martes, diciembre 26, 2006

...entre varios mails...

Fue hace más de un año. Me dijo es cuento pero yo prefiero que digan es autobiografía.


Me gustaría ser viejo, arrugado, con anteojos (lindos anteojos, de marco dorado) y estar acostado en nuestra cama. Una tarde de domingo. Una tarde... que la brisa me acaricie el poco el pelo de viejo, gris y corto (siempre corto), acostado en el lado derecho de la gran cama. Y vos, sentada, con tu cara arrugada, con tus manos frágiles que no perdieron el encanto a pesar de los años. Las arrugas que acaricio con la misma pasión de siempre. Esas arrugas que si hablaran serían censuradas (principalmente porque las manos no hablan) y dirían lo mucho que te amé a lo largo de esos años.
Los hijos, el paso de los años.
Los nietos, el paso de los años.
Y cada uno por su lado. Nosotros siempre juntos. Como hoy. Que es domingo, una tarde fresca de domingo. Acostado, a tu lado. Me contás detalles de un libro que nunca entendí. Ahora, domingo de brisas en mis cachetes, lo entiendo. Porque me lo explicás dulce y pacientemente. Como siempre fuiste conmigo.
Y me quedo dormido. Soy viejo. Me quedo dormido tomado de tu mano. Lo hago seguido. Pero vos me despertás con besos en la mejilla. No querés que duerma. Querés que escuche el final del libro. Querés que entienda todo. Y tus labios me tocan. No sé distinguir en qué parte de mi cuerpo me tocan tus labios. Siempre fue lo mismo. Me tocan y listo. Y punto. Y basta de más. Suficiente cariño como para perder el tiempo pensando qué parte de mi cuerpo recibe más cariño. Y no me duermo. I do my best.
Trato y no me duermo; lo logro. Me contás una historia maravillosa. De caballeros, damas elegantes y traicioneras, marineros y magnates, bromas y lujuria. Y me sonrío. Sin sonido, mis labios se estiran. Se agrietan. Vos sabés, eso te gusta. Y me acariciás una mejilla. Y cierro los ojos. Porque ya entendí el final. Un libro más que me cierra gracias a tus palabras. Quién diría. El hombre ha escrito tantos libros y solo entiende los que le explica Blanca, dulce y pacientemente. Los demás, solo los lee. ¿Qué será?
Y hoy está tan viejo. Y ella, Blanca, también, a su lado... llora una lágrima. Dos lágrimas caen, una de cada ojo, compitiendo por llegar a la comisura de sus labios. Una gana y ella se pasa la lengua. Esa lengua tranquila, dulce y paciente. Llora porque Él no puede abrir los ojos. Los tiene cerrados. Se muere de viejo y ella está a su lado; expira entendiendo todo. Hasta los libros.
Ella lo acaricia... y le seca una lágrima que cae. La última lágrima.
"Qué tonto, seguro que diría que llora de contento, es un tonto, hasta en este momento se hace. Gil."
Y ya se murió. Y no puede decir "no me digas gil". No puede porque es verdad. Porque llora de contento. Que se murió en los dedos de su amada.

1 comentario:

Eugenia dijo...

todos soñamos morir al lado de nuestro ser amado, que dulce tu relato, te felicito. el amor debe ser así, tierno, paciente, compañero.

un abrazo desde el otro lado

pd: te invito a visitarlo y leer mi nueva poesía.....