martes, marzo 04, 2008

El encuadernador

Esta es muy chiquita.
Tenía ganas de editar mi libro. Era, ponele, principios de dos mil 5. Había estado bastante ocupado porque seguía dando vueltas con teatro y de a poco me iba agregando a la lista de escritores que leían en público sus textos. Textos durísimos para leer en público. Aburridísimos. Sentarse y leer, un embole bien fome.
La cosa es que finalmente hago mi libro. Ponele que de tanto hablar con escritores y ver sus libros hechos a mano y pegados con ganchitos se me ocurre que peor que eso no los puedo hacer así que decido coserlos. Pero claro, no tenía ni idea. Lo cierto es que pasados tres meses, ponele primeros días de abril o mayo de dos mil 5, me anoto en "Taller de encuadernación" con Mabel Schelotto en el Purgatorio.
Y le muestro mi libro.
Mi primer libro.
Que estaba "encuadernado".
Y era carísimo.
Porque lo hacía uno por uno... yo mismo.
Y me llevaba como 4 días entre interior, tapa y secado.
Decía, le muestro mi libro, con el pecho inflado como carpa de circo, a la viejita Mabel de 1,57 mts de altura y no lo mira cinco segundos que lo empieza a desmenuzar.
Primero despega una tapa.
Despega la otra.
Arranca del interior del libro dos cuadernillos (de los cuatro que tiene).
Y parte por parte, los distribuye en la mesa de trabajo.


Estuvo 2 horas hablando sobre la encuadernación en general y cómo mejorar mi libro en particular. Los alumnos no lo podían creer. No podían creer cómo me aguantaba las ganas de agarrar un martillo y partirle la cabeza en pedacitos. No podían creer cómo me aguantaba las ganas de meterle la cabeza dentro de la guillotina y fetearla al grito de ¡Te voy a encuadernar los sesos a ver qué te parece, de onda!
Te juro, en algún lugar oculto, tampoco podía creer el heroico estoicismo que me mantuvo a raya (supongo que habrá sido lo acostumbrado que estoy a la humillación). Cuando terminó la clase me dijo: "espero que no te haya molestado que te desmenucé el libro; ahora vas a hacer unos mucho mejores".

No le contesté.
Salí del aula (una oficina de la imprenta de la Facultad de Ciencias Económicas, primer subsuelo) y me fui, cabizbajo y moqueando feliz, ponele, porque ahora sí sabía hacer libros.

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