Se me aparecía Dios. Tenía la cara de Rolando Goldman. No sé si lo conocen. Tuve relación con él en épocas pretéritas cuando el barbudo daba clases de charango para principiantes en el Purgatorio. Me agradaba estar con él. Me refiero al sueño de anoche. Soñaba que me gustaba. Mucho. Su paz. Porque me transmitía una paz blanca, transparente. Sacaba una biblia de su túnica y me leía un párrafo.
Pero no lo escuchaba. Solo movía los labios. Levantaba la vista y sonreía.
Un capo, pensé. Me relajaba no escuchar el anal discurso de la Biblia. Porque me parecía que comentaba, cuando levantaba la vista y sonreía y todo eso, comentaba lo que había leído, tipo: "porque verás, hijo mío, cuando dice Sacrificio, se refiere a cuando tú" (porque imaginaba que hablaba de tú, como en las novelas mexicanas) "te vas de parranda y te agarras esos pedos negros".
Pasa que anoche fue la despedida de Loyds.
El amigo del alma tiene que viajar a Madrid, por estudios y bastante tiempo. Ya en la madrugada, cuando el viento nos enfriaba la cabeza, alguien ofreció dos vinos en una casa calentita pero yo no quise saber nada porque estaba regaladísimo. Y regalado era caro.
El amigo del alma tiene que viajar a Madrid, por estudios y bastante tiempo. Ya en la madrugada, cuando el viento nos enfriaba la cabeza, alguien ofreció dos vinos en una casa calentita pero yo no quise saber nada porque estaba regaladísimo. Y regalado era caro.
Entonces, Rolando Goldman, el Dios de la túnica, me hablaba de parrandas. Las parrandas de antes, decía. Porque parrandas eran las de antes, le contestaba. Y me pegaba en la cabeza; cállate, imberbe. Agarraba la Biblia y leía un párrafo... pero no podía oír, no salía ningún sonido.
Al contar sus anécdotas, se le iba el MUTE y le salía una voz gutural, tranquila, pausada; un dominador de la dulzura. Un enroscador. Un sacacorchos. Increíble.
Al contar sus anécdotas, se le iba el MUTE y le salía una voz gutural, tranquila, pausada; un dominador de la dulzura. Un enroscador. Un sacacorchos. Increíble.
Y resulta que se había robado un cuadro. Ese, el de Georgia. ¡Qué galán! ¡Dios se robó un cuadro! Pero me pedía "vos keruza, nene, que te mando de vuelta al Purgatorio, eh". Y me contaba que se juntaba con un tal José, José de Alejandro Calasanz, ¿lo conocés? ¡Qué voy a conocer yo si la Biblia que tengo no tiene fotos! Bueno, con él nos robamos el cuadro de Georgia. ¡Qué pituco ese José!, suspiraba como soplando humo de cigarrillo.
Y sacaba una billetera de la túnica y me mostraba una estampita. "Cuero posta, eh", decía y guiñaba un ojo; "te lo voy a mostrar".
Abría la billetera y ¡chan! una foto carnet de mi viejo con una inscripción que decía "nticonfaremos". ¡Pero ese no es José de Alejandro Calasanz! ¡Cómo que no, hereje, ven aquí! ¡Te daré una tunda! ¡No loco, ese es José Oliveira, Rolando! ¡Ese es mi viejo, Rolando!
Y sacaba una billetera de la túnica y me mostraba una estampita. "Cuero posta, eh", decía y guiñaba un ojo; "te lo voy a mostrar".
Abría la billetera y ¡chan! una foto carnet de mi viejo con una inscripción que decía "nticonfaremos". ¡Pero ese no es José de Alejandro Calasanz! ¡Cómo que no, hereje, ven aquí! ¡Te daré una tunda! ¡No loco, ese es José Oliveira, Rolando! ¡Ese es mi viejo, Rolando!
¡¡Ah!! ¡¡Hereje!! ¡¡Que no soy Rolando!! ¡¡Que no soy Rolando!!
Y ahí justo me desperté. De repente, abrí los ojos y estaba en mi cama. Todo transpirado. Miré la hora y en letras rojas decía 6 y 37.
1 comentario:
gracias amigo, seguimos en contacto aunque voy a extrañar las juntaditas
abrazo grande
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