martes, enero 17, 2006

Cuento # Tres

Adónde

Me desperté. Recuerdo que mis pestañas ardían. No, no había despertado aún. Mis ojos se hundían con dolor. Recuerdo que los abrí para dar aire fresco a mis pupilas, no para ver. Recuerdo que al abrirlos todo era de un blanco luminoso. Mis labios ardían. La lengua, también seca, sobraba en mi cavidad bucal. No, no fue así. En un principio quise hablar. No sé, decir algo. Esdrújula. Una palabra dura. Sonora. No recuerdo qué pensé. Solo era blanco. Mis ojos blancos, la lengua blanca, las palabras blancas. Entonces algo hizo ruido; dos ruidos. Salió y entró. Se sacó y se puso. Pensé que mi rodilla, la rótula pero no recuerdo; solo sentía hasta el ombligo. Recuerdo un sonido, un quiebre interno como de castañas en la arena. La luz blanca se extinguía. Mis pestañas ardían, ahora sí recuerdo. Mis pestañas ardieron luego del quiebre interno. Un sapo entre mis huesos. Mi rodilla. ¿Por qué no siento las piernas? ¡Abrí tus ojos, carajo! ¿Qué es ese ruido? ¿Quién anda ahí?
Mis dedos despertaron. También ardían, tajeados por una soga. No, aún no había descubierto la soga. Sabía que tenía mis manos atadas. Mis muñecas ardían, mi pecho ardía. No, ardor no; calor. Altas temperaturas en mi piel. Recuerdo ropa: una camisa a rayas, un corderoy negro, medias grises, zapatillas. No, del ombligo para abajo no sentía nada. El blanco luminoso mudó a gris opaco. Gris duro. Luego rojo. Luego anaranjados párpados. Así apareció el insecto: una hormiga descansaba en mi pestaña. ¿Qué hacés ahí? ¿Quién te trajo? ¿Qué te trajo? Quise tomarla con mis manos y entonces descubrí las sogas que ataban mis muñecas. No, no quise tomarla, quise empujarla. Que se mueva hacia allá; fuera de mí. ¡Fuera de mí, hormiga! Entonces la aplasté sin las manos. Me dio asco. Podía sentir como se retorcía, como se asfixiaba, sus patitas se rompieron primero, se quebró su antenita y la desnuqué. Me dio náuseas cuando la desnuqué. Quise contener el vómito pero la soga me detuvo entonces escuché un chasquido y luego vomité agua. Luego. Agua en mi boca. Oí un soplo frenético, chasquidos. Abrí mis ojos y el cadáver de la hormiga se perdió. Más chasquidos. Descubrí que la soga era gruesa en mis muñecas. Vi el sol, arriba justo, al medio justo. Mis dedos ardían. Mi pecho ardía. Podía sentir la brisa del soplido frenético. Con horror de ansiedad levanté mi cabeza y descubrí los colmillos de un jabalí masticando mi entrepierna.
****

Me desperté con un grito ahogado, la piel acuosa y temblor en las manos. Miré a mi lado y mi mujer no estaba. Me acosté y sin pudor lloré. Me tapé hasta la boca y lloré, agitado. Una hora más tarde tendría que levantarme.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy simbólico ese sueño.
Muy bueno, Funes.

Un abrazo

Anónimo dijo...

Gracias, maestro.