jueves, octubre 19, 2006

El Quinteto a los gritos - anoche

Esta noche leo solo sin el Quinteto pero la verdad que no sé si voy a tener las pilas que tuve anoche. Para contarle a Luna y, para ahorrar en chimangos copio acá, escribí un poquito lo que fue... claro que lo edité porque no voy a andar mostrando la hilacha, no?
Por otro lado,
hoy leo en Olivos, no es San Isidro: si algún finao valiente quiere acompañarme (porque voy más solo que Martín Fierro por la pampa húmeda), les paso la dirección:

Hoy Jueves 19 - 21hs
Ricardo Gutiérrez 909
Olivos
Est. Borges del Tren de la Costa
...ahí nomás...

La noche de los juguetes raros
Después les puedo decir que los que casi van, se la perdieron, los que se fueron a otro lado, se la perdieron, los que se tuvieron que ir, lamentablemente se la perdieron y los que ni pensaban ir se la recontra perdieron. Dicen que hay uno que es fan pero a mí me parece que es más fun que otra cosa, un copado el pibe. A ver si les interesa acá va mi point of view:
[intimidades que no vienen al caso explicar y peleas que como dije have their meanings when you are in love] "después vine con mi lectura... bueno, lo que te contaba. Empecé parado en la silla, justo debajo de un tacho de luz que me apuntaba a la cabeza. Puse una voz medio engominada, estaba con el traje azul oscuro y me sentía González Oro. Lo primero que hice fue unas muecas bajo el tacho de luz antes de empezar a leer [edición] después viene el texto[edición] cuando la nena habla pongo voz de nena me doy vuelta y saco el culo dándolo vueltas para que "gire" igual que el culo de la nena [edición] cuando estoy arriba del micro [edición] quiero decir, el personaje ya está en el micro [edición] hago apagar las luces [edición] después empiezo a los gritos hasta que la empiezo a violar y se prenden todas las luces para que me vean bien... el cuento dice "no le di tiempo a nada, le tapé la boca y la metí para adentro" (o algo así, no soy Molina que se sabe todos sus cuentos de memoria) y ahí ME SACO. Empiezo a gritar, a gemir, a meterme la mano en la boca a los gritos, me agarro las bolas, me bajo de la silla, tiro el saco por ahí, los anteojos, el texto, la camisa me la abro (quería sacármela pero no me di cuenta, estaba realmente enajenado y parecía enojado) y después me calmo.
Leo algo, un párrafo creo y después hago una pausa y me vuelvo a vestir. Vuelvo a la voz engominada, me acomodo el pelo (que me lo corté dicho sea de paso - Oyola me dice "El último de los tucumanos" por "El último de los mohicanos", obviamente) y termino.
Aplausos. Al fondo se pararon. Ozz estaba fascinado: "sos un hijo de puta pero por eso te quiero" y me abrazó fascinado. Miguel, que se vino con una rubia que me hizo acordar a vos, no entendía por qué la gente se reía con algo tan trágico; yo le decía que a mí me daba cagazo que se rían. Después Karina me aclaraba que la gente se reía pero de nervios, de miedito. No te miento [edición] eran todos aplausos por la actuación. Me saludaron dos tipos que no tengo ni idea de quiénes son, me acuerdo patente de eso. Me acuerdo poco porque después me tomé todo... Eugenia llegaba justo justo en el momento que me sentaba luego de la lectura y me dice "¿qué te pasó que estás agitado, recién terminaste de leer? [edición] te digo... estaba agotadísimo..." [y después terminamos la pelea que habíamos tenido]

El cuento se llama La última vez que lo hacés y ya estaba édito en la revistita Papel (anoche repartí el último número - el especial). De todas formas quería ponerle el cuerpo a las repercusiones que había tenido y que tanto me costó parir (el cuento salió gracias a los consejos del Cuarteto, en ese tipo de reuniones que también nos gustaría tener con Loyds) pero para que entiendan mejor de lo que hablo acá abajo les pongo el texto:


La nena, de unos nueve años, corrió desde el mostrador de la cafetería hasta mi asiento. A mi lado estaba su padre, un gordo de mirada traviesa con unos pozos en la cara que le brillaban como si le hubieran pasado una pulidora por los cachetes.
Me habían dicho que fuera temprano a Retiro. Con el calor que hacía era buena idea disfrutar del ambiente climatizado. Los servicios son una mierda, me dijeron; así que fui temprano.
La mujer del gordo era una treinteañera de pechos siliconados y buenas piernas. Llevaba una pollera bordó hasta las rodillas que por la cintura se ajustaba sensualmente y sacudía con histeria y una remera blanca ajustada con un obvio escote que mostraba su piel anaranjada. La nena tenía los rasgos de la madre por lo que repensé que el gordo no sería el padre sino un tipo con mucha guita y la nena una nena con un futuro asegurado.
El gordo pulido este, mientras leía el Ámbito Financiero, hacía unas muecas estúpidas con los labios y un chasquido con la lengua que me parecían obscenos. La nena se apoyaba en sus rodillas y le hablaba de las facturas que había en la cafetería para que se decidiera por alguna. Mientras hablaba, su cuerpito giraba en círculos o se agachaba sacando la cola. Estábamos los dos de pantalón. Ella muy corto y yo de bermudas. Acerqué mis rodillas al ángulo de giro sin que el gordo pulido se diera cuenta. Me recordaba a mi abuela diciendo “aha” sin quitar la vista de lo que estaba haciendo. Vieja puta.
Nos rozamos tres veces. La nena se agachaba o giraba y me rozaba los pelos de las piernas o la piel mientras decía “medialunas, vigilantes, churros, tortitas negras, bolas de fraile, sacramentos, cañoncitos de dulce de leche como te gustan a vos, pan de leche, berlinesas” y el libro de Cook que fingía leer me temblaba atonalmente. El gordo soltó el diario, se aflojó la corbata y tomó por la cintura a la nena para hablarle al oído y decirle que las berlinesas y bolas de fraile eran lo mismo. Ella lo escuchaba atentamente. Se colgó de su hombro y pegó su cuerpito al del gordo. Pude ver como le acariciaba las piernas con su mano entintada mientras ella reía. Se levantaron y fueron hasta el mostrador. La madre cruzó unas palabras con el gordo y ofuscada se sentó a mi lado. Olía a naranjos.


“…Estrella del Litoral anuncia su partida de la hora 15.30
con destino a Foz de Iguazú por plataforma número 17…”


Desde mi asiento “pasillo” podía ver a la nena en su asiento “pasillo”. Leía el último de la Rowling con una pierna por encima del apoyabrazos que levantaba cuando algún pasajero iba al baño.
No entendía las letras de Cook. En el asiento “ventanilla” dormía, seguramente drogado, un pendejo con pinta de stripper con su culo rozándome la cintura. De a ratos me distraía mirando sus gestos faciales, le tocaba la nariz con el boleto o con los dedos y se le retorcían las cejas, mejillas y se arrugaba su nariz.
Hasta que desperté. Es decir, me dormí y me desperté a las tres y veinte de la madrugada. El stripper se había tapado la cara con una campera de jean y aún así se oían sus ronquidos.
Busqué a la nena y no pude distinguirla en la oscuridad. Apenas algunas luces rojas que traían los autos de la ruta. Tenía la boca pastosa y los ojos hinchados así que fui al baño.
El gordo pulido dormía mientras la madre lo frotaba metiendo la mano entre los botones de la camisa. El asiento de la nena estaba vacío y el libro de la Rowling abierto a la mitad.
Llegué al baño justo cuando se abría la puerta y me ahogué en adrenalina.
La nena se acomodaba el corpiñito mirando hacia abajo con el botón del pantalón desabrochado.
-Disculpáme, pero ¿vos sabés por qué ruta estamos viajando?
Suspiró revoleando los ojos, sin temor, sin saber.
-Ah… vamos por la 14…La ruta de la muerte. ¿Qué harías si hoy te morís?- mis ojos estaban abiertos como dos huevos. No le di tiempo a decir nada. Le tapé la boca y de un golpe entramos al baño.
Su piel era suave, sin pelos, brillosa. Decía “por favor no”, “por favor no” y lloraba silenciosa con mi mano cubriéndole la boca. Su ombligo era dulce, el pantaloncito cedió fácilmente y la remera le quedaba mejor puesta que en el piso.
Me costó juntar los dedos para subirme la bragueta. Ella tiritaba sin decir una palabra, sentada en el inodoro. Mis caricias no le llegaban, su rostro estaba colorado, sonrojado. Me levanté y cerré los ojos, que me viera cerrar los ojos. Queda acá. En el pasillo el gordo me miró y le guiñé un ojo mientras terminaba de ajustarme la bragueta y el cinturón. Torpe. Lento. Me senté y la vi llegar a su asiento. La nena levantó el libro de Harry Potter y lo cerró. No volvió a leer.
Ahora sí me podía concentrar en la lectura de Cook.

3 comentarios:

Loyds dijo...

grande funes, yo soy uno de los q se tuvo q ir, pero contra mi voluntad, la próxima prometo quedarme hasta el final, gracias x el libro y a mi también me encantaría participar de alguna de las reuniones
abrazzzz

Anónimo dijo...

aguante el último de los tucumanos, carajo!
concha 'e su madre!

Lunita dijo...

siiiiiii, aguante, aguante!!!