lunes, febrero 27, 2006

Work - in - progress # Uno


Hay que trabajar para corregirlo. Si alguien tiene una sugrerencia, se aceptará con gusto. Le falta, nada más y nada menos, que alma.



Las razones

Hay muchas hojas verdes y marrones secas sobre la mesa. De diversos tamaños. Se sienten aromas extraños, quizás provenientes de la alfombra manchada, húmeda, de un marrón indefinido. Me dijo que fuera puntual. Los sábados solo lee y no le gusta perder el tiempo. Me sorprendió que me citara a las 11 de la mañana. Mientras me adelantaba que tenía algo muy importante para decirme yo pensaba a qué hora se levantaba para citarse conmigo tan temprano. "¿Me estás escuchando? No quiero perder el tiempo, ¿oíste?", fue el corolario. Se escuchó un ruido seco y colgué.
Había muchas hojas verdes sobre la mesa. El aroma era apenas nauseabundo. Se acercó con una taza y se sentó frente a mí. Olía a café su taza negra. Estaba despeinada y su aliento era repelente. Me dijo muchas palabras juntas. Habló más de media hora. De a ratos sentí ganas de vomitar. Solo recuerdo una frase: "...así que no quiero verte más..."
Hubo silencio. Recordé que minutos antes, en el portero eléctrico su voz sonó sorprendida "ah, si... pasá..." como si fuera casual nuestro encuentro. Miré las hojas verdes sobre la mesa. Hice un gesto, acaso atrevido, de incomprensión. Es cierto que debí preguntar, apelar, aclarar algunas confusiones pero solo gesticulé hacia las hojas verdes y marrones secas con aroma. "Bueno... andáte ahora. Por favor", pidió con lágrimas en los ojos.
No podía reaccionar. Me tocó el hombro y "perdón" dije y salí de su departamento.
Había autos fucsia que llamaron mi atención. Caminé unos pasos, sin pestañear aún, sin respirar profundamente. Se me ocurrió que podía escaparme con un porro, relajarme y mirar por la ventana del colectivo, cualquier colectivo, pasear, ir lejos por barrios de casas grandes, árboles de copa ancha y vehículos grises e importados en sus garages. Hacía un calor tibio, como húmedo y soleado.
Me senté en una plaza sin decir una palabra. Paseaban los perros, paseaban los niños, paseaban las parejas. Una pelotita de tenis que golpeó mi tobillo me pareció un objeto extrañísimo, maravilloso. Las caras de las personas, los tonos de voz, sus zapatillas: fascinantes. Objetos maravillosos de nombres improbables.
El mutismo me inundó. Fue curioso, ahora que lo recuerdo. Pasó esa noche. Pasó todo el día siguiente. Pasó una semana. Pasaron dos. La barba que crecía era la única prueba de mi paso por este mundo.
Un día me llevaron. Y me metieron en una pieza de paredes blancas y rejas oxidadas. Ayer me dijeron que escriba... ¿Cómo terminar? ¿Con una pregunta? ¿Con tres?
Mi taza negra huele a café.

3 comentarios:

Buscccadores dijo...

Funes, aquí va mi humilde opinión. Como lector de sus cuentos, y obviamente al haber leído este, necesito, para el alma que usted pide, que aquí mismo intenté utilizar palabras menos sofisticadas, quiero decir, que pueda adaptarse un poco más a la situación, que trate de meterse en el personaje, que se le plante ante sus ojos cada una de las escenas/imagenes por las que el protagonista transita; me parecería buenísimo que utilice sus recursos y/o herramientas teatrales, o sea que pueda ver más claramente lo que pasa, lo que siente quien está hablando en el cuento.
Repito, ojo con las palabras, trate de utilizar aquellas que no carguen tanto al texto sólo de una bella redacción, porque suenan cosas sobre otras más importantes que, creo yo humildemente, no deben sonar.
Recuerde, a mi modo de ver me parece fundamental lo de teatro... o sea, juegue... con la imaginación, con los límites, con lo que quiera, pero juegue.
Esto es lo que me pareció. Esto es lo que salió.
Desde ya que es mi humildísima opinión.
Salud, Funes.

Anónimo dijo...

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Anónimo dijo...

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