En el oeste sólo se escucha cumbia
que inunda las calles de terracota seca
como un maremoto de vaselina.
Hay asado sobre el carbón
pero el fuego más intenso
está en el centro de la pista improvisada
donde una multitud de parientes
maceran sus enjundias
en el aroma dulcineo de esos ritmos acompasados.
Primitas pendenciosas que bailan solas
y se van arrebatando de a poco
a medida que pasan
copiosas copas de los brindis incontables
ponderan a la parentela
pero pierden el rastro a la altura del padrino.
La abuela, entretanto, se presta gustosa
a esos maravedíes de maravilla
que le muestra el viejo Fierro.
Y ahí nomás arrancan las justas familiares
inauguradas de nuevo por mi abuelo
con un sopapo soberano aterrizado justo
en la mejilla de Don Fierro
que se había figurado fintearle finito a ese zarpazo filoso.
Se cansa Fierro, se le nota
en esa cara viborosa
capaz de avinagrar el vino más picado.
Se trenzan de nuevo, retorciéndose hasta la contorsión
y Fierro honra su nombre
pelando un cañón de calibre considerable
y con dos bombazos al aire termina
lo que no había empezado.
[Editorial Huesos de Jibia]
3 comentarios:
¿Viste que bueno está el libro?
Una buena compra, de seguro.
slds
n.
Amigo Funes: me alegro que te haya gustado el libro.
Mil gracias por el apoyo.
Un abrazo
Germán.
Otro abrazo, Cresto.
Seguí así.
No me bajes los brazos, pendejo!
Publicar un comentario