Viajes # Uno - Mar del Plata

Estuvimos el fin de semana en Mar del Plata. La verdad es que me gustó mucho. Sin embargo, es una ciudad atestada de turistas y eso no está tan bueno. Mucha gente me pone nervioso. Tal vez si hubiéramos ido a la parte más alejada, pero no. Estuvimos en las populares. El sábado a la noche estuvimos en la calle Alem (esa que está atestada de bares) y la pasamos bien, salvo algún pelotudo que siempre hay en las fiestas de borrachos y turistas. Engreídos envalentonados. Poco contacto con el resto del mundo. Todo muy reflexivo. Íntimo. Para que nadie se nos escape. Para conquistar el mundo, como Pinky y Cerebro. Para celebrar nuestra luna de miel. Para caricias suaves de esas que relajan.
Y por qué no: para tomar sol también. Nos tocó un solo día de los dos con cielo despejado. Menos mal. Tengo toda la espalda y la cara llagada. Ay qué dolor. Y eso que ella me previno. Largas y arduas discusiones para que me ponga una crema. La discusión la perdí (como siempre, porque ella tiene razón en todo) pero la crema no me la puse. Já. ¡Ahí tenés!
Y ahora me arde hasta los dientes. Sentado frente a la compu, tengo miedo de levantarme de golpe. La espalda me pide cautela.
No se gasta mucho en Mardel, pero nosotros comimos un Canoni Italiano de cuatro points que estaba padre. Unas rabas, un poco pesadas (y eso que Aída nos avisó) y una pizza en un bar que tenía todas las mesas apuntando para el mismo lado (porque al fondo había una pantalla de cine - muy buena idea). Eso sin contar la docena de churros a 5 points y las varias galletitas y el trago en un bar.
Salvo detalles impublicables, el findesemana estuvo intenso. Confirmar que uno está bien. Que vamos bien. Que estamos contentos (una especie de balance) siempre es bueno. Balancearse está bien. Y cada vez la apuesta es más grande. Debe ser de atolondrado nomás, pero estoy en un lugar en el que nunca antes había estado. Y me gusta.