jueves, julio 07, 2011

Velorio global

I had a dream
tambor horizontal
18 programas
7 kg
grande el dream

Me desperté, abrí los ojos. La persiana estaba cerrada pero se filtraba el sol. ¿Qué hora es?, pregunté en voz alta como si alguien me fuera a contestar. Tuve un sueño rarísimo; al mismo tiempo, en 25 ciudades del mundo, había un tsunami. Cada ciudad, con millones de habitantes, desaparecía ahogada por una ola impiadosa que no paraba de avanzar. Mitad de la población mundial desaparecía. Así como dicen ahora: varios elementos se juntaron para provocar la mayor tragedia que el mundo haya vivido. Mitad de la población desaparecía. Los gobiernos desaparecían. Las fronteras ya no importaban. Para qué iban a importar. No había gente ni de un lado ni del otro. La poca que quedaba sufría un estado de shock. Las 25 ciudades más importantes del mundo inundadas por diversos tipos de tsunamis ocasionados por terremotos en toda la placa terráquea a lo largo y a lo ancho del planeta.
Nosotros estábamos en Italia; Potenza. Estaba con Agustín Mendilaharzu. Ibamos de acá para allá, adormecidos, fascinados, deprimidos. Alguien nos decía que un avión partía hacia Latinoamérica. Que había un piloto que agarraba un avión y cruzaba el Atlántico. Obviamente nadie cobraba, no se necesitaba pasaporte, no tenías que pagar, no hacían falta las tarjetas de crédito ni las millas de viajero. Había un estado de shock tan grande en la población que nadie más atendía los supermercados. No había policía. El Estado desaparecido no reprimía absolutamente nada. Agustín me decía que en Argentina sería distinto, que los saqueos habrían provocado muertes, destrozos, etcétera. Pero llegábamos a Buenos Aires y el Río de la Plata era tan grande que había tapado de agua hasta Ciudad Evita. Al norte todo había desaparecido. En el Partido de San Martín empezaba el río. Hasta Campana no había más que río y algas y escombros y barro.
Caminábamos por las calles de Ciudad Evita y nadie podía creer lo que estaba pasando. No había saqueos, no había policías. Era todo tan triste y hermoso, a la vez. Como si hubiera estado planeado. A cierta hora de la tarde un señor salía a la vereda y caminaba unas cuadras al grito de "plato de lentejas, plato de lentejas". Dejábamos de jugar a las cartas, al fútbol, a los fichines e íbamos a comer. Usábamos cualquier casa que tuviéramos a mano. Si éramos muchos se cocinaba en una casa y se comía en la de al lado. Casi no hablábamos sobre la nueva situación. No había necesidad de comprar nada porque nadie más quería ser cajeron en el DIA o en el WALLMART. Entrábamos, tomábamos lo que se necesitaba y nos íbamos. Nadie levantaba la voz ni pedía ticket. Con el tiempo algunas cosas se pudrían otras se dejaban de usar. La mayoría de los electrodomésticos no se usaban.
Yo salía mucho a caminar con un celular que había sacado de una Casa del Audio. Tomaba fotos, a la siesta las miraba y por la tarde, luego de mostrárselas a los que compartían la mesa conmigo, las borraba. Y así al otro día.
Caminaba mucho, comíamos todos los días en una casa distinta. Agustín me enseñaba italiano. Además, le enseñaba al que quisiera y, según qué pueblo visitáramos, tenía diez o cincuenta alumnos. Las clases duraban como cuatro horas. Ninguno mencionaba los acontecimientos pasados. Todos entendían que había que pensar otro modelo de desarrollo para cada pueblo. Pensábamos seriamente en hacer o no hacer el amor. Había que repoblar el mundo, según se decía. Pero otros pensaban que así estábamos bien. Imaginate que quedás embarazada y justo en el pueblo o ciudad en la que estás no hay un médico. Imposible, contestaban algunos. En todos lados hay alguien que te puede ayudar.
-Sí, claro, que te pueda ayudar... que sea médico... es cierto, te concedo que puede ser... ¿pero que justo justo justo sea neonatólogo? ¿Y si se te complica durante los 9 meses?
Entonces algunos empezaron a llevarse más preservativos de los que necesitaba. Como nadie atendía los kioscos (porque, ¿quién quiere atender un kiosco, verdad?) en las calles tenías que trocarlos por tiempo. No había plata ni cosas que necesitaras. Nadie acumulaba objetos, autos, nada. Podías agarrar cualquier auto que tuvieras a mano porque ¿quién quería mantener un auto, verdad? Lo usabas y lo dejabas a un costado. No era necesario siquiera aprender a manejar.

El shock se iba muy de a poco. Todavía todos estaban más que sorprendidos. Entonces me desperté. Y miré para el lado de la ventana. No tenía que ir a trabajar porque ¿quién quiere trabajar, verdad? Y pregunté la hora como si hubiera alguien que me fuera a contestar.


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