lunes, febrero 18, 2008

El jueves pasado... pisado

El jueves, en casa de las chicas, estuvieron los chilenos.
El jueves, en casa de las chicas, estuve cocinando unas pizzas caseras.
El jueves, en casa de las chicas, probé que los tucumanos no se equivocan cuando cocinan las pizzas con carne.

¿Con carne? Sí, con carne. Compré tapa de asado. El carnicero de confianza, cuando me vende, siempre me pregunta para qué compro tal o cual cosa. Siempre tiene una sugerencia. Siempre una anécdota. El jueves a la tarde, cuando fui a comprar la carne y le dije que iba a hacer un experimento, el carnicero me miró inmóvil con el cuchillo a la altura de su pecho esperando que le cuente el secreto.

¿Qué pensás? ¿Le conté o no le conté?

Llegué a la casa de las chicas y me puse manos a la obra. Armé la mesada y limpié todo lo que iba a usar. Por suerte estaban todos los platos limpios así que no me quedó mucho para trabajar. Por suerte no tuve que prepararme un trago; alguien me esperó con un vaso de plástico lleno de cerveza.

Preparé las pizzas mientras Carlos Aldazábal se sorprendía por la gran y linda casa que tienen las chicas. Ah, claro, porque Carlos estaba invitado por Jorge Polanco Salinas. Qué elegante todo que se nombra a los comensales por nombre y apellido. En la casa de las chicas se nombra todo como debe nombrarse y si se dice nombre y apellido (o doble apellido en el caso de Jorge) entonces es porque así debe ser.

Hablamos sobre su excursión del sábado a Quequén con las delirantes irrespetuosas y platudas de Sigamos enamoradas. Vi un par de libros de ellas aunque no los leí así que cualquier opinión sería una estupidez. Claro, como por ejemplo; “son lindos libros...” y nada más. Cuando me compre alguno o me regalen otro, voy a opinar seriamente sobre la editorial.

Lo cierto (o verdadero) es que estaban pensando si ir o no ir a Quequén. Para mí tenían que ir: es barato, hay chicas, mucho carrete y por supuesto; poesía por doquier.

Antes que nada, llegaron los mensajes de texto de los ausentes con aviso. Por supuesto, como toda reunión que se precie de serlo; insulté a los ausentes sin aviso. Después vinieron Sebastián Pandolfelli, Mica Hernández, Monse la amiga de la casa, una amiga de la amiga de la casa, Ignacio del cual no supe su apellido y quien siempre venía a controlar los pasos del cocinero, Lunita que llegó con una luz que iluminó toda la velada y Clara Anich, quien generosa como es trajo un fernet y una coca para darles a probar a los chilenos; Jorge Polanco Salinas y Guido Arroyo Gonzalez.

Estuvimos hasta cualquier hora. Cuando se nos acabó la cerveza nos fuimos a comprar más. Y cuando se volvió a acabar nos fuimos a comprar otra vez. Después, cuando no quedó nada más por tomar, nos inventamos unos tragos para tomar. Ni cigarrillos quedaron. Todo en un ambiente de intercambio cultural bastante ameno pero excesivo... si se me permite el extraño oxímoron. Hablaron mucho de Salta, de Neuquén, de Chile, de las diferencias idiomáticas, de poemas brutos, de escritores estúpidos, de alarmantes proyectos, de formas rápidas para obtener subsidios y otras sutiles de conseguir chicas.

Cuando nos cansamos de tanta intelectualidad aporté mi guitarra para que algunos, los más duchos, los menos vergonzosos, tocaran alguna melodía. Carlos y el pololo de la Emilie se inclinaron por el folclore.

Eso habrá sido a las 2 de la mañana.

Justo en el horario en que el portero del edificio, que vive debajo de la casa de las chicas, llamó por teléfono a la casa y tuvo la siguiente conversación conmigo:

-Diga- dije yo lo más rescatado posible.

-Hola, ¿estoy hablando con el segundo piso?

-Sí, sí- contesté evidenciando ya un nivel de borrachera importante que no evitó que me preguntara para qué dice segundo si ya sabe adónde está llamando.

-¿Ustedes están ahora de fiesta?

-Sí, bueno, ya cortamos...

-No, no, no, no... por favor que mañana la gente trabaja y tiene que levantarse temprano.

-Sí, tiene razón, perdón, perdón...

-No, no, no, no, querido, esto no puede ser así; vayanse al campo, señor; vayanse al campo.


La “reunión:” no terminó ahí pero llegó a su fin cuando en la mesa charlábamos sobre cómo unos podían dormir tan incómodos en los distintos rincones de la casa.

Me fui con ganas de que no terminara pero todo concluye al fin, todo termina. Y el carrete del jueves se terminó con el estómago revuelto y el culo lleno de preguntas.

¿Habrá otra más? Seguramente el martes a la noche. ¿Querés venir?

3 comentarios:

atomÖ dijo...

dale.

Anónimo dijo...

Me prendo, es mas, en casa no hay porteros que vivan abajo. NO HAY PORTERO! Asique ya sabes, la proxima en casa. Salud amigo Funes!

lahe dijo...

deliciosa velada