Nunca mezclé drogas con amor. Le tengo miedo a las drogas y le tengo miedo al amor, porque las dos situaciones se parecen a morir. En verdad, imagino que morir debe ser aun más placentero que ese estallido de emoción que es la droga y que es el amor. Morir debe ser simplemene un no sense, tutututu stop, punto, ya no hay yo. La sensación de extralimitación que dan algunas sustancias es justamente lo contrario, es como un desparpajo de vida estallada, saliéndose por la mirada, por las manos, por la palabra. Y así también el amor, una voracidad de cuerpo, de calor, una inquietud que en las antípodas tiene a lo ya muerto. Pero morir-morir, el acto supremo, debe ser como amar y drogarse, como cuando la cabeza se hipercalienta y suben por las venas centelladas turquesas que todo lo elevan, como el recostarse del remiendo racional, la pregunta insatisfecha, el cálculo para el ahorro, y la ampliación irreversible del campo de acción hacia constelaciones inexplicables. Imagino así como un shock de droga y amor a la muerte misma, el instante.
*