martes, junio 23, 2009

Carlos Salem

Matar y guardar la ropa
Editorial Salto de Página - página 139




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Me despido confuso.
Perdón, Yolanda.
Pero Sven sigue siendo un asunto pendiente. Rodeo las cabañas, cuento seis y antes de golpear se me hiela la sangre. Dentro, un hombre y una mujer están follando con empeño salvaje. ¿Es que en este camping no se puede hacer otra cosa?
Sofía.
Tiene que ser Sofía.
Que sea Sofía, por favor.
Contengo la respiración, escucho y trato de separar los gemidos, identificar el de la mujer que, destrás de la delgada pared de madera, araña un orgasmo. Cada gemido, una certeza opuesta. Es Yolanda. No es Yolanda. Es Yolanda. Todavía tengo el tacto de su piel en los dedos, el perfume de su sexo en los labios, eso no se borra con una ducha, no es Yolanda, su forma de sacudirse cuando estaba dentro de ella, es Yolanda, el gemido que más que oír veía dibujado en sus labios, no es Yolanda, aunque sonaba, suena todavía en mi cabeza, es Yolanda, pero suena a sangre al galope, a cristal lamido de viento, no es Yolanda, a vida desatada y caliente, es Yolanda, a ríos tibios, lava y jazmín, terremoto y paz, no es Yolanda, animal y prisa, salto mortal de nube en nube, es Yolanda o no lo es.
Llamo a la puerta con ritmo policial. Se oye un juramento en sueco, un gemido que es o no es, y un congestionado Sven se asoma por la puerta, el sexo aún erecto apenas escondido tras la hoja de madera.
Me ve y se asusta. Él y su polla, que cae.
En el espacio que deja libre, desde un espejo, se ve un cuerpo de mujer desnuda. Sólo parte de las piernas y el culo. No es suficiente. Puedes enamorarte de una mujer en una noche, pero hay tanto que conocer que cuesta recordar los detalles. Sven espera. Pasado el susto, espera. Llamo a Juanito, que acude presto en mi ayuda.


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