Publicado en la Contrarreforma #3
marzo − abril 2008
marzo − abril 2008
Me preguntaron quién iba a leerme. Yo no supe qué responder. Así que a cada uno que me contestaba el mail le preguntaba quién era. Mandaba mis cuentos y les explicaba que buscaba lectores de una manera no convencional. En el adjunto iba el cuento. Si les gustaba les mandaba más. Si no les gustaba los borraba del mailing.
Eso fue al comienzo. Porque después no explicaba nada. Después mandaba y listo. Era otra etapa. Era otra época; ya se había ido De la Rúa en helicóptero y el papel costaba dos huevos y una patada en la frente.
Con los mails era una historia; algunos ya sabían que te pueden copiar la dirección de correo electrónico desde cualquier mail masivo del tipo salven a las ballenas empetroladas que ya tenemos suficiente aceite para negociar con China y necesitamos levantar el turismo pero sin ballenas no se puede.
Un mail masivo era lo más punk que podías hacer en el mundo virtual. Era como abrir una caja de pandora; miles de respuestas que te decían que quién sos, que te amo, que dedicate al tenis, que ponete un kiosco, que te vendo una playstation, viagra, dildo, calculadoras científicas o teléfonos celulares. Epoca gloriosa donde Crónica te internaba con esas publicidades de 10 minutos. Hoy en día son comunes, no se las valora como antes; ahora dicen que afecta la reproducción de neuronas. Maricones.
Internet es un cúmulo de porquerías que no tiene nombre. Y por ahí empecé a distribuir mis cuentos. Claro, por el chiste fácil: si es el espacio para la porquería, era el lugar ideal para mis textos.
Con paciencia y saliva conquisté corazones y me armé un mailing de lectores que esperaban ansiosos mi texto. ¿Cuánto es paciencia? Paciencia, pensé cuando armé el proyecto, eran 12 años. A mí me costó solo cinco. Cinco años de mi vida recolectando direcciones de mail, enviando invitaciones, sintiendo el rechazo de los que se sentían invadidos, explicando a cada uno el sistema de entrega gratuita de cuentos a través de un simple email. Cinco años aprendiendo a navegar, conociendo los secretos del html y los distintos foros de discusión literaria y weblófila... que no eran muchos. Cinco años en los que trabajar significaba entrar a un cyber con teclados húmedos de pajas colectivas en sitios porno. Cinco años de manejar el Office Word. Cinco años de pelearme con un argentino viviendo en Brasil porque decía que era peor que Maradona hablando de Química. Mi primera úlcera, mi primer polvo por Internet, mis primeras frustradas primeras citas por Internet, mi primera vez por Internet, mi primer primera cita, mi enorme corazón solitario más solitario aún. Oxímoron: mientras más conocido me hacía por Internet, más solo me sentía.
Todavía me preguntaba quién me leería pero ya no interactuaba. Para ese entonces, eran tantos los cuentos enviados que decidí ponerme a seleccionar. Armar mi propia antología, ser mi propio editor. ¡Qué grave error! Porque en la furia de la euforia vi que tenía un libro listo para que una gran editorial me descubriera. Que penoso entusiasmo (aunque es típico, sano; siempre que puedo lo recomiendo). Y después están los que dicen ignorancia es salud. Ignorancia es ignorancia, qué joder. Y de ignorante, gasté mucha suela. Caminé y caminé. Puerta a puerta. Buscaba que se tomen un tiempo para responder por qué. Por qué no era tan bueno. Por qué no merecía publicación si ya tenía mi grupo de lectores; escuchame, 3000 son 3000 acá y en la China donde podrían ser tres millones. Ahora que lo pienso, hoy que se venden apenas 300 ejemplares por cada libro “bueno”, 3000 no es un mal número. Es más, ¡soy un autor! Pero claro, ¿quién me iba a creer?
Hoy pasa lo mismo. Pero todavía no llego a hoy. Todavía estoy en ayer.
Tenía un grave problema. Uno de tantos que tienen tantos que son tontos. Tenía un problema serio: creía que estaba solo en este mundo. Creía que estar solo en este mundo estaba bien. Creía que sentirse bien estando solo, era lo mejor. Qué pedazo de autor al que su soledad no le importa un bledo; ¡es más! ¡lo cree genial!
Error, muñe; diría Casas.
Después me enojaba porque no podía hacer nada. No conocía escritores. No pensaba que hubiera otros con el poder de la palabra. Y los de poder de publicación me parecían poco menos que estrellas de Bollywood. Un desastre. Entonces era un idiota que se veía y creía solo, se sentía bien con eso pero no podía modificar más que un html en una de miles de páginas de Ciudad punto com punto ar que, para colmo, ya no existe más o usan el sistema CCS que no entiendo para nada. Y por otro lado, miraba revistas culturales y decía “esto debe pasar en otro país”, “esto es Europa” refiriéndome a libros, autores, lecturas. Estaba como en una nube de pedos. Me sentía lejísimos.
Y llegaron los blogs.
Nunca había entrado a uno. Y de diseñar en html en una página pedorra (quien quiera buscar la encuentra, por pudor ya no la linkeo más) pasé a pisarla y colgarla en el ángulo en cada tiro libre: diseñar blogs es más fácil que para el Di(o)z agarrar una pelotita de golf y hacer jueguito con los cordones desatados. Siempre digo, en mi arrogancia de pendejo (porque hay que ser arrogante si uno quiere parecer pendejo y levantarse nenas como en su momento lo hice con mi Lunita) que diseñar blogs es para idiotas. Y no, no es para idiotas pero es fácil; hay que prestar atención.
Entonces; blogs.
La mayoría eran diarios de vida, bitácoras, intimistas.
Después me di cuenta; la mitad de los diarios son inventos de un escritor probando. Son inventos de un escritor como D´s manda. Son inventos de personas que juegan a crear personajes. Pero claro, no se puede andar diciendo por ahí que tenés un blog donde ponés que te garchaste a un toro en Santa Fe y Pueyrredón porque ¿qué van a decir tus hijos? ¿Qué va a decir tu editor (en el caso de que seas un autor ya publicado)? ¿Dónde queda tu credibilidad para señoras gordas que te leen en un café sobre Avenida Alvear?
Los blogs para mí fueron una salvación. (Qué buen titular si esto fuera Gente). Fue la salvación porque cuando conocí, ponele que a Fabián Casas, me di cuenta que este mundo es un muy buen lugar para pasarla bien. Hay una frase de él que siempre cito que no importa si es de él o de la vanguardia literaria Open Gallo: antes, en los bares se juntaban para armar una revolución, ahora se juntan para bombardear de comments un post. Y otra que no me olvido: hay muy poco sentido del humor entre los escritores.
La mayoría se pone un poco inflabolas con eso de que “el nuevo mundo sin libros será arrasado por los blogs”. Una imbecilidad que no se por dónde empezar para rebatir. Una forma de atraso comparable a, no recuerdo bien si una revista virtual o un blog, que dijo las lecturas en vivo atrasan. (Sí me acuerdo, pero tengo códigos… otra cosa que habría que enseñar en Puán).
Las lecturas en vivo se transformaron en la transmisión en vivo de un autor que ni en pedo ibas a conocer vos que sos un Indiana Jones de las librerías de saldo. Acá, por lo menos en mi barrio, las lecturas en vivo eran un entuerto surgido de una mente afiebrada que cada tanto no tomaba la pastillita: hoy en día es el lugar a donde tenés que ir para conocer escritores. Hoy en día es el lugar que tenés que ocupar si querés levantarte entre la aburrida y pegajosa cantidad de escritores que ocupan las mesas de editores que están hartos de recibir textos de gente completa y lamentablemente desconocida.
¿Cuántos editores conocés que se arriesguen a levantar de la pila un manuscrito? ¿Cuántos de esos editores (que ya contamos con los dedos de las manos y los pies) tienen la suerte de hallar un escrito más o menos legible o más o menos seductor a nivel comercial? Y para romperte la cabeza; ¿cuántos editores conocés?
Ahí la cagaste. Ahí está la cosa.
Conocer editores no puede ser parte del trabajo del escritor. El trabajo del escritor es escribir. El trabajo del autor es crear una obra. El trabajo del autor es pensar su literatura y la literatura de autores que lo estimulan, interpelan, atraen, aburren, degradan. El trabajo del escritor… El trabajo del escritor también es conocer editores. No seamos ingenuos.
Hace poco, en el escritorio de mi famosa y pequeña editorial, recibí un mail de un pibe que tenía ganas de editar un libro y decía;
Al final saludaba y chau pinela. En el mail no decía ni quién era. No decía ni el nombre (la dirección de mail era algo así como rockybalboa1985). No decía si escribía libros de 500 páginas o plaquetas de 30 poemas. No se presentaba y yo no sabía quién era… o peor; él no sabía quién era yo.
Saber a quién le mandás un mail es importante. No podés ser tan queso. Tenés que, por lo menos, evitar las erratas, poner acentos, averiguar si hay editor general o no hay editor general. Tenés que saber si es una editorial de ensayo, narrativa, poesía, lo que venga. Si te cobran para editar, si te pagan por adelantado o te hacen un contrato (en este caso, cuánto dura el contrato), si no te cobran nada, si los libros los venden en librerías o por encargo o por Lulú (tenés que conocer Lulú). Saber si se despegan de la edición o te guardan libros en un depósito a la espera de que los vengan a buscar. Tenés que saber si los distribuyen en tu ciudad o solo en los centros urbanos. Saber si la editorial consigue reseñas en medios gráficos, virtuales o diarios. Y si eso te interesa.
Tenés que saber si el guante que buscás te calza, básicamente.
Y en el camino te vas a dar cuenta quién te da vuelta la cara, quién te inventa datos, quién habla por hablar, quién dice una cosa y hace otra, quién te ayuda desinteresadamente y quién no (es obvio que nadie ayuda desinteresadamente; sabelo).
¿Y quién te dice eso? Nadie. Nadie te cuenta “che, averiguá estas cosas”. Si tenés suerte o le pagás la merca o marihuana a un amigo, por ahí te tira un (un) dato de todos estos. Entonces se hace difícil publicar porque vos no estás para esas cosas, vos estás para escribir y nada más.
Y no. Estás para estas cosas también. Porque cuando ves que otro las hace te querés matar; porque de esa forma publica. No tenés que ser editor, tenés que averiguar, tener los datos. Entonces, en lugar de encabezar el mail con un “editor general”, conseguís un nombre de pila. En lugar de poner “términos económicos” (bah, terminos economicos), ponés si estás o no de acuerdo con el porcentaje que asegura el contrato. Te interesás por tu libro que ya terminaste y que, por supuesto, el editor va a retocar. Y ya oigo comentarios del tipo: al que me toca una coma, se la corto. No, muñe, también pasa que te “retocan”.
Averiguar demuestra interés por la editorial, por el trabajo del editor, porque tu trabajo salga publicado, en hacer las cosas lo mejor, más rápido y beneficiosamente posible. Si vos estás feliz, todos están felices.
Ah, bueno, sos tímidx. Te da vergüenza acercarte y hablar. No sos bueno para charlar con la gente, por eso escribís. Entonces digo, estás cagado. ¡Pero no! ¡Todavía queda otra! Conseguís que un amigo se haga pasar por vos, otro amigo que acerque tus libros al supuesto editor, una amiga seduzca a un editor o editora y le comente tu libro. Y me decís; ah, pero eso no está bien. ¡Y claro que no está bien pero qué te queda! ¿¡Querés editar o no!?
Y no, así no. Entonces quedás afuera.
Duele. Porque de repente surge mi trabajo, el trabajo de otros como yo, que buscamos autores que son ninguneados o autoninguneados y nos reciben con la misma bronca que los ecuatorianos a los colombianos. Nos reciben con recelo. ¿Recelo por qué? ¡Te vengo a leer, boludx! Pero no, porque vos te juntás con ese o con aquél. ¿Y qué tiene que ver? Y lo peor es cuando, regalando tu trabajo, recibís la humillación del sociópata que te dice “eh, pero es re caro tu libro, ¿a quién te comiste?”. ¿A quién me comí? A nadie, me voy a otro lado, no molesto.
Y así pasa. Te alejás, te separás de un grupo en lugar de afianzarlo. Trabajamos separados. Nos quejamos por separado. Porque para eso no faltan caracteres; ¡maten a Planeta! ¡Enciendan Sudamericana!
Por D´s, ¿tanto lío es ponerse de acuerdo?
Y sí, tampoco voy a pecar yo de ingenuo. Pero no abandono el trabajo y entonces sigo leyendo, sigo escribiendo, sigo buscando, pero con actitud de encontrar, no solamente rebotando.
Y vuelvo al principio; ¿quién me va a leer? No sé. Pero está bueno saber, para mí, que trato de que muchos otros lean no solo lo mío (que está buenísimo) sino también lo de otros (que también está requete chupete). Trato de repartir la torta, muchachxs.
Y cuesta.
Pero… te cuento un secreto; me tomo una cerveza y se me pasa.
Eso fue al comienzo. Porque después no explicaba nada. Después mandaba y listo. Era otra etapa. Era otra época; ya se había ido De la Rúa en helicóptero y el papel costaba dos huevos y una patada en la frente.
Con los mails era una historia; algunos ya sabían que te pueden copiar la dirección de correo electrónico desde cualquier mail masivo del tipo salven a las ballenas empetroladas que ya tenemos suficiente aceite para negociar con China y necesitamos levantar el turismo pero sin ballenas no se puede.
Un mail masivo era lo más punk que podías hacer en el mundo virtual. Era como abrir una caja de pandora; miles de respuestas que te decían que quién sos, que te amo, que dedicate al tenis, que ponete un kiosco, que te vendo una playstation, viagra, dildo, calculadoras científicas o teléfonos celulares. Epoca gloriosa donde Crónica te internaba con esas publicidades de 10 minutos. Hoy en día son comunes, no se las valora como antes; ahora dicen que afecta la reproducción de neuronas. Maricones.
Internet es un cúmulo de porquerías que no tiene nombre. Y por ahí empecé a distribuir mis cuentos. Claro, por el chiste fácil: si es el espacio para la porquería, era el lugar ideal para mis textos.
Con paciencia y saliva conquisté corazones y me armé un mailing de lectores que esperaban ansiosos mi texto. ¿Cuánto es paciencia? Paciencia, pensé cuando armé el proyecto, eran 12 años. A mí me costó solo cinco. Cinco años de mi vida recolectando direcciones de mail, enviando invitaciones, sintiendo el rechazo de los que se sentían invadidos, explicando a cada uno el sistema de entrega gratuita de cuentos a través de un simple email. Cinco años aprendiendo a navegar, conociendo los secretos del html y los distintos foros de discusión literaria y weblófila... que no eran muchos. Cinco años en los que trabajar significaba entrar a un cyber con teclados húmedos de pajas colectivas en sitios porno. Cinco años de manejar el Office Word. Cinco años de pelearme con un argentino viviendo en Brasil porque decía que era peor que Maradona hablando de Química. Mi primera úlcera, mi primer polvo por Internet, mis primeras frustradas primeras citas por Internet, mi primera vez por Internet, mi primer primera cita, mi enorme corazón solitario más solitario aún. Oxímoron: mientras más conocido me hacía por Internet, más solo me sentía.
Todavía me preguntaba quién me leería pero ya no interactuaba. Para ese entonces, eran tantos los cuentos enviados que decidí ponerme a seleccionar. Armar mi propia antología, ser mi propio editor. ¡Qué grave error! Porque en la furia de la euforia vi que tenía un libro listo para que una gran editorial me descubriera. Que penoso entusiasmo (aunque es típico, sano; siempre que puedo lo recomiendo). Y después están los que dicen ignorancia es salud. Ignorancia es ignorancia, qué joder. Y de ignorante, gasté mucha suela. Caminé y caminé. Puerta a puerta. Buscaba que se tomen un tiempo para responder por qué. Por qué no era tan bueno. Por qué no merecía publicación si ya tenía mi grupo de lectores; escuchame, 3000 son 3000 acá y en la China donde podrían ser tres millones. Ahora que lo pienso, hoy que se venden apenas 300 ejemplares por cada libro “bueno”, 3000 no es un mal número. Es más, ¡soy un autor! Pero claro, ¿quién me iba a creer?
Hoy pasa lo mismo. Pero todavía no llego a hoy. Todavía estoy en ayer.
Tenía un grave problema. Uno de tantos que tienen tantos que son tontos. Tenía un problema serio: creía que estaba solo en este mundo. Creía que estar solo en este mundo estaba bien. Creía que sentirse bien estando solo, era lo mejor. Qué pedazo de autor al que su soledad no le importa un bledo; ¡es más! ¡lo cree genial!
Error, muñe; diría Casas.
Después me enojaba porque no podía hacer nada. No conocía escritores. No pensaba que hubiera otros con el poder de la palabra. Y los de poder de publicación me parecían poco menos que estrellas de Bollywood. Un desastre. Entonces era un idiota que se veía y creía solo, se sentía bien con eso pero no podía modificar más que un html en una de miles de páginas de Ciudad punto com punto ar que, para colmo, ya no existe más o usan el sistema CCS que no entiendo para nada. Y por otro lado, miraba revistas culturales y decía “esto debe pasar en otro país”, “esto es Europa” refiriéndome a libros, autores, lecturas. Estaba como en una nube de pedos. Me sentía lejísimos.
Y llegaron los blogs.
Nunca había entrado a uno. Y de diseñar en html en una página pedorra (quien quiera buscar la encuentra, por pudor ya no la linkeo más) pasé a pisarla y colgarla en el ángulo en cada tiro libre: diseñar blogs es más fácil que para el Di(o)z agarrar una pelotita de golf y hacer jueguito con los cordones desatados. Siempre digo, en mi arrogancia de pendejo (porque hay que ser arrogante si uno quiere parecer pendejo y levantarse nenas como en su momento lo hice con mi Lunita) que diseñar blogs es para idiotas. Y no, no es para idiotas pero es fácil; hay que prestar atención.
Entonces; blogs.
La mayoría eran diarios de vida, bitácoras, intimistas.
Después me di cuenta; la mitad de los diarios son inventos de un escritor probando. Son inventos de un escritor como D´s manda. Son inventos de personas que juegan a crear personajes. Pero claro, no se puede andar diciendo por ahí que tenés un blog donde ponés que te garchaste a un toro en Santa Fe y Pueyrredón porque ¿qué van a decir tus hijos? ¿Qué va a decir tu editor (en el caso de que seas un autor ya publicado)? ¿Dónde queda tu credibilidad para señoras gordas que te leen en un café sobre Avenida Alvear?
Los blogs para mí fueron una salvación. (Qué buen titular si esto fuera Gente). Fue la salvación porque cuando conocí, ponele que a Fabián Casas, me di cuenta que este mundo es un muy buen lugar para pasarla bien. Hay una frase de él que siempre cito que no importa si es de él o de la vanguardia literaria Open Gallo: antes, en los bares se juntaban para armar una revolución, ahora se juntan para bombardear de comments un post. Y otra que no me olvido: hay muy poco sentido del humor entre los escritores.
La mayoría se pone un poco inflabolas con eso de que “el nuevo mundo sin libros será arrasado por los blogs”. Una imbecilidad que no se por dónde empezar para rebatir. Una forma de atraso comparable a, no recuerdo bien si una revista virtual o un blog, que dijo las lecturas en vivo atrasan. (Sí me acuerdo, pero tengo códigos… otra cosa que habría que enseñar en Puán).
Las lecturas en vivo se transformaron en la transmisión en vivo de un autor que ni en pedo ibas a conocer vos que sos un Indiana Jones de las librerías de saldo. Acá, por lo menos en mi barrio, las lecturas en vivo eran un entuerto surgido de una mente afiebrada que cada tanto no tomaba la pastillita: hoy en día es el lugar a donde tenés que ir para conocer escritores. Hoy en día es el lugar que tenés que ocupar si querés levantarte entre la aburrida y pegajosa cantidad de escritores que ocupan las mesas de editores que están hartos de recibir textos de gente completa y lamentablemente desconocida.
¿Cuántos editores conocés que se arriesguen a levantar de la pila un manuscrito? ¿Cuántos de esos editores (que ya contamos con los dedos de las manos y los pies) tienen la suerte de hallar un escrito más o menos legible o más o menos seductor a nivel comercial? Y para romperte la cabeza; ¿cuántos editores conocés?
Ahí la cagaste. Ahí está la cosa.
Conocer editores no puede ser parte del trabajo del escritor. El trabajo del escritor es escribir. El trabajo del autor es crear una obra. El trabajo del autor es pensar su literatura y la literatura de autores que lo estimulan, interpelan, atraen, aburren, degradan. El trabajo del escritor… El trabajo del escritor también es conocer editores. No seamos ingenuos.
Hace poco, en el escritorio de mi famosa y pequeña editorial, recibí un mail de un pibe que tenía ganas de editar un libro y decía;
Estimado editor general:
El proposito de esta carta electronica es basico y conciso. Me interesaria saber cuales son las posibilidades reales de que su editorial se encarge de la publicacion de un libro de mi autoria. La palabra encargue, no refiere solo a terminos economicos ya que entiendo que es sumamente dificil que una editorail ponga dinero en solventar un libro primerizo de una persona totalmente desconocida.
Al final saludaba y chau pinela. En el mail no decía ni quién era. No decía ni el nombre (la dirección de mail era algo así como rockybalboa1985). No decía si escribía libros de 500 páginas o plaquetas de 30 poemas. No se presentaba y yo no sabía quién era… o peor; él no sabía quién era yo.
Saber a quién le mandás un mail es importante. No podés ser tan queso. Tenés que, por lo menos, evitar las erratas, poner acentos, averiguar si hay editor general o no hay editor general. Tenés que saber si es una editorial de ensayo, narrativa, poesía, lo que venga. Si te cobran para editar, si te pagan por adelantado o te hacen un contrato (en este caso, cuánto dura el contrato), si no te cobran nada, si los libros los venden en librerías o por encargo o por Lulú (tenés que conocer Lulú). Saber si se despegan de la edición o te guardan libros en un depósito a la espera de que los vengan a buscar. Tenés que saber si los distribuyen en tu ciudad o solo en los centros urbanos. Saber si la editorial consigue reseñas en medios gráficos, virtuales o diarios. Y si eso te interesa.
Tenés que saber si el guante que buscás te calza, básicamente.
Y en el camino te vas a dar cuenta quién te da vuelta la cara, quién te inventa datos, quién habla por hablar, quién dice una cosa y hace otra, quién te ayuda desinteresadamente y quién no (es obvio que nadie ayuda desinteresadamente; sabelo).
¿Y quién te dice eso? Nadie. Nadie te cuenta “che, averiguá estas cosas”. Si tenés suerte o le pagás la merca o marihuana a un amigo, por ahí te tira un (un) dato de todos estos. Entonces se hace difícil publicar porque vos no estás para esas cosas, vos estás para escribir y nada más.
Y no. Estás para estas cosas también. Porque cuando ves que otro las hace te querés matar; porque de esa forma publica. No tenés que ser editor, tenés que averiguar, tener los datos. Entonces, en lugar de encabezar el mail con un “editor general”, conseguís un nombre de pila. En lugar de poner “términos económicos” (bah, terminos economicos), ponés si estás o no de acuerdo con el porcentaje que asegura el contrato. Te interesás por tu libro que ya terminaste y que, por supuesto, el editor va a retocar. Y ya oigo comentarios del tipo: al que me toca una coma, se la corto. No, muñe, también pasa que te “retocan”.
Averiguar demuestra interés por la editorial, por el trabajo del editor, porque tu trabajo salga publicado, en hacer las cosas lo mejor, más rápido y beneficiosamente posible. Si vos estás feliz, todos están felices.
Ah, bueno, sos tímidx. Te da vergüenza acercarte y hablar. No sos bueno para charlar con la gente, por eso escribís. Entonces digo, estás cagado. ¡Pero no! ¡Todavía queda otra! Conseguís que un amigo se haga pasar por vos, otro amigo que acerque tus libros al supuesto editor, una amiga seduzca a un editor o editora y le comente tu libro. Y me decís; ah, pero eso no está bien. ¡Y claro que no está bien pero qué te queda! ¿¡Querés editar o no!?
Y no, así no. Entonces quedás afuera.
Duele. Porque de repente surge mi trabajo, el trabajo de otros como yo, que buscamos autores que son ninguneados o autoninguneados y nos reciben con la misma bronca que los ecuatorianos a los colombianos. Nos reciben con recelo. ¿Recelo por qué? ¡Te vengo a leer, boludx! Pero no, porque vos te juntás con ese o con aquél. ¿Y qué tiene que ver? Y lo peor es cuando, regalando tu trabajo, recibís la humillación del sociópata que te dice “eh, pero es re caro tu libro, ¿a quién te comiste?”. ¿A quién me comí? A nadie, me voy a otro lado, no molesto.
Y así pasa. Te alejás, te separás de un grupo en lugar de afianzarlo. Trabajamos separados. Nos quejamos por separado. Porque para eso no faltan caracteres; ¡maten a Planeta! ¡Enciendan Sudamericana!
Por D´s, ¿tanto lío es ponerse de acuerdo?
Y sí, tampoco voy a pecar yo de ingenuo. Pero no abandono el trabajo y entonces sigo leyendo, sigo escribiendo, sigo buscando, pero con actitud de encontrar, no solamente rebotando.
Y vuelvo al principio; ¿quién me va a leer? No sé. Pero está bueno saber, para mí, que trato de que muchos otros lean no solo lo mío (que está buenísimo) sino también lo de otros (que también está requete chupete). Trato de repartir la torta, muchachxs.
Y cuesta.
Pero… te cuento un secreto; me tomo una cerveza y se me pasa.
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6 comentarios:
GRosso, querido Funes! Parecés Alfredo Palacios generación 2.0!!!
Un placer leerte, papini.
¿No será mucho?
Lo groso es que siempre pases, man.
Un big zoabra.
Salud!
yo publiqué en la revis de saavedra,
destapaciones las 24hs.
¡¡Moller, querido!! ¡Pasaste! Zoabra.
Salud, Rosas, Salud.
Sí, grosso. Vale la doble ese (con lo que me cuestan...)
beso!
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