[...] Los golpes de un adulto contra la cabeza de un niño suenan internamente como el impacto de rocas gigantescas chocando entre sí oídas desde un puente en un derrumbe de montaña; como la campana mayor de la iglesia que llama a misa, oída desde el mismo campanario, oída desde dentro del niño mismo como si el niño mismo fuera martillo y campana. Los golpes de un adulto contra la cabeza de un niño suenan internamente como el choque del cuerno del toro contra el burladero, oído desde dentro del cuerno del toro; como el hacha que se clava en la corteza del quebracho, oída desde dentro de los ojos del hachero que se han llenado de astillas y derraman lágrimas ácidas que se irán a secar justo antes de comenzar a deslizarse por el cuello; como el golpe seco de un auo conducido por un borracho que choca a ochenta kilómetros por hora contra un tren detenido, oído desde dentro del borracho y oído también desde dentro del estómago del maquinista del tren detenido. Los golpes de un adulto contra la cabeza de un niño suenan internamente como el impacto del segundo avión contra las torres norteamericanas oído desde las transmiciones ecualizadas de las cadenas de televisión norteamericanas, oído desde el lugar del piloto que lo llevó de frente hasta el impacto, oído desde la planta alta de la primera torre ya condenada a morder el polvo, oído desde el estómago del que se tiró por la ventana mientras aún estaba en el aire. Los golpes de un adulto contra la cabeza de un niño suenan internamente como cocos que caen esporádicamente en la noche silenciosa de una isla desierta, como chapuzones de panza contra una piscina repleta de sange; como estatuas que caen y derriban estatuas; como acoples de micrófonos a todo volumen en un concierto de rock. Los golpes de un adulto contra la cabeza de un niño suenan internamente como lo que escucha el boxeador que recibe un cross de 150 kilos de fuerza; como una cachetada de mujer en un lugar público; como una tormenta de whisky sobre un estómago que no puede más; como vidrio molido entre dientes que se parten. Los golpes de un adulto contra la cabeza de un niño suenan internamente como miles de estómagos que crujen de hambre, oídos desde dentro del corazón de un Dios justo, vivo y verdadero, oídos desde el gas que se genera en el estómago que comió cuatro veces lo que necesitaba para vivir, oídos desde la inocente terquedad de las moscas que insisten frente a los que se van a morir. Los golpes de un adulto contra la cabeza de un niño suenan internamente como trampadas en la arena; como embestida de cura contra el culo de un niño que había confiado en él, oída desde los dientes apretados de cura o desde el culo apretado del niño que había confiado en él; como un cuello de un útero que está siendo torturado, oído desde el feto que va a sobrevivir para vengarse, oído desde la impotencia de saber que los cerdos torturadores caminan las mismas calles que caminan las personas [...]
La ley de la ferocidad
Pablo Ramos
página 136
Pablo Ramos
página 136
3 comentarios:
Lo de Ramos es infernal. No se puede creer que el tipo escriba tan bien.
No es s�lo que escribe bien. Cada vez escribe mejor. Como me dec�a un amigo hace poco, el paso del tiempo lo afila y le agrega sustancia.
El libro es infernal, Rufián.
Y lo del paso del tiempo es como inevitable porque el tipo tiene ganas de escribir cada vez mejor... no queda solo en lo que ya logró.
Y eso no se compra con ninguna gold.
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