lunes, marzo 03, 2008

Largo camino, pequeño saltamontes - Nueve

-Cuando tengo ganas de estar sola me voy a caminar por avenida Rivadavia. Entre 9 de Julio y Plaza Congreso, las ideas se me aclaran un poco. Otras veces, para no sentirme sola, entro a un supermercado; algún Disco tiene que ser. Hay uno por Perón y Rodríguez Peña que siempre tiene gente. En Callao y Rivadavia también o Entre Ríos y Belgrano; Yrigoyen y Rincón, qué se yo...
Amanda enumeraba sin mirarme. Soplaba con displicencia el humo de un Next que convidaba sin generación, por inercia.
-¿A los McDonalds no te metés?
-No.
-¿Puro supermercado?
-Puro supermercado.
-Yo, en cambio, camino sin rumbo, a veces, buscando ferreterías.
El telo parecía una funeraria. Un rumor vacío llenaba nuestros oídos y para no pensar en el contorno de su cuerpo, en el sonido de su respiración, el olor de su piel transpirada, el color de sus dientes, la marca del corpiño en el hombro, sus muecas, las uñas vírgenes de esmalte o las últimas dos horas de bruto sexo empecé a enumerar mis esquinas:
-Rodríguez Peña y Mitre, Mitre y Ayacucho, Ayacucho y Sarmiento, Sarmiento y Pasteur, Pasteur y Lavalle, Lavalle y Anchorena, Anchorena y Rivadavia…
-Esa está en Rivadavia y 24 de noviembre.
-Ah, conocés…
-Es un lindo camino ese.
Amanda conocía de calles como yo de ferreterías. No quería que me gustara tanto. Pero ahí estábamos. No recordaba qué pasos seguían, no recordaba en qué fase estaba, no recordaba en qué había mentido y en qué había dicho la verdad. Su entusiasmo sexual me había desviado por completo del centro de mi plan. McDonalds empezó a transformarse en una piedra dentro de una empanada. Amanda se abrazó al cigarrillo, al silencio, a mi pecho, a la noche que nos reflejaba en el espejo de un telo barato como dos completos desconocidos.
-¿Y vas a hacer un camino parecido con los McDonalds?
-Tengo uno ya.
-Yo tengo uno mejor- y mientras apagaba el cigarrillo amurado a la mesita de luz me guiñó un ojo desconcertándome. No le había dicho mi lista pero la seguridad con la que se depositó sobre mí para besarme el cuello y la improvisada, caprichosa y prejuiciosa lista de locales que había armado en un mugroso cybercafé le dieron la razón:
-Estoy seguro… me la tenés que decir.
-No. Ahora no. Ahora vos me tenés que decir a mí si soy linda.

*

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