martes, noviembre 23, 2010

32

ejercicio de sinceridad





Hace muchos años, un 25 de noviembre, me enteré de que un amigo de mi hermano (nada menos que el cantante de su banda) cumplía los años el mismo día que yo. Había nacido en 1978 y era músico. Teníamos casi casi la misma edad.
Hace muchos años, mucho más cerca en el tiempo, un 25 de noviembre, llegué a mi casa en un estado pleno de felicidad. Ni siquiera había puesto la llave en la cerradura cuando una chica hermosa, con el pelo corto y un collar de enormes castañas marrones, me abrió con una sonrisa de oreja a oreja. Entré y ví más de veinte personas con vasitos blancos en sus manos, los ojos rojos, tirados en el piso, la música alta y un olor a porro inolfateable.
Mi casa estaba invadida... de alegría pero invadida.
—Hola, yo soy Luciana, es mi cumpleaños. Y me dijeron que es el tuyo también. Feliz cumple.
Me besó en las dos mejillas y me pasó un porro del tamaño de mi dedo gordo.
—Traje algunas cervezas —murmuré con una corneta en mi garganta mientras acercaba el par de cajones celestes— que por ahí hacen falta.
Sonreímos, entramos las cervezas, ella se fue con sus amigos y yo me quedé esperando a la hermosura del sonajero. Toda la noche. Y parte de la mañana. En vano.

En general, la paso bien. Hubo dos fechas que se volvieron un poco turbias. El día que le pedí a mi madre que soportara, por favor, que algunos chicos fumaran cosas raras y el otro día que vinieron un periodista y un fotógrafo a entrevistarnos para un diario que ya no existe más.

En otra época, cuando trabajaba en la remisería, me sentía muy solo. Entonces traté de organizar mi cumpleaños con gente que cumplía un día antes o un día después que yo pero no tenía dónde o cómo hacer la fiesta. Y comencé a preguntar quiénes cumplían cerca o lejos del 25. Todavía recuerdo que salía con una chica que cumplía un día antes que yo. Eso era curioso. Justo en ese momento. Junté amigos y conocidos entre el 18 y 28 de noviembre. Eran casi dos semanas de pura joda. Todos los días. Así dejé de estar sólo... aunque aprendí que estar acompañado no es lo mismo que sentirse acompañado.
Aquellos festejos fueron memorables. No por la cantidad de gente ni los regalos, para nada. Fue memorable no tener que organizar yo solo una partuza que llevara mi nombre. Como éramos varios, se podía descansar en la gestión del otro y así aprovechar para emborracharme.

Eso también es curioso; ¿qué necesidad, no? La de emborracharse por la borrachera misma. La de emborracharse por “hacer lo que se espera de uno”.

Pero llegaron las primeras canas en la cabeza (ya tenía otras en diversas partes del cuerpo) y creo que me fui al lugar más común de todos cuando dije “ya estoy grande para la joda”. Por lo que volví a encerrarme en casa. Ya no iban a haber más travestis con una tortita y una velón patrio que me dijera “soplá”, ya no iban a haber más drogas de todos colores en mi mesita de luz como regalo, mucho menos piñas entre cornudos y cornudas, el alcohol en la heladera iba a ser más variado y no sólo “birra”, habría mucha más comida y, por supuesto, “exquisita”, no caerían nunca más esas diez personas completamente desconocidas preguntando “¿acá es el cumpleaños?”, ni tampoco se usaría más el baño como telo “igualitario”.
Entre la ausencia de la policía porque nadie nunca más haría ruidos molestos y el “anuncio a los vecinos” días antes del fiestorro quedaría en evidencia que sí, que una época ya había terminado y que otra muy distinta había comenzado.

Está claro que mis amigos, también avejentados, se fueron ahuyentando con la pirotecnia de la joda por lo que tampoco deseo convertirme en un pelotudo que comparte la noche de su cumpleaños con chicos que no saben deletrear Althusser o creen que el Kirchnerismo es “lo único bueno” que le pasó a la política argentina en los últimos 100 años. Mis vejetes queridos también están un poco hartos de la joda y los pendejos. De a ratos, en alguna que otra fiesta, nos brillan los ojitos y se nos afilan los colmillos. Muy pocas veces mordemos, la mayoría de las otras arrinconamos primerizos. Eso divierte. La perversión, el “mirá cómo lo espanto”, que se comparte. Rayar el borde para despertar las fibras que están ahí, que antes se usaban para vociferar y ahora para soportar la cata de varios vinos buenos y no vomitar en el baño.

La organización de un buen cumple, entonces, hoy debe incluir a los hijos de mis amigos porque de otra forma no pueden venir. Hay que aprender de vuelta cómo se hace una buena “partuza”, que pueda incluir porro (ponele) pero también Beavis & Butthead o los Teletubies (en el peor de los casos).

Pero tanto prolegómeno para decir esto: no sé dónde organizar mi cumpleaños. Pero tampoco estoy desesperado mandando mensajitos, preguntando horarios disponibles, regateando el precio por cajón de birra ni cruzando mails con mayúsculas y más de tres signos de admiración en el encabezado. Estoy más bien con la mirada en alto, alerta pero sin tensión en los músculos. Si fumara como antes, estaría pitando largo. Siempre me acuerdo de Luciano Lamberti, cuando fuma. No sé por qué pero cada vez que pienso en pitar largo como sinónimo de tranquilidad me aparece su cigarrillo encendiendo su fuego en el living de su casa. Estoy más bien a la espera. Algo se está acomodando y todavía no sé bien qué es. Para el jueves hay tiempo pero no me interesa llegar histérico porque todos la pasen bien o se enteren dónde y cómo festejo. Más bien estoy tranquilo, feliz de poder contar un año más, con un montón de quilombos en puerta, como corresponde. Ahorrando, gastando, corriendo, sentado, escribiendo, leyendo. Hay algo en el aire, aroma a naranjas, limón. Cítrico, agudo, filoso. Una tela que se corta muy lentamente para darle forma a la bandera de mi patria. Una patria donde entran poquitos pero donde nos sentimos muy a gusto.


*

2 comentarios:

Unknown dijo...

Feliz cumple pibe! Sabés que hoy además es el día de lucha contra toda forma de violencia hacia las mujeres? Nosotras luchando...

Pero también festejamos! Así que pasala como se te de la gana!!!

Un abrazo desde Rafaela

Unknown dijo...

Cómo olvidarlo, Dai... es todos mis cumpleaños. Soy un militante más!
Otro desde acá.