Una vez me invitaron a una fiesta. Una fiesta de cumpleaños en enero. Una terraza de Villa Crespo. Tenía un hermoso piano de pared a la intemperie. Como la cumpleañera cantaba y componía tangos subió el instrumento a la terraza con ayuda de sus amigos y nos invitó con unas canciones. Frente al piano (escenario) la hija había montado una barra totalmente generosa en tragos; su noviecito de apenas 20 años ya era barman así que tomamos de todo.
Se hicieron las 4 am y todavía daba ganas de seguir. Después de los tangos hubo grandes cajas de sonido que tiraron 1000 watts de rock de los ´80 ´70 ´60 y hasta ´50. Nada moderno, todo fabuloso. Un amigo nuevo, de esos que son amigos porque nos caen simpáticos una noche de verano en una fiesta en una terraza bien loca de Villa Crespo, me miró un rato largo y me pidió si lo podía acompañar hasta el microcentro.
-Vamos a comprar milanga, ¿me bancás?
Volvimos enseguida.
En una kangoo amarilla y negra fuimos hasta Lavalle y Maipú donde un tipo en la puerta de un edificio bastante iluminado esperaba a los distintos compradores y les ofrecía a buen precio ravioles de 1 gramo o bolsitas de 5. Mi nuevo gran amigo compró una bolsita transparente. Corría el año 2000 así que la papa que compramos estaba purísima. Lo que habían cortado eran los allanamientos por un ferviente entusiasmo del Ministro del Interior de la época que no estaba dispuesto a pasar el año nuevo con merluza de la vieja o cortada con vidrio molido. Dicen que hasta en el Congreso de La Nación hubo festejos aquél 1º de enero de 2000 pero no se pudieron tomar toda la que "dejaron de incautar" así que repartieron demagógicamente algunos cadáveres.
Nosotros, los desprevenidos cocainómanos apolíticos, de para bienes. Lo mío era más apolítico que cocainómano pero aún así, chocho. Es más, si mal no recuerdo (perdí varias neuronas en el camino y a veces me cuesta), aquella vez en la terraza de Villa Crespo fue mi primera vez.
¿Te acordás que Jorge siempre preguntaba cómo había sido tu primera vez?
Bueno, la mía, ni la sentí.
Llegamos y nos instalamos en la barra. El barman jovenzuelo ofició de tester y, sin romper la bolsita, sacó una púa de guitarra y en la punta cargó un pétreo saquito para probar y dejarnos tranquilos. Cerró los ojos y cuando los abrió, rojos, saciados, plenos, gritó ¡hagan una fila!
Esa parte fue graciosa. Mientras le contaba a la cantante adónde había ido en la kangoo me preguntó si eso también lo había pensado yo: diez tipos en fila detrás de la barra con pajitas que sacaban del daikiri y servirían para tomar las líneas que mi nuevo gran amigo iba armando. Eran finitas. No generosas pero tampoco nocivas. La idea era terminar el alcohol que sobraba así que nadie se quejó del alto nivel de prevención en pos de la sociabilización de falopa.
A mí me tocó undécimo. La pajita que me dieron estaba usada. Creo que un poco húmeda (neuronas) pero también había rastros de solidaridad blancuna. Avisé que era la primera vez que tomaba así que mi nuevo gran amigo aplaudió sonriente y me aconsejó dividir la peinada.
-¿Sos zurdo o diestro?
-Diestro.
-Bueno, la primera dale con el oyuelo derecho, hasta la mitad. Y aunque levantes el canuto no dejes de aspirar.
Fue raro aunque estimulante para seguir hasta el mediodía de aquél caluroso enero e inaugurar mi álbum blanco de anécdotas limadas.
-Vamos a comprar milanga, ¿me bancás?
Volvimos enseguida.
En una kangoo amarilla y negra fuimos hasta Lavalle y Maipú donde un tipo en la puerta de un edificio bastante iluminado esperaba a los distintos compradores y les ofrecía a buen precio ravioles de 1 gramo o bolsitas de 5. Mi nuevo gran amigo compró una bolsita transparente. Corría el año 2000 así que la papa que compramos estaba purísima. Lo que habían cortado eran los allanamientos por un ferviente entusiasmo del Ministro del Interior de la época que no estaba dispuesto a pasar el año nuevo con merluza de la vieja o cortada con vidrio molido. Dicen que hasta en el Congreso de La Nación hubo festejos aquél 1º de enero de 2000 pero no se pudieron tomar toda la que "dejaron de incautar" así que repartieron demagógicamente algunos cadáveres.
Nosotros, los desprevenidos cocainómanos apolíticos, de para bienes. Lo mío era más apolítico que cocainómano pero aún así, chocho. Es más, si mal no recuerdo (perdí varias neuronas en el camino y a veces me cuesta), aquella vez en la terraza de Villa Crespo fue mi primera vez.
¿Te acordás que Jorge siempre preguntaba cómo había sido tu primera vez?
Bueno, la mía, ni la sentí.
Llegamos y nos instalamos en la barra. El barman jovenzuelo ofició de tester y, sin romper la bolsita, sacó una púa de guitarra y en la punta cargó un pétreo saquito para probar y dejarnos tranquilos. Cerró los ojos y cuando los abrió, rojos, saciados, plenos, gritó ¡hagan una fila!
Esa parte fue graciosa. Mientras le contaba a la cantante adónde había ido en la kangoo me preguntó si eso también lo había pensado yo: diez tipos en fila detrás de la barra con pajitas que sacaban del daikiri y servirían para tomar las líneas que mi nuevo gran amigo iba armando. Eran finitas. No generosas pero tampoco nocivas. La idea era terminar el alcohol que sobraba así que nadie se quejó del alto nivel de prevención en pos de la sociabilización de falopa.
A mí me tocó undécimo. La pajita que me dieron estaba usada. Creo que un poco húmeda (neuronas) pero también había rastros de solidaridad blancuna. Avisé que era la primera vez que tomaba así que mi nuevo gran amigo aplaudió sonriente y me aconsejó dividir la peinada.
-¿Sos zurdo o diestro?
-Diestro.
-Bueno, la primera dale con el oyuelo derecho, hasta la mitad. Y aunque levantes el canuto no dejes de aspirar.
Fue raro aunque estimulante para seguir hasta el mediodía de aquél caluroso enero e inaugurar mi álbum blanco de anécdotas limadas.
De lo que no me puedo olvidar es de la boca de aquél nuevo gran amigo. De su boca en el momento justo en que pronunciaba la palabra oyuelo. El tono didáctico, el movimiento de sus labios, mi fascinación. Esa palabra hablaba de mi nariz. Una palabra que no veo ni oigo ni escribo desde el principio del año 2000.
Igual, reencontrarme con esa palabra (y en itálica) no fue tan lindo como esperaba. A veces espero demasiado.
Igual, reencontrarme con esa palabra (y en itálica) no fue tan lindo como esperaba. A veces espero demasiado.
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8 comentarios:
ufa! Yo nunca ni siquiera vi cocaina!!
Funes a veces me dan ganas de buscarte, y después de encontrarte, darte un beso en algún lugar que se me ocurra.. un beso blanco..
Me da la impresión que esta historia surgió como disparador de la entrevista a Jaramillo. Mejor dicho, de los comentarios.
De ser así: yo también me quedé pensando en lo mismo.
RE LINDA ESTA HISTORIA...
me paso una vez qeu una profe de lengua del secundario dio un disparador: sueños en blanca nieve..
te imaginas sobre lo que escribi (aun sin tomarla ni nada) pero llo gracioso es que yo habia puesto "vivir el sueño hitleriano" como metafora de lo poderoso que se sentia uno...y la mina me lo tacho y me puso ue estaba mal...
bueno.lindo blog...soy de mendoza y me entere que existian por el articulo del p 12...me gusta la misma musica :gabo , lisandro , dacal...florencia . pez...etc y tambien escribo y tengo un grupo de esribas amigos.
pero paradojicamente , los del interior estamos afuera.
saludos.
como soy un amish de pura cepa nunca voy a probar merca.
a no ser que me la ofreszca monica beluchi.
divertida la narración, abrazos desde munro.
Uno nunca olvida la primera vez,
por suerte la de anoche,
fue exquisita.
La frase del Dealer:
"...yo con esta salgo a pasear al perro..."
Saludos,
voy al baño.
Que fiestini eh!
que grande gilette ! un corte una quebrada !
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