domingo, enero 01, 2006

Cuento # Uno

La Oficina


Me levanto la pollera. Porque si no muestro las piernas se me va a complicar más. Lo saludo como todos los días. Casual. Y espero que elogie mis labios pintados. Estoy segura que notará mis mejillas con rubor. Lo primero que preguntará, sorprendido, será si lo conozco. Porque esa es su forma de seducirme. Porque a sus ojos me transformo en otra. Que no lo pueda creer cuando le diga: “Soy Cinthia, la que se trae la comida en un tupper amarillo patito”.
O tal vez no me levante la pollera. Tal vez me siente a comer como todos los días y lo espere cuando salga a fumar. Aprovechar sus cinco minutos de descanso y no darle respiro: subirme la pollera, soltar mi larga cabellera, revolear mis lentes y mi tupperware amarillo patito y mirarlo fijo. Derretirlo con la mirada. O que él responda revoleando su cigarrillo por los aires y me tome de la cintura. Y me bese… Sin lengua, sin prisa, tiernamente. ¡Ay!
No. No se va a animar. Me tiene miedo. No soy una diosa… para nadie en la oficina. ¡Porque no me dejaron probarles que soy una diosa! Que mis polleras acampanadas son una excusa para esconder quien soy realmente. ¿Quién soy, quién soy? La tigresa de “Archivo”. La perla mejor oculta de toda la empresa. Si hasta ahora no di señales de vida es porque no ha surgido la motivación. No ha surgido una inquietud como él… ay. Hermoso, labios finos, espalda amplia, tez morena, casi lampiño, mirada torva, apenas jorobado, sonrisa esquiva y muy malhumorado. Nadie tiene simpatía por él. Seremos la pareja perfecta, la de los feos de Benedetti. Bueno, no. El feo sería él. Romo se habría enamorado de él si seguían trabajando juntos. Si Mariano no hubiera perdido aquél informe anual, no lo habrían sepultado en los oscuros rincones del “Depósito”. Mariano, Mariano, Mariano. Mariano, seré tu Beatrice, tu Teología, tu motor, tu nafta. Si te viera mi madre, estaría tan orgullosa de mí, Mariano. Tantas caricias que esperan por vos, esperan tus labios secos, tus pies enormes, tus anchos hombros. ¿Tu nafta? Ay, qué tonta que soy a veces, Mariano.
* * *

Que si fumo porque fumo. Que si leo, porque me distraigo. Que si me siento, porque me la paso descansando. Que al final Romo tiene razón: hay que estar siempre erguido y con la cara de orto igual que Rodríguez. Así nadie lo molesta. Romo sabe que no lo van a echar porque es gay. Quedaría mal que lo echen, ¿será gay? ¡Si yo no molesto a nadie! ¿Qué hago yo? Solo trabajo y apenas hablo. Con nadie. Ah, pero no; “el señor está distraído… una vez más”. Si quieren un locutor que pongan un aviso en Ambito Financiero. Para Miss Simpatía está la rubiecita esa que se cree la más popular porque sale con el Buitre. Piojo resucitado. Y si Rodríguez sigue así, con ese tic, va a quedar tuerto. Y a la rubiecita se le van a terminar sus pomposos peinados. Son una mentira. Cuando hablo de autos, se aburren. Cuando hablo de Vélez, se aburren. Osos en invierno parecen. A nadie le interesa lo que digo. Por suerte, para muchos, perdí el informe… para el Buitre, suerte… Hoy sería el Jefe de Personal. Ah, pero no; “su apasionado entusiasmo por el trabajo, señor Rodríguez”… mierda, qué bronca. Se cree que no lo conozco. Se cree que me va a pasar. A mí no me pasás, Rodríguez. Me habrán entrado en “Depósito” pero la guerra no termina. Ahora vas a ver con quién te metiste. ¿La vas a sacar barata? No, querido. Ninguno. Van a saber a quién le metieron los palos en la rueda. La rubiecita Cristina, Angelossi, Romo por abrirse sin vergüenza, el cadete Horacio; todos. A mí no se me acaba la nafta. Estoy en lo mejor. Hasta Cinthia, el personaje del tupper amarillo patito, que con esa cara de “me acabo de clavar un Alplax, espero que no se note”, no convence a nadie.

* * *

Sonó un timbrazo. Agudo. Corto, de microondas. La puerta metálica del ascensor se abrió y salió un joven masticando un chicle. Cuando pisó la baldosa del “Depósito” notó la diferencia con los otros pisos alfombrados. El subsuelo es así, austero. El cadete Horacio se detuvo en el tacho de basura y tiró su chicle. Llevaba puesta una gorrita con visera. Negra. Morocho, medio petiso, extranjerizado por opción y un profesional de las muecas.
-¿Qué hacés, acá Horacio?- preguntó de mala gana Mariano antes de prender un cigarrillo y sentarse en su escritorio. De su mochila negra, diminuta, sacó un sobre marrón, normal, marrón.
-Vos, que si sigues fumando así, te van a coger del cuello- dijo con una sonrisa señalando el cartel de prohibido.
-Mirá, vos ocupáte de conseguir un pasaporte que tenga tu foto. ¿Qué me trajiste? ¿Problemas?- gruñó.
-Está bueno, chavo, está bueno. Paz- dijo con sus dedos índice y mayor- recíbeme este sobre y fírmame este papelucho. Anda, no seas cabrón, que te echaré de menos en la fiesta, cajetón.
-¿Qué fiesta?- murmuró pensando en otra broma de Horacio.
-¿Es que no te avisaron, huevón?- y sintió que metió la pata.
-No, no sabía nada- dijo Mariano algo confundido- ¿Horacio, cuántos idiomas hablás vos?
-Déjate ya de tontera, tú. Que la fiesta será en tu horario laboral. Debe ser por eso. Eres el único que no ha sido autorizado a participar. Te tienen a regla, eh- vociferó palmeando su espalda.
-¿De qué fiesta me hablás, balsero?- Mariano perdía la paciencia en cámara lenta. Empezaba por las cejas y seguía por sus labios fruncidos- No me rompas.
-Bueno, tal vez no debí abrir mi bocota. Pero tú y esa otra androida no están autorizados a ir a la fiesta. Que Rodríguez dice: “esos dos, que la chupen”. Así que arréglate con el Buitre, nomás.
Mariano apagó el cigarrillo en el cenicero y entrecerró los ojos para adivinar qué tramaba Horacio. Su risa era estruendosa y las muecas le desfiguraban horriblemente el rostro.
-Mirá, Horacio. Dame el papelito ese que te lo firmo y andáte. No te quiero ver más por acá. No te soporto.
-Anda, que eres chivo, Mariano. Deja tu cajetuda forma de ser y ríete un poco de Janeiro- contestó el cadete mientras guardaba en su morral azul la nota de remito. Antes de salir, Horacio volteó y desde la puerta le murmuró:
-Anímate, que si me sobas un poquito, te la mando a la polleruda del tupper amarillo patito en baby doll, ¿qué te pa?- y guiñó su ojo izquierdo.
-Mejor que no vuelvas- dijo Mariano. Tomó una lapicera de su cajón y se la arrojó con tanta puntería que se clavó un instante en la espina dorsal. El cadete Horacio corría por los pasillos del “Depósito” al grito de “aicha, aicha”, hasta entrar al ascensor.
Mariano agarró el teléfono y marcó tres números con rabia.
-¿Estás ocupado, Rodríguez?- preguntó sin interés. Su voz era grave. Tenía pensado ir hasta el escritorio mismo del Jefe de Personal, Fabio el Buitre Rodríguez, a pedirle explicaciones sobre la fiesta de la que hablaba el cadete Horacio.
-Más o menos. En media hora tengo una reunión y a mí qué corno me importa con Cinthia Paredes porque dice que quiere ofrecerse para un puesto más acorde a su capacidad. Capacidad, capacidad, esa no sabe hacer nada. Escucháme una cosa, Mariano: ¿vos la conocés a la polleruda? ¿Y yo que tengo que ver con ella?
-No- contestó inmediatamente Mariano. Y se arrepintió. En realidad, no tenía ningún interés en lo que estaba haciendo el Buitre. El sabía que por algo le decían el Buitre. Siempre tuvo esa paciencia para picarte la piel mientras agonizaba.
-Porque Paredes te nombró a vos, Mariano; ¿a mí? ¿vos tenés algo que ver con la polleruda? ¡Qué voy a engancharme con algo si ni la conozco no sé quién es, Buitre! Mirá que el protocolo no lo permite. Yo sabía que venía por ahí, turro Vos sabés que soy una tumba, conmigo podés contar para lo que sea. Si, claro cuento con vos como cuando me hiciste desaparecer el informe que hice yo y que debías haber hecho vos y encima de que no lo hiciste cuando te lo terminé lo perdiste y me pegaste a mí con eso y me mandaste a “Depósito” para que te nombraran Jefe de Personal, Buitre y la reput… Si pueden verse, como hasta ahora, sin que nadie se de cuenta; está perfecto y tenés mi apoyo. Sí, sí, claro, hipócrita y la reput… Pero cuidado. Vos sabés que las auditorías de procedimiento son sin previo aviso. Por supuesto, y mucho más si las enviás vos, vigilante.
Se escuchó un suspiro largo:
-¿Seguís fumando en el “Depósito”, Funes?- y quiso agregar algo más pero la voz de Cristina, la rubiecita, se oyó de fondo y tapó el auricular a destiempo para que Mariano Funes no la oyera.
-Me dice Cristina que ya llegó tu noviecita; ¡uh, pero este se busca todas las piñas! está ansiosa, faltan como 20 minutos y ya está en la recepción. Yo no sé si está al pedo o qué. Alguien debería pararle el carro…- murmuró Fabio el Buitre y volvió a suspirar con desdén.
-Escucháme, Buitre- gritó Mariano -no sé de dónde sacás esas historias de mi noviecita y no sé qué más. Cuando termines esa reunión, llamáme al 312- gritó más fuerte- y aclaramos los tantos. Con esa mujer no tengo nada que ver, ¡¿te queda claro?!- y cortó. Del otro lado el Buitre sonreía con todos los dientes.
-Cristina, ¿estás ahí? Mandála por favor a la señorita Paredes que la voy a atender ahora mismo.
-Sí, señor, como usted diga- gimió Cristina, la rubiecita de apenas 20 años… 20 inocentes años.
Rodríguez hizo un esfuerzo por no reírse cuando la vio a Paredes. La saludó con aires de Brigadier en apuros y mientras Cinthia entraba a la oficina, el Buitre comenzó a reprender airosamente a la rubiecita mientras le guiñaba el ojo izquierdo, fuera de la vista de Cinthia.
-Sí, señor. No se volverá a repetir- dijo sonriendo Cristina- ¿Alguna otra cosa más, señor?- preguntó solícita y seria.
-Sí: que no nos interrumpa nadie, por favor. Pero nadie, Cristina.
Cinthia se acomodó en la silla y apoyó una carpeta azul en sus piernas. El Buitre se demoró un instante en la puerta. La baba se desprende y como ácido roe hasta los huesos. El Buitre quería verla de atrás. Fantasías que uno tiene. El silencio tapa sus poros. Se acercó a la nuca de Cinthia y dejó escapar un suspiro:
-Dígame una cosa, Paredes- dijo en voz alta asustando a Cinthia- ¿usted quiere mudarse a “Depósito” para trabajar con Mariano? Porque, seamos francos; esa cueva no es un lugar para usted- Hizo una pausa y se sentó en su sillón de cuero. Mientras sacaba su lapicera del primer cajón del escritorio hacía unas anotaciones.
Paredes no respondió. Acaso haya sonreído pero sospechosamente, con la mitad del labio.
Sonó un timbrazo. Agudo. Corto, de microondas. La puerta metálica del ascensor se abrió y salió un hombre de anchos hombros, camisa azul, masticando chicle. Caminó dos pasos fuera del ascensor y escupió el chicle que cayó justo en el centro del tacho de basura.
-El señor está ocupado, Funes- gimió la rubiecita.
-El sabe que vengo, me dijo que entrara a pesar tuyo- gritó Mariano y, decidido avanzó hasta la puerta de su oficina.
-Es decir, hay que respetar el protocolo, Paredes. La violación al mismo implica el despido inmediato sin posibilidad a reintegro y con una magra indemnización ¿está usted dispuesta a semejante riesgo, Paredes?- dijo El Buitre sin pestañear.
-¡Pará Funes, pará!- gritó levantándose Cristina- Me pidió que no lo interrumpa nadie porque está con la anticuada esa de “Archivo”.
Mariano se detuvo un instante y la miró a los ojos. Los tenía vidriosos.
-¿Te vas a poner a llorar? ¿Qué te pasa, nena? ¿No sabés que este tipo es un garca? ¿Sabés que este puesto es mío y no me dejás pasar porque se te ocurre que te dijo que no puedo pasar? Soy yo, Funes, el que te recomendó a Rodríguez, al Buitre, al garca que te da de comer y qué otras cosas más, ¿y me decís que no puedo pasar?- dijo mientras apoyaba la mano en el picaporte de bronce de la puerta que tenía inscripto “Jefe de Personal – Sr. Lic. Fabio Rodríguez”.
-Mire, Rodríguez- comenzó Cinthia Paredes- solo pido lo que es justo. Ya me imagino que es justo, te merecés un rato de pasión en algún momento Creo que merezco ese puesto dada mi experiencia en el área de “Archivo”. Ahora me vas a venir con estadísticas, seguro. Le traje un informe completo de mi desempeño a lo largo del año y un documento más que revelador que hará torcer su decisión. Creo que puedo pasar a mostrarle si quiere. Claro que quiero, quiero que te saques todo para saber qué esconde esa pollera y esa camisa holgada y…
-Mariano, ya sé que vos fuíste quien me recomendó- dijo con los dientes apretados la rubiecita Cristina- pero me acaba de decir que estará un rato largo en una reunión y que no podrá atender a nadie- Mariano se volteó hacia la puerta- ¡y no me habló de vos para nada!
… qué pasa que hay tanto griterío afuera…
La puerta de la oficina del Jefe de Personal se abrió de golpe. De un lado estaban la rubiecita Cristina al borde de un ataque de nervios y Mariano Funes al borde de un ataque de rabia. Del otro lado, cómodamente sentado y sonriente el Buitre Rodríguez y sorprendida pero atenta Cinthia Paredes.
Sonó un timbrazo. Agudo. Corto, de microondas. La puerta metálica del ascensor se abrió y salió un joven masticando un chicle. Era Horacio que traía más sobres, esta vez en una cajita de cartón. Cuando se acercó al escritorio de Cristina, la rubiecita, vio que estaba en el medio de un clima tan tenso que podía golpearte a la cara. Sonó el teléfono. Llamada interna.
-Eh, tú, Cristinilla. Pick up the phone, baby.- Cristina volteó con una mirada furtiva para callar a Horacio- Suena que te suena, el fono; suena que te suena el fono. Andale, andale, que te lo atiendo yo, mi reinaza.- cantaba Horacio.
Ella gritó no y levantó el tubo.
-Personal… Ah, qué hacés Romo, te llamo en un rato porque acá se complicó la cosa… nada nada, después te explico… sí, sí, chau chau.
-Caramba, veo que estamos todos, ¿no es así, Paredes?- dijo el Buitre.
-Escucháme una cosa, infeliz- dijo Mariano.
-Pará un segundo- interrumpió el Buitre- tranquilo. ¡Cristina!
-Sí, señor, disculpe la intromisión pero no quiso escuchar razones- dijo temblorosa.
-No te preocupes. No te preocupes. Yo los voy a atender. Andá a recibir a Horacito que él está apurado, ¿sí? Después hablamos.
-Mariano… yo…- dijo Cinthia y Mariano registró recién entonces que era la polleruda del tupper amarillo patito.
-¡Ah, veo que se conocen!- exageró el Buitre.
-No, no lo conozco- emprendió decidida Cinthia- y, por favor, tome asiento.- Ordenó y, luego de unas muecas raras, agarró del brazo a Rodríguez y lo sentó en su sillón.- No sé qué tanto le interesa este lugar- continuó Cinthia mientras sonreía de reojo a Mariano- es decir, de su lugar en la empresa, de su puesto ¿y a vos qué te parece? Porque si le interesa tengo en mi poder una carta con su firma, que podría corroborar lo que digo y el informe que tanto ha perjudicado la carrera del señor Funes. El informe anual de estadísticas de la empresa. Espero que entienda a lo que me refiero. Espero que entienda de la seriedad del asunto.
Mariano Funes, quien no tenía ni idea siquiera del sonido dulce de la voz de Cinthia Paredes, se sorprendió tanto que su boca quedó abierta, de par en par.
-¿Cómo tenés eso vos?- dijo Rodríguez.
-Eso, ¿cómo tenés eso vos?- repitió Mariano.
-Romo. Me lo entregó al saber la designación que te dieron después de semejante descuido. El escondió en primera medida el sobre con el informe. Recibió un mail interno del señor Rodriguez, aquí presente, y es la prueba irrefutable de la que le hablaba antes de que llegaras acá. Tenía que hacer que vinieras hasta acá y Horacio me ayudó con lo de la fiesta. En realidad no hay ninguna fiesta. Fue una excusa para que lo llames hoy a Rodríguez. No pensé que ibas a venir tan pronto. Tenía que arreglar las condiciones con Rodríguez y luego él iba a llamarte para aclararte como vamos a hacer a partir de ahora.
-¿Cómo vamos a hacer con qué?- dijo atónito el Buitre.
-Con las condiciones en las que vamos a trabajar Mariano Funes y yo, Cinthia Paredes. A partir de ahora, nos vas a entregar a fin de mes un veinte por ciento de tu sueldo a cada uno y los horarios los vamos a regular nosotros. En cuanto a la cantidad de horas, te queda a vos dibujar la planilla para los días que querramos ausentarnos sin previo aviso.
-¡Esto es extorsión!- gritó el Buitre con los hombros encogidos.
-¡Por supuesto!- gritó Mariano y golpeó el escritorio- Por favor, continuá.
-Sí, gracias, Mariano- y se sentó y cruzó sus piernas muy lentamente- te decía, Rodríguez; lo del porcentaje de tu sueldo, podemos obviarlo, porque, en realidad, yo no lo necesito y no sé cómo estará acá el señor Funes pero supongo que no le vendrán mal unos billetes de más.
-Para nada- asintió Mariano.
-Perfecto, pensálo así, es un veinte por ciento que no ponés; te lo perdono. En cuanto a los horarios, bueno, no hay mucha explicación. Vamos, sos el Jefe de Personal. Supongo que conocerás al dedillo la cuestión de los procedimientos de protocolo. Por otro lado, tendrás que aumentar el sueldo a Horacio y a Romo, cómplices míos- dijo divertida- y a Cristina si querés. Entre ustedes podrán resolverlo.
Mariano no podía creer lo que estaba sucediendo.
-Yo quiero trabajar en “Depósito” hasta el próximo Concurso de Cargo. Para esa fecha, el señor Funes querrá presentarse a competir por tu puesto. Vos hacé como quieras. El informe me lo quedo yo. Acá tenés una copia- y le entregó la carpeta azul con las pruebas de las que hablaba tan severa y amenazante.
Mariano Funes se sentó al lado de Cinthia Paredes. Ella hablaba y encantaba con su oratoria casi almodovarezca con la cual podía seducir al potus que descansaba en la ventana con vista al río de la oficina del “nuevo” Jefe de Personal. Fabio Rodríguez se había desatado el nudo de la corbata y transpiraba como testigo falso. Revisaba hoja por hoja sin creer que esos papeles, esa silla, ese escritorio, la pollera de Cinthia, el ceño fruncido de Mariano, el teléfono bordó sobre su escritorio, su pulsera de oro, sus propias manos; nada fuera cierto. Es todo una mentira, esto no existe.
Sonó un timbrazo. Agudo. Corto, de microondas. La puerta metálica del ascensor se abrió y el cadete Horacio entró abriendo un chicle, de envoltorio azul, de menta, tarareando Suavemente, de Elvis Crespo. Desde el cubículo, mientras las puertas automáticas se cerraban, levantó sus dedos índice y mayor y le dijo “Paz” a Cristina. Desparramada en el escritorio, con una mueca rara que el cadete Horacio no pudo imitar, la rubiecita Cristina miraba hacia el ascensor con sus dedos índice y mayor levantados a desgano. Su mirada perdida en el vaso de agua la distrajo del teléfono que sonaba. Era Romo quien quería saber cómo había salido todo.
En la oficina del señor Jefe de Personal la charla seguía. Cinthia usaba palabras que seducían los oídos de Mariano Funes quien no podía despegar sus ojos de las mejillas de la polleruda del tupper amarillo patito. Con un nudo en su garganta, tuvo deseos de besarla. Pero se contuvo.
La tomó del brazo, a escondidas de la mirada del Buitre.

5 comentarios:

Buscccadores dijo...

Ésta es la historia que debía haber ganado el premio del concurso, carajo!!
Pero no importa, Funes, cuando quieras nos ponemos emborrachamos los tres (con Lunita!) y te condecoramos con el tan merecido premio!!!
Salute!

Lunita dijo...

eehhh..... ojito qué premios quiera usted ofrecerle. Igual, el fondo de la cuestión es correcto. Apoyo!

Unknown dijo...

pero la pu... compartamos todos los premios...
pero digo TODOS...

¿Cómo la ves, Bestiamundana?

Anónimo dijo...

Y dale mierrrrda!!!! que lo re parió!!!!! a esta altura no vamos a andar con vueltas!!!!
Usted que dice, lunita?? ajjajajj
Felicidad y paz para los dos, les deseo.
Salutes

Anónimo dijo...

Funes, amigo, ojala que todo este saliendo de maravillas!!! pero escríbase algo que se extraña su actualización!!!
Paz y amor.