De golpe, como un maleficio, ninguna mujer volvió a tener hijos.
Se acabaron los sobrinos, los nietos: los niños.
Adiós al llanto repetido y sin sentido. Adiós al cuento de la vida nueva.
Los hombres ya no tenían que aparentar seguridad, confianza y responsabilidad.
Las mujeres ya no eran una presa reproductora.
Ya no había que cuidar una herencia, ni amontonar para un futuro incierto. Aquel que tenía tres casas, brindaba dos.
Que bello era el despertar sabiendo que no había un mañana, ni un objetivo imposible de cumplir. Que bello el beso de los enamorados a orillas del fin del mundo.
Los niños ya nacidos se volverían viejos y con el tiempo se irían apagando como las luces de una casa. Las construcciones quedarían a la intemperie a la espera de que la naturaleza, barra los últimos vestigios de estupidez.
Ya no más el miedo a un nuevo Holocausto. Ya no más el miedo a una muerte miserable y subordinada. Ya no más cultura.
La humanidad, ahora sí, carecía de sentido.
La historia, por fin, encontraba su final feliz.
Se acabaron los sobrinos, los nietos: los niños.
Adiós al llanto repetido y sin sentido. Adiós al cuento de la vida nueva.
Los hombres ya no tenían que aparentar seguridad, confianza y responsabilidad.
Las mujeres ya no eran una presa reproductora.
Ya no había que cuidar una herencia, ni amontonar para un futuro incierto. Aquel que tenía tres casas, brindaba dos.
Que bello era el despertar sabiendo que no había un mañana, ni un objetivo imposible de cumplir. Que bello el beso de los enamorados a orillas del fin del mundo.
Los niños ya nacidos se volverían viejos y con el tiempo se irían apagando como las luces de una casa. Las construcciones quedarían a la intemperie a la espera de que la naturaleza, barra los últimos vestigios de estupidez.
Ya no más el miedo a un nuevo Holocausto. Ya no más el miedo a una muerte miserable y subordinada. Ya no más cultura.
La humanidad, ahora sí, carecía de sentido.
La historia, por fin, encontraba su final feliz.