sábado, noviembre 17, 2007

Esperanza, Santa Fe


Llegamos a Esperanza a las 4 am. El micro iba a 40 km/h recorriendo el interior de las calles apagadas de esta ciudad gris, seria.
Me sorprendieron un par de cosas en ese fileteado recorrido arriba de la alfombra mágica
  1. Las calles bastante iluminadas
  2. Las casas dormidas y los recolectores de basura murmurando en la tranquilidad de la madrugada
  3. Una mujercita que, de contramano, pedaleaba su playera azul francia: hermosa y con un escote asesino. El peso de sus pechos equilibraban su borrachera. Fue como una aparición. Un fantasma de carnicería cerrada o libretas gordas de almacén.
  4. La gran cantidad de árboles que había en cada cuadra: unos 25 por cuadra (entre vereda y vereda). El micro sufría los coscorrones de los ramazos de los viejos árboles mientras, suave, peinaba lomos de burro. Me gustó pensar que eran amantes de los árboles.
Viajamos en los primeros dos asientos. Y eso siempre tiene algo que ver con algo. Fue un capricho mío aunque creo cada vez más que debería ser capricho de todos: suponer que si se choca de frente no habrá dolor.
Ahora te obligan a llevar un cinturón de seguridad y tienen un devedé para mostrarte cómo se usa y demás indicaciones; ubicá el matafuegos más cercano, mapa del micro; rompa el vidrio en caso de emergencia, animación de vidrio roto; sientesé para que el cinturón funcione a la perfección, animación de asiento; y no fume en el micro ni en el baño. Lo que no dice es que también está prohibido defecar en el baño, prohibición que no sabía y Juan Te me recordó. La época del cinturón; la época de la sobrevida.
Igual, cuando se apagaron las luces, finalizado el devedé, rocé el botón naranja y, sin que nadie oyera más que el catarro de mi tos fruto de largas horas de aspirar tabaco, me liberé de la soga del asiento con el deseo de que, llegado el caso, la muerte sea instantánea.

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