sábado, junio 27, 2009

Gonzalo Garcés

El Futuro
Editorial Seix Barral - página 7



1. Llegar al aeropuerto
Éste, entonces, debe ser mi hijo. Eso fue lo que pensé esta mañana, cuando lo vi, detrás del vasto panel de vidrio, posiblemente un Durex antibalas de 40 pulgadas de espesor como empezaron a hacerlos después de los atentados, fue a principios de los años noventa, la guerra del Golfo, no recuerdo si llegó a estallar algo acá, en pleno aeropuerto, pero los franceses cuidan a los suyos y aun a los extranjeros y aun a los recién llegados, como yo, es de agradecer aunque sea para guardar las formas, serán intratabales pero tienen sentido de la etiqueta, en eso tenía razón mi primera mujer, su madre. Este debe ser mi hijo, pensé. Cómo ha cambiado, cómo ha crecido. Le ha dado prestancia el matrimonio. O quizá no, tal vez nadie cambia nunca, lo que no impide que de pronto me sienta intimidado. Ése debe ser, ése es mi hijo. Desde ese momento supe que el viaje era un completo error. Los tubos fluorescentes brillaban, bien distribuidos, calculé dos a tres metros de intervalo. Y sin embargo la llegada había sido buena, con ese pequeño triunfo ante el controlador de pasaportes: ¿usted es chileno?, oui, elásticamente en desenfadado si bien imperfecto francés había dicho, esperando que la señorita de largas piernas detrás de mí oyera, sí pero no se inquiete, quiero seguir siéndolo, ja ja, muy bien señor, ¿cuánto tiempo planea pasar en Francia? Oh, sólo dos semanas, sabe, vengo a ver a mi hijo, sacándome la pipa de la boca, tratando de que notara el impermeable Burberry´s recién comprado en el Free Shop, a ver si el huevón me tomaba nomás por un inmigrante. Estuve por sacar la tarjeta de la empresa, la chica de atrás callaba. Vengo a ver a mi hijo, que se ha casado sin avisarme, así como lo oye, imagínese que aún no conozco a su esposa, así como lo oye. Y esto había provocado tal reprobación, no sólo de la chica sino del mismo controlador francés por lo demás desprovisto de sentido del humor, reprobación inequívoca de la negligencia filial y por lo tanto aprobación a mí, que salí de ese sitio en plena majestad, el mundo cortado a mi medida, casi como un buen impermeable. Pero entonces vi a mi hijo. Detrás del vidrio lo vi, en su cara vi lo que pensaba y supe qué iba a preguntar al verme. Y pensé que este viaje había sido un error, pero ya era tarde.
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