestro Fontanarrosa.
De todas maneras, me siento incluída de una manera, cómo explicarlo..ancestral? digo, por el apellido con K, dejémoslo ahi.
También visitaba seguido el blog, eran otras épocas. A veces vuelvo.
Felíz dia del amigo para todos.
siento un vacio che. me da pena cuando perdemos gente tan grossa. cuesta tanto tenerlos, disfrutarlos... y que se vayan me da un no se que. no me acostumbro a la muerte de los genios. los sientro como propios. me duelen estas desapariciones. me consuelo pensando en que tendremos para siempre a sus personajes inoxidables. mejor asi. algo es algo. yo tambien saque una butaca de mi platea hoy.
Emotivo, se fue el negro , pensar en él equivale al cruce de una lágrima y una sonrisa.
Todos lo vamos a extrañar al negro.
Me gustó el post, es un buen homenaje
slds
eso es lo genial del negro funes, todos hablan de lo genio que es quino, pero querer querer queremos a fontanarrosa, y todos, desde siempre. no porque se murio, lo que pasa es que es tanto mas dificil ser un buen tipo que un genio, que cuando se es las dos cosas resalta mas ser un buen tipo. y ademas esto implica no andar demostrandole a todo el mundo que uno es un genio, pero a su vez uno es mas genio porque no pierde el tiempo en boludeces y labura. raymond va por ahi tambien.
simon
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