En ocasión de la 11va. Feria del Libro Independiente y A(miga)
Estuve leyendo tres libros nuevos. Tres autores jóvenes. Tres referentes de las letras, de los antros y de los espacios más establecidos e institucionalizados. Y los tres libros tienen los mismos problemas:
- Los diálogos están escritos con más de un criterio;
- Las faltas de ortografía y gramática son muchísimos;
- Los errores de redacción otros tantos;
- La conjugación de verbos merece un párrafo aparte de lo mal que están hechos;
- Hasta las tipografías de los libros están mal diagramadas: dentro de un mismo capítulo hay letras distintas. Insólito.
No te pido que usen perfectamente el guión de los diálogos pero si el personaje se llama Franco, que se llame así; no te lo confundas con Ariel. “Fué”, con acento, no es lo mismo que sin acento. Eso todos lo saben. Ni mucho menos decir “había sido”. La situación no se puede entender si no ponés el verbo que corresponde.
Entonces, me pregunto: ¿qué es ser escritor? ¿Tener alguien que te corrija esos errores? Y no discutamos si cojer va con G como nos enseñaron los españoles que bajaron del barco. Ponelo como quieras, esa discusión es una estupidez bizarra (aunque divertida, si querés). Tampoco discutamos si escribir con el Word de Microsoft (una empresa yanqui) te modifica el lenguaje “español” que querés transmitir porque es una herramienta que no podés dominar y hasta las marcas de la gramática que te enseñaron en la escuela no podés escribirlas. No seamos tan papistas porque te da el ataque y te ponés histérica o histérico. Eso lo dejamos para después.
Ahora, la palabra “viscisitudes” tenés que escribirla bien. “El Gordo Carlos” tiene que ir siempre en mayúscula. ¿Cómo? ¿No lo hacés vos? ¿Quién tiene que hacerlo entonces? ¿Un editor? ¿Pero si “sos solo”? ¿Si ya lo mandaste al concurso literario?
Vos querés ganar pero también que el jurado te corrija las erratas o entiendan qué quisiste decir cuando te confundiste dónde iba el sujeto o el predicado.
Entonces pregunto otra vez: ¿quién es quién en éste mundo?
Viendo el blog de un escritor querido y famoso te das cuenta de que tiene unos errores de ortografía y redacción que mamma mía. Y después leés sus libros y son una pulcritud. ¿Qué pasó ahí? ¿”Quién” pasó por ahí?
Claro, me dice, que se me vean los errores, todo bien, es un blog; el libro te lo entrego impoluto, Papito.
Y tiene razón. El blog pasa. Se olvida. Y menos mal que es virtual porque si fueran de papel o de bolitas, la cantidad de blogs (de los buenos y los malos) nos habrían invadido los bolsillos de afuera para dentro.
Es muy difícil ser escritor. Eso todos lo podemos reconocer. Y no “por culpa de las corporaciones o los grandes grupos editoriales que absorben los espacios de expresión posibles en el campo cultural”, como creen algunos. No es difícil por eso. Es difícil porque hay que aprender muchas cosas para comunicar a través de un libro, para tipearlo y para entenderlo. No te digo que hagas mi camino: barrendero, editor, diseñador gráfico, bicicletero cuando se rompía la bici para hacer los repartos o diariero. No, no. Para eso hay que estudiar. Hay que practicar. Y si el libro que tenés no está, no está. No lo podés sacar. ¿Tenés que corregirlo? Corregílo. ¿Te da paja? ¿Te cansa? Bueno, lo corregís cuando estés con más ganas. No podés publicar un libro con errores porque cuando tenías que solucionarlo no tenías las ganas suficientes. Y no me corras por izquierda. Claro que hay errores que no son errores sino apuestas. Claro que hay tirabuzones de palabras que parecen mal escritas y en realidad están hablando de otra cosa, algo más profundo. Claro que sí. Y tenés mil ejemplos a mano, por supuesto. No te engañes porque a mí no me engañás. Si está mal, está mal. Una cosa es malo y otra cosa es raro. Malitos somos muchos, raritos; hay unos pocos.
La intención de esta reflexión no es posicionarme ni ubicar mi reclamo en un pocillo de oro para que otros vengan a sobarme con respeto. La lucha está en éste momento. Los espacios que hay que ganar ahora son distintos. El escenario político cultural actual ha cambiado. Ya tenemos un lugar donde leer.
¡Pucha, que tenemos treinta lugares distintos por semana para leer!
Ahora hay que leer bien. Hay que escribir bien. Publicar no es el problema. El difícil trabajo que estamos haciendo desde distintos niveles viene acompañado de una gran responsabilidad. Antes vos no tenías dónde ir y nosotros creamos ese espacio. Ahora la gente, (esa pseudo categoría deleznable de la sociología) está pidiendo buenos textos. Buenas historias. Pero no buenas porque se termina la novela con el protagonista bautizando a su hijo después de largos incidentes y aventuras que tuvo que atravesar para poder conquistar el corazón de su amada. No. Buenas por intensas. Buenas porque tienen sangre. Nosotros, más que nadie en éste ambiente, somos los que ponemos la sangre. Los que no tenemos miedo de exponernos. De prender fuego un mechón del pelo para iluminar un cuarto y que todos al mismo tiempo puedan leer aunque sea durante dos importantísimos segundos. Así de creativos y generosos hemos sido.
Hasta acá, señores, les guste o no les guste, hicimos un cambio radical de magnitudes increíbles. Nadie jamás dio dos pesos por nuestros planes y, sin embargo, acá estamos. Contentos y estimulados. Con energías renovadas quién sabe por qué razones. Ingobernables para los duritos y asustadizos. Con la pluma encendida como el primer día.
Pero no alcanza.
Hay que modificar el plan. Hay que retomar el rumbo. Ya que tenemos un montón de posibilidades y espacios, ocupemos esos espacios con la literatura que sólo nosotros podemos hacer. El gran conglomerado de la literatura independiente tiene que dividir los roles.
Dale, si para las fiestas no nos cuesta nada. Uno se para en la puerta y cobra la entrada, otro se para en la barra y cobra el vino, otro se para en la parrilla y entrega los chori. Las chicas agitan, los chicos agitan. Alguno coordina los números, otro se encargará de la limpieza del salón o de echar a los borrachos y hasta evitar las agarradas entre cornudos. ¿Y no me vas a decir que nos costó? Claro que costó aprender a organizar una fiesta, un fiestorro como D´s manda, una gran comilona general hasta las 7 la mañana. Pero ahora ya sabemos hacerlo. Sabemos esperar la fecha, elegir el día. Sabemos un montón de cosas.
Porque saber nos hace más fuertes.
Ahora tenemos que repartir roles para la literatura que estamos logrando mostrar y vender en ésta y subsiguientes ferias y eventos. No podemos ser todos escritores. No podemos leer todas las noches. Hay que rotar. Si no podés hoy, podrás mañana pero en algún momento tenés que corregir tus textos. O trabajar de editor para otro escritor. Y para eso hay que formarse. Hay que estudiar, hay que aprender.
¿Sabés lo que siento? Que este dolor en el ano que le estamos generando a los Nomencladores y Burócratas de esta ciudad no sirve para nada. Siento que hasta acá llegamos. Y me da mucha rabia.
Porque yo los he visto, muchachos.
Los he visto crecer, aprender, organizarse. Los he visto vencer una kilonada de prejuicios. Los he visto gritar cuando no eran oídos y los he visto susurrar para convencer si era necesario. Porque lo creían necesario. Los he visto edificar un criterio. Los he visto construir y darse la cabeza contra la piedra hasta que consiguieron un casco o se curaron el autismo.
Son etapas, claro. Son formas de aprender: por las buenas o por las malas.
Y necesitamos aprovechar este momento. Por las buenas, conmigo siempre. Por las malas, no. Prefiero mirar desde afuera, hablando sólo o con los taraditos que no nos animamos a prender fuego, cagarnos a piñas o escupir botellazos.
El panorama que veo hoy me da mucho vértigo, debo reconocer. Vértigo porque tenemos muchísimo poder y muchísima gente depende de nosotros. Cantidad y cantidad de personas que se meten en un sucucho de San Telmo si decimos “nos vemos ahí”.
Eso es lo que me da miedo. Porque eso es Poder. Y el poder debería ser para los valerosos, los responsables, los “relojitos”. No de los atorrantes. Los chantas nos llevaron por un mal camino en todos los ámbitos y nosotros hemos podido escapar de ellos. Pero si nos vieran hoy, vendrían con los colmillos recién afilados a ver dónde pueden chupar sangre sin cargo. Y tenemos que estar preparados para eso. Hay que aprender a distinguir entre los chantas y los culposos. Entre los sinceros y los arrebatados. Entre los trabajadores y los vividores.
Pero estoy hablando en un nivel muy abstracto.
En una cuestión más real y clara, tenemos que incrementar la cantidad de editores que corrigen los libros que publicamos. A pesar de que no nos paguen por ello. ¿Desde cuándo pensamos que la plata nos da derecho a hacer algún trabajo? El derecho lo ganamos con esfuerzo, creatividad y generosidad. Con los valores que se distinguen hoy de esta gran Feria y de otros proyectos colectivos que nos estimulan, enseñan y retan cuando nos desviamos del camino.
Entonces, hay que trabajar. Tenemos dos o tres buenos editores... y no dan abasto. Hay que facilitarles el camino para que puedan ayudar a la gran cantidad de escritores que estamos leyendo, oyendo y publicando. No es tan errado el comentario que se oye cada vez más seguido entre muchos nuevos invitados a nuestros lugares de exposición: “sí, sí, tienen un lugar, publican, pero son libros escritos con los codos; no te duran dos capítulos en las manos”.
Y acá no estoy hablando de una estética, una elección literaria o política. Galundia, Ioshua, Bonsembiante y Mociulsky no tienen absolutamente nada que ver entre sí. Claro, se cruzan a tomar en el Pachamama. Son amigos, divertidos e inteligentes. Pero cada uno de ellos puede desarrollar un montón de nuevos espacios para sí que no se cruzarán jamás. Y deberían estar acompañados. Que haya más de ellos. Que se codeen con los que están institucionalizados pero también con “los que venimos acá”. Porque también tenemos un montón de cosas para decir.
Todos queremos el libro propio, ¿o no?
Necesitamos crear un nuevo lugar, un lugar de aprendizaje. Un lugar en el que podamos moldear según nuestras necesidades. Armamos una feria en la que venden más de 150 editoriales y de los miles y miles de personas que pasaron y compraron unos libros rescatamos unas decenas que pueden recordar el nombre del escritor leído.
Eso debería ser un dato.
Un llamado de atención.
Un escritor que vende su libro es una puerta a nuestra organización, a nuestra forma de ver el mundo. Y nosotros queremos que entren. Pasen y vean. Más y más personas. Que vengan a mostrar lo que hacen en sus casas, encerrados, temerosos de una Opinión con mayúscula que prolifera con Poder y cero riesgo. Queremos que entren y se estimulen con los escritores, fotógrafos, guitarristas, pintores. Que aprendan a perder el miedo. Que aprendan a salir y conocer. Que aprendan a construir como lo hemos hecho nosotros. Porque si bien hicimos una gran revolución cultural, un gigantesco cambio de aire; esto recién comienza. Ya tenemos lo que necesitábamos para que nos vean.
Ya entramos en sus cabezas y germinamos.
Ahora tenemos que cosechar.
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