-A vos te gusta una pendeja de ahí, a mí no me pasás, Fogo. Yo te cubro lo que quieras con Romero, pero batime la justa.
Horacio Bustamante, 51 años, ex montonero venido a oficinista depresivo con dos intentos de suicidio a cuestas era lo más cercano a un amigo que tenía en el trabajo. Varias veces habíamos almorzado juntos pero desde que lo había reemplazado por Amanda y los almuerzos bajo la autopista, le había ido con el cuento a Florencia Romero, mi jefa. Me citó un jueves, día que ella está especialmente contenta (me enteré apenas entré a trabajar) porque en el after office la descose. Bustamante y yo del Druid Inn no pasamos pero ella se instala desde las ocho, nueve de la noche en la barra del Kilkenny a la espera de algún “buitre” que tenga un pico sensual. Siempre le gustaron los buitres; los cadetes con traje son el mejor estimulante sexual que jamás conoció en su vida. Florencia no está mal. Es más, está muy bien, sin embargo, en el chip algo se le quemó para siempre y no pasa de aventuras increíbles que no le duran dos rounds.
-¿Vas a dejar de ir al Kilkenny?
-Hoy va Jorgito, Lucas. No puedo fallarle. Además, anda bien derechito ese pendejo.
-¿Qué edad tiene este, roba cunas?
-Ay, no me digas así… es un hombrecito de 23 años. Ya sabe muy bien lo que hace, te digo.
-La pucha, vos no das puntada sin hilo. ¿Qué pasó ahora?
-¿Con qué?
-Me mandaste llamar, Florencia. Estoy ocupado, ¿es urgente?
-Ah, sí, sí. ¿Terminaste lo que te pedí?
-Sí, están los dos de novios. Uno a punto de casarse, el otro lleva 8 años de novio.
-¿Marcos? ¿8 años?
-Sí.
-Ay, qué desperdicio, Luquitas.
-Sí, bueno, es lo que me pediste que te averigue; ¿ahora qué pasa?
-¿Sabés cuándo se casa Marcelo?
-En un par de meses.
-Ah, perfecto. Le voy a adelantar la despedida de soltero y vamos a ver si se quiere casar después.
-¡Florencia!
-¿Qué? ¡Está rico!
-¡No! ¿Para qué me llamaste?
-Ah, perdón, chiqui. Dejá de colgarte en el almuerzo. Me contó tu amiguito Bustamante que estás un poco demorado al mediodía y se queja porque hace tus planillas para cubrirte.
-¡Qué botonazo!
-Ese tipo tiene algo con vos, chiqui. Te digo que de estas cosas se bastante. Bastante Bustamante.
-¿Me puedo ir?
-Andá, andá… pero portate bien que no quiero chongos dando vueltas por la oficina con cara de culo quejándose del material humano más o menos respetable que tengo. ¿En qué andás vos que estás más lindo que de costumbre?
-En nada, Florencia. Sos terrible.
-Soy tu jefa, también; no te olvides.
A mí me gustaba hablar con ella hasta que se obsesionó con dos compañeros de mi sector. Siempre fue distante y estricta con todos menos conmigo. El viernes previo a la mudanza de Sandra me había comprado un Big Mac, el menú con papas y gaseosa gigantes. Según Sandra, ese menú era el más promocionado porque la carne tenía un tratamiento especial, mucho más barato en los costos, que para ella sabía horrible; era el único menú que no comía. Ese viernes, el almuerzo lo pedí por teléfono y comí sobre el teclado. Cuando Florencia me vio almorzando solo, con la pantalla de la computadora apagada y mirándome masticar en el reflejo oscuro, en soledad, me preguntó si me sentía bien.
-La verdad que no. Me estoy separando y no me importa mucho nada. No se cuánto más aguante acá, se lo digo- en esa época no la tuteaba- ¿por qué me lo pregunta?
-Porque estás manchando el teclado de la computadora con ketchup.
-Ah, sí, bueno… descuéntelo del sueldo, Romero.
-Con esa actitud mucho no vas a progresar, querido.
-Sí, bueno…
-¿Cómo te llamás?
-Foguil. Lucas Foguil.
-Ah, sí, vos estás con Marcelo y Marcos, ¿puede ser?
-Sí, estoy en su sector, Señora.
-No me digas señora, pendejo. ¿Sabés algo de ellos?
-Casi no les hablo.
-Vení para mi oficina. Te tengo que pedir un favor.
-Pero estoy en mi hora de almuerzo.
-¿Tenés razón? ¿Te gusta la Ensalada Caesars? Largá esa mierda que te va a caer como el culo.
-Qué boquita, Romero.
-Sí, la boquita de tu jefa, no te olvides.
* uno / dos / tres / cuatro / cinco / seis / siete / ocho / nueve
Horacio Bustamante, 51 años, ex montonero venido a oficinista depresivo con dos intentos de suicidio a cuestas era lo más cercano a un amigo que tenía en el trabajo. Varias veces habíamos almorzado juntos pero desde que lo había reemplazado por Amanda y los almuerzos bajo la autopista, le había ido con el cuento a Florencia Romero, mi jefa. Me citó un jueves, día que ella está especialmente contenta (me enteré apenas entré a trabajar) porque en el after office la descose. Bustamante y yo del Druid Inn no pasamos pero ella se instala desde las ocho, nueve de la noche en la barra del Kilkenny a la espera de algún “buitre” que tenga un pico sensual. Siempre le gustaron los buitres; los cadetes con traje son el mejor estimulante sexual que jamás conoció en su vida. Florencia no está mal. Es más, está muy bien, sin embargo, en el chip algo se le quemó para siempre y no pasa de aventuras increíbles que no le duran dos rounds.
-¿Vas a dejar de ir al Kilkenny?
-Hoy va Jorgito, Lucas. No puedo fallarle. Además, anda bien derechito ese pendejo.
-¿Qué edad tiene este, roba cunas?
-Ay, no me digas así… es un hombrecito de 23 años. Ya sabe muy bien lo que hace, te digo.
-La pucha, vos no das puntada sin hilo. ¿Qué pasó ahora?
-¿Con qué?
-Me mandaste llamar, Florencia. Estoy ocupado, ¿es urgente?
-Ah, sí, sí. ¿Terminaste lo que te pedí?
-Sí, están los dos de novios. Uno a punto de casarse, el otro lleva 8 años de novio.
-¿Marcos? ¿8 años?
-Sí.
-Ay, qué desperdicio, Luquitas.
-Sí, bueno, es lo que me pediste que te averigue; ¿ahora qué pasa?
-¿Sabés cuándo se casa Marcelo?
-En un par de meses.
-Ah, perfecto. Le voy a adelantar la despedida de soltero y vamos a ver si se quiere casar después.
-¡Florencia!
-¿Qué? ¡Está rico!
-¡No! ¿Para qué me llamaste?
-Ah, perdón, chiqui. Dejá de colgarte en el almuerzo. Me contó tu amiguito Bustamante que estás un poco demorado al mediodía y se queja porque hace tus planillas para cubrirte.
-¡Qué botonazo!
-Ese tipo tiene algo con vos, chiqui. Te digo que de estas cosas se bastante. Bastante Bustamante.
-¿Me puedo ir?
-Andá, andá… pero portate bien que no quiero chongos dando vueltas por la oficina con cara de culo quejándose del material humano más o menos respetable que tengo. ¿En qué andás vos que estás más lindo que de costumbre?
-En nada, Florencia. Sos terrible.
-Soy tu jefa, también; no te olvides.
A mí me gustaba hablar con ella hasta que se obsesionó con dos compañeros de mi sector. Siempre fue distante y estricta con todos menos conmigo. El viernes previo a la mudanza de Sandra me había comprado un Big Mac, el menú con papas y gaseosa gigantes. Según Sandra, ese menú era el más promocionado porque la carne tenía un tratamiento especial, mucho más barato en los costos, que para ella sabía horrible; era el único menú que no comía. Ese viernes, el almuerzo lo pedí por teléfono y comí sobre el teclado. Cuando Florencia me vio almorzando solo, con la pantalla de la computadora apagada y mirándome masticar en el reflejo oscuro, en soledad, me preguntó si me sentía bien.
-La verdad que no. Me estoy separando y no me importa mucho nada. No se cuánto más aguante acá, se lo digo- en esa época no la tuteaba- ¿por qué me lo pregunta?
-Porque estás manchando el teclado de la computadora con ketchup.
-Ah, sí, bueno… descuéntelo del sueldo, Romero.
-Con esa actitud mucho no vas a progresar, querido.
-Sí, bueno…
-¿Cómo te llamás?
-Foguil. Lucas Foguil.
-Ah, sí, vos estás con Marcelo y Marcos, ¿puede ser?
-Sí, estoy en su sector, Señora.
-No me digas señora, pendejo. ¿Sabés algo de ellos?
-Casi no les hablo.
-Vení para mi oficina. Te tengo que pedir un favor.
-Pero estoy en mi hora de almuerzo.
-¿Tenés razón? ¿Te gusta la Ensalada Caesars? Largá esa mierda que te va a caer como el culo.
-Qué boquita, Romero.
-Sí, la boquita de tu jefa, no te olvides.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario